La gente, se crea religiosa o no, casi por instinto recurre a un poder superior cuando enfrenta situaciones difíciles que no puede resolver por sí misma. “Oh, Padre, por favor ayúdame”, es la oración espontánea de muchos.
La Ciencia Cristiana nos capacita para orar con la esperanza de que nuestros deseos sinceros de sentir y de conocer la ayuda de Dios, serán cumplidos. Esta Ciencia revela que, puesto que Dios, el Amor divino, es Todo-en-todo, Su presencia siempre está allí mismo con nosotros. “¿Nos beneficiamos con la oración?”, pregunta la Sra. Eddy en Ciencia y Salud. Luego contesta: “Sí, el deseo que se eleva, hambriento de justicia, es bendecido por nuestro Padre, y no vuelve a nosotros vacío”. Ciencia y Salud, pág. 2.
Una clave para sentir la gracia de Dios es el deseo profundo de ser mejores. En lo más hondo de nuestro corazón, todos tenemos este deseo, porque nuestra naturaleza, en realidad, tiene su fuente en Dios. Como lo enseña la Ciencia Cristiana, Dios, el Amor puro, es quien creó nuestro ser verdadero a Su imagen, el hombre espiritual. Cuando oramos por la ayuda de Dios, en realidad estamos pidiendo que se nos dé una comprensión mejor de nuestra verdadera naturaleza — lo que en verdad somos como expresión de Dios — una idea más clara de todo lo que es puro y bueno acerca de nosotros.
El recurrir a Dios con todo nuestro corazón nos fortalece porque nos demuestra, en cierta medida, nuestra espiritualidad inmanente: que, en realidad, somos hijos de Dios. En la Ciencia Cristiana, el pedir ayuda a Dios indica la presencia en nuestra consciencia de esa cualidad proveniente de Dios que es la inocencia espiritual. En cierto sentido, esta inocencia es, en sí misma, la respuesta que buscamos. Lo que Dios tiene para nosotros como Su respuesta agraciada ya está dentro de nuestra verdadera naturaleza como Su reflejo. Cuanto más recurrimos a Dios, procurando conocernos como Su expresión perfecta, tanto más nos damos cuenta de que nuestro ser procede del Amor divino, de la Mente inteligente. En lo más profundo de nuestro pensamiento escuchamos el mensaje divino: “Hijo mío, tú eres Mi bien amado. Sólo es necesario que aceptes Mi amor en tu vida”. Podríamos decir que la aceptación de ese amor lleno de gracia que Dios tiene por nosotros, nos inspira a reflejar esta gracia en todo lo que hacemos.
El Maestro, Cristo Jesús, cuya vida reveló en gran manera lo que es la gracia divina, enseñó a sus seguidores a orar: “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy”. Mateo 6:11. Ciencia y Salud nos da el sentido espiritual de estas palabras: “Danos gracia para hoy; alimenta los afectos hambrientos”. Ciencia y Salud, pág. 17.
Cuando le pedimos ayuda al Amor divino, es como si, en realidad, dijéramos: “Padre, estoy hambriento. Mis afectos están hambrientos de que Tu bondad divina sea más abundante en mi vida”. Y ese alimento espiritual siempre llega, no porque Dios haya decidido de pronto alimentarnos (como si hubiese estado privándonos del bien), sino porque ahora estamos dispuestos a responder con gracia a todo lo que El nos está dando. Hallamos que nuestra verdadera necesidad es demostrar las leyes del Principio que la Ciencia revela. Así aprendemos más de la gracia infinita y siempre presente de Dios.
Si, en realidad, no oramos y no nos esforzamos por vivir en armonía con el Principio divino, la respuesta agraciada de Dios tal vez se presente como una reprimenda o una severa corrección. Las situaciones imposibles en que a veces nos encontramos son, a menudo, evidencia de un pensamiento indisciplinado, un pensamiento egocéntrico cuya llamada realidad no ha cedido a Dios. En ese caso, es posible que necesitemos la disciplina de Su amor. En Escritos Misceláneos, la Sra. Eddy escribe: “A menudo la vara es Su medio de gracia...” Esc. Mis., pág. 127.
Una joven recibió, en cierta medida, una lección sobre la vara llena de gracia de Dios. Iba conduciendo el automóvil demasiado rápido en una ruta suburbana y casi atropelló a un niño que andaba en bicicleta. Quiso disminuir la velocidad, pero estaba tan distraída pensando en los planes para el día y en las agitaciones de su vida, que le pareció que no podía controlarse. Sin embargo, casi sin hablar, al mismo tiempo le pidió ayuda a Dios. De pronto, apareció un policía a su lado, quien había observado su forma de conducir. Este la reprendió severamente y le cobró una multa elevada.
¡Qué agradecida estaba! La seriedad con que el policía la había reprendido, la despertó. Comprendió que muchas de sus dificultades (no sólo la manera de conducir) se debían a la creencia de que era un mortal muy alejado de Dios. La impaciencia, el planear y la voluntad humana, eran rasgos falsos de carácter que no formaban parte del hombre de Dios, y que debían ser sanados. Estos errores debían ceder a la inocencia espiritual que ella poseía como el reflejo de Dios divinamente gobernado. Jamás volvió a conducir de esa manera tan descuidada, mas comenzó a orar con más fervor para “crecer en gracia” como lo describe la Sra. Eddy en Ciencia y Salud: “Lo que más necesitamos es la oración del deseo ferviente de crecer en gracia, oración que se expresa en paciencia, humildad, amor y buenas obras”. Ciencia y Salud, pág. 4.
El Apóstol Pablo ciertamente necesitó de la gracia de Dios en su vida. La necesitó cuando, por ignorancia, persiguió a los cristianos. También la necesitó, más tarde en su vida, cuando él mismo fue perseguido por enseñar el cristianismo. Por lo que escribió a una de las primeras iglesias en Corinto, se demuestra que, efectivamente, recibió en su totalidad el amor sostenedor de Dios. Dijo: “Porque yo soy el más pequeño de los apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy; y su gracia no ha sido en vano para conmigo, antes he trabajado más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo”. 1 Cor. 15:9, 10.
Todos podemos sentir la ayuda siempre presente de la gracia de Dios, por medio de las verdades reveladas en la Ciencia Cristiana, a pesar de nuestras circunstancias humanas, a pesar de lo que hayamos hecho o no, o lo que nos parezca que otros hacen. El amor de Dios es más grande que las circunstancias. Está infinitamente por encima de las personas y nos acoge a todos como Sus hijos. Si cuando decimos: “Padre, por favor, ayúdame”, lo decimos con sinceridad y estamos dispuestos a demostrar nuestro deseo de estar en armonía con El, percibiremos Su Amor lleno de gracia en nuestras vidas.
