Mis últimos años en la escuela secundaria, así como los de mi carrera universitaria, estuvieron plagados de dificultades. Caí en distintas tentaciones, entre ellas probar las drogas, tomar alcohol y fumar cigarrillos, y, además, una baja conducta moral. También tenía problemas de salud que incluían dificultades digestivas y problemas con la vista debido a que me había lastimado un ojo.
Para resolver el problema de la moral, busqué la ayuda de un clérigo protestante, pero no me ofreció ninguna esperanza, sólo mayor desesperación. Intenté, mediante la voluntad humana, dejar de fumar y de tomar drogas, pero no obtuve resultados duraderos. Durante un semestre en la universidad, tomé grandes cantidades de café para mantenerme despierto y dormía sólo con la ayuda de tranquilizantes. Un amigo que se preocupaba por mí me sugirió una clase de meditación para aliviarme. Traté eso pero sin resultados. También usaba anteojos que me había recetado el oculista para aliviar el problema de la vista.
La instrucción religiosa que recibí durante mi niñez y juventud en una denominación religiosa popular, me familiarizó con relatos de la Biblia, pero me dio poco entendimiento sobre cómo aplicar las verdades cristianas a las necesidades actuales. Lo que es más, en una iglesia a la que asistí, la existencia misma de Dios se ponía seriamente en duda y se debatía sobre ello.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!