Hace algunos años llevé a varios amigos a hacer un vuelo panorámico en un avión pequeño. Aunque el avión llevaba más carga de lo que permitían los límites de seguridad, no le presté atención al peligro que esto entrañaba. Cuando el tren de aterrizaje se retrajo después del despegue, el equilibrio del peso se alteró, haciendo que el avión volara fuera de control. Este continuó subiendo en posición vertical. Las consecuencias previsibles eran que perderíamos velocidad, caeríamos en tirabuzón y nos estrellaríamos en picada.
Mi querida esposa estaba sentada a mi lado, y declaró en voz alta: “Dios está aquí mismo con nosotros”. Esa declaración de la verdad científica ciertamente me ayudó a eliminar del pensamiento todo temor, y fortaleció mi confianza en la presencia constante de Dios. Fue por medio de la guía divina que pude controlar nuevamente el avión, de manera que aterrizamos en posición normal. Con el impacto, el avión se incendió, pero el cuerpo de bomberos llegó de inmediato y comenzaron a extinguir el fuego. Salimos caminando a salvo del desastre.
El incidente fue filmado por varias estaciones de televisión y se incluyó en el noticiero vespertino. Uno de los reporteros dijo: “Esta noche vamos a mostrarles el milagro de hoy”. Este “milagro” era sin duda la prueba del cuidado de Dios y del poder de la verdad científica, tal como la había declarado mi esposa. En Ciencia y Salud la Sra. Eddy define como milagro: “Lo que es divinamente natural pero que tiene que llegar a comprenderse humanamente; un fenómeno de la Ciencia”.Ciencia y Salud, pág. 591.
La Administración Federal de Aviación decidió rescindir mi licencia de piloto por haber desobedecido las leyes de seguridad. Después de un programa de entrenamiento y un examen intensivos, decidirían si darme o no nuevamente mi licencia. Me vi frente a dos opciones: dejar de volar para evitar el arduo programa de entrenamiento y el examen, o seguir el curso de entrenamiento y dar el examen, lo que sin duda sería una experiencia para aprender humildad.
Sólo razonando correctamente podría encontrar la solución para saber cuál era la decisión correcta. Ciencia y Salud nos dice: “La razón, bien dirigida, sirve para corregir los errores de los sentidos corporales; pero el pecado, la enfermedad y la muerte parecerán reales (así como las experiencias del sueño mientras dormimos parecen reales) hasta que la Ciencia de la armonía eterna del hombre les destruya su ilusión con la ininterrumpida realidad del ser científico”.Ibid., pág. 494. No se puede confiar en el razonamiento humano cuando está basado en la obstinación, el egotismo y la justificación propia. El razonamiento correcto está basado en la realidad del ser científico del hombre como la expresión impecable de Dios. Sólo hay una voluntad verdadera — la voluntad divina de Dios — y el escuchar a Dios nos da la capacidad para razonar correctamente y comprobar la armonía del ser del hombre.
Ciencia y Salud declara: “Las pruebas son señales del cuidado de Dios”.Ibid., pág. 66. ¿Es que Dios nos tienta o nos pone a prueba? ¡No! Su tierno y amoroso cuidado está siempre con nosotros, y nos protege cuando recurrimos a El de todo corazón y escuchamos Su dirección. Entonces, ¿quién nos pone a prueba? El razonamiento deficiente, la justificación propia, la importancia personal, el fariseísmo, nos acarrean las pruebas. Para corregir estos pensamientos erróneos (ya sea que se presenten bajo la apariencia de nuestra propia manera de pensar o la de los demás) es preciso que busquemos la ayuda de Dios para que podamos eliminarlos. Una “prueba” puede despertarnos de un falso sentido del yo y hacer que nuestro pensamiento busque el reino de Dios y Su justicia, como Cristo Jesús nos instó a hacer.
Varios días después del accidente me encontraba en una reunión de ministros religiosos, y uno de ellos me pregunto cómo era que el avión había aterrizado en posición normal permitiéndonos salir de él a salvo. Mi respuesta fue que Dios me había estado dirigiendo. Entonces me preguntó cuál había sido la causa de que el avión volara fuera de control, y le dije que estaba sobrecargado y que yo era el responsable del accidente. Entonces preguntó: “Si Dios le indicó cómo volver a colocar el avión en posición normal, ¿por qué entonces no le dijo que no lo sobrecargara?”
Otro ministro que formaba parte del grupo intervino diciendo: “Dios se lo estaba diciendo, pero él no estaba escuchando”. ¡Qué verdad era ésa! Yo no estaba escuchando. Pensé que podía hacerlo a mi manera.
Después del accidente, cuando me dediqué profundamente a estudiar las Escrituras y el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud, experimenté un maravilloso torrente de comprensión espiritual; me sentí guiado a corregir “los errores de los sentidos corporales” y a escuchar las respuestas de Dios.
En la Biblia, Cristo Jesús narra una parábola acerca de dos hombres que estaban orando. Uno era un fariseo que se consideraba mejor que los demás; el otro era un publicano que “no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador”. Ver Lucas 18:10–14. Al igual que el fariseo, yo tenía que eliminar de mi pensamiento la obstinación, la justificación propia y el convencimiento de estar siempre en lo cierto. Y sabía que eso era posible porque mi verdadero ser, el hombre espiritual de Dios, sólo podía ser gobernado por Dios. Cuando acepté el hecho de que había cometido un error al sobrecargar el avión y que el curso de entrenamiento sólo podría serme beneficioso, mi actitud cambió; ya no sentí que tenía una personalidad superior, como el fariseo, sino que comprendí que sólo podía ser la expresión viviente de la ternura y la humildad, como el publicano.
El entrenamiento de vuelo me llevó mucho tiempo, pero Dios me guió para que fuera superando cada una de las dificultades. Me siento agradecido por la ayuda que me prestó la Administración Federal de Aviación. Cada una de mis necesidades fue respondida por el amor de Dios, y pasé todos los exámenes y controles de vuelo a entera satisfacción de la AFA.
Muchas veces nos sentimos tentados a creer que dominamos la situación por completo y que podemos encontrar nuestras propias soluciones sin la guía de Dios, pero necesitamos orar: “Dame, Señor, humilde corazón, / para lograr mi orgullo dominar”.Himnario de la Ciencia Cristiana, N.° 423. Cuando recurrimos a Dios en busca de ayuda, El nos dirige.
