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Había sido un año muy difícil para mi esposo y para mí.

Del número de enero de 1987 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Había sido un año muy difícil para mi esposo y para mí. Después de haberse graduado de abogado, mi esposo había buscado en vano trabajo apropiado. Yo era Científica Cristiana desde mi niñez, pero mi esposo apenas comenzaba a estudiar estas enseñanzas. Acababa de enviar su solicitud para afiliarse a La Iglesia Madre, La Primera Iglesia de Cristo, Científico, en Boston, Massachusetts. Fue exactamente en ese momento de nuestra vida cuando tuvimos el ejemplo más concreto del cuidado solícito y tierno de Dios.

Una noche, al cruzar una calle de mucho tráfico cuando iba a casa, me atropelló un automóvil y me aventó a varios metros de distancia. No recuerdo el accidente y la primera vez que se me informó lo que había ocurrido fue cuando recuperé el conocimiento en una ambulancia. El enfermero que me atendió me pidió gentilmente que no me moviera, y me dijo que había sido herida de gravedad y que estaban luchando por mi vida. Inmediatamente recurrí a Dios, y la respuesta espiritual que sentí fue: “¡No estás luchando por tu vida! Dios es tu Vida, y vivirás para beneficio de Su Causa”. Inmediatamente me di cuenta de que mi propósito en la vida era el de expresar a Dios, y puesto que mi verdadera fuente de vida, Dios, no se había terminado, tampoco yo podía detenerme. Me apoyé en esta verdad sin temor por mi vida y permanecí muy alerta, aun cuando no podía hablar.

Después de haber llegado a un hospital local, le informaron a mi esposo. El llamó inmediatamente a una practicista de la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens). Cuando mi esposo llegó al hospital, el médico le dio el diagnóstico: miembros magullados, cara desfigurada, señales de hemorragia interna y, posiblemente, una severa herida en la cabeza. Informaron a mi esposo que habían llamado a un neurocirujano, para que estuviera listo para una operación cerebral de emergencia si los síntomas empeoraban.

Mi esposo dijo firmemente que no deseábamos más ayuda médica, y pidió que se me trasladara a una institución para Científicos Cristianos ubicada en nuestra zona. El médico hizo graves predicciones y anunció que había síntomas muy graves que podrían requerir extensa asistencia médica. Mientras él hablaba, comencé a manifestar violentamente los síntomas mencionados, pero mi esposo permaneció firme en su apoyo a nuestro deseo mutuo de confiar en Dios para mi curación. No aceptó que me dieran puntadas, y el único tratamiento médico que se me administró fue el cuidado de emergencia que me dieron en la ambulancia y al llegar al hospital. Mi esposo logró que me trasladaran a la institución para Científicos Cristianos.

Al llegar a ese lugar, me sentí rodeada de una atmósfera de paz y amor. Las enfermeras no se sentían temerosas en el desempeño de su labor, eran alegres e infudían ánimo y valor. Los síntomas violentos desaparecieron, y me hicieron sentir bien recibida y cómoda. En ese momento, pude, por primera vez, hablar con la practicista de la Ciencia Cristiana. Ella habló con absoluta convicción de que la curación sería para la gloria de Dios. Me sentí profundamente agradecida. Durante los día siguientes, cuando sentí la tentación de preguntar por qué había sucedido el accidente, o qué había hecho yo para merecer esto, logré silenciar cada queja con la sencilla comprensión de que la curación era para manifestar la gloria de Dios.

En los días siguientes, me apoyé firmemente en nuestro pastor dual, la Biblia y el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy. Recibí gran consuelo al oír la lectura de estos libros, y al estudiar pasajes específicos. La primera lección que aprendí fue la de repudiar un falso sentido de identidad. Frecuentemente había sido engañada por el concepto de que yo era un mortal que luchaba por alcanzar la realidad espiritual. Sin embargo, llegué a ver claramente que, en la verdad, yo no era un mortal que anhela alcanzar la perfección pero que vive todavía en un ambiente fluctuante fuera de control, sino que, en realidad, era espiritual y perfecta, eternamente gobernada por la fuente de toda armonía, la Mente divina. Estos eran los hechos espirituales, la realidad del ser, aquí y ahora.

Me abstuve de mirarme en un espejo y de mirarme los brazos y las piernas, pues confiaba totalmente en el cuidado de Dios, y dejaba que las verdades espirituales inundaran mi consciencia. Los resultados fueron acordes con esta confianza. A los dos días, tenía la cara normal; al tercer día, pude caminar; al cuarto día, ya no tuvieron que vendarme, y al quinto día, pude regresar a casa. Una vez en mi hogar, pasé una semana apoyándome en el amor de Dios y ponderando las verdades que había aprendido. Durante todo este tiempo no sentí ningún dolor.

Regresé a mi trabajo dos semanas después. No me quedaron cicatrices ni tuve síntomas de ninguna clase, como lo había pronosticado el médico. La herida en la cabeza, que había sido bastante grande, sanó tan completamente que no sólo se había cerrado, sino que tenía una perfecta capa de piel en la que ya comenzaba a crecer el nuevo cabello.

He tenido muchas oportunidades de glorificar a Dios al compartir esta curación con otros. Como resultado, miembros de mi familia y un amigo recurrieron a la Ciencia Cristiana. Mi esposo encontró ocupación al tener que representarme durante las complicaciones legales que se presentaron debido al accidente. Recibimos exactamente la compensación que él había buscado para cubrir los gastos en que habíamos incurrido desde el accidente, aun cuando los precedentes legales parecían ambiguos. La fe de mi esposo, que había disminuido antes de que sucedieran los acontecimientos descritos en este testimonio, fue puesta a prueba y manifestó su firmeza. Subsecuentemente recibió una oportunidad de trabajo en su campo, trabajo que continúa siendo interesante y bien remunerado.

Estoy inmensamente agradecida por esta Ciencia que nos da una comprensión de Dios para que confiemos en ella instantáneamente en cualquier situación. Me impresionó profundamente la dedicación abnegada de la practicista de Ciencia Cristiana y de las enfermeras que atendieron mi caso. El tener un pastor (la Biblia y Ciencia y Salud) siempre a mano, impartiendo las más elevadas ideas espirituales, es una bendición sin fin. En realidad, esta curación fue para la gloria de Dios.


Me es muy grato verificar la exactitud de este testimonio ofrecido por mi esposa, Judy. Su curación fue un ejemplo maravilloso del constante cuidado y protección de Dios, de lo cual han resultado muchas bendiciones.

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