La labor que yo estaba haciendo para la Sra. Eddy requería que me mantuviese en comunicación frecuente con ella. De vez en cuando la veía varias veces durante la semana. En toda ocasión, ella expresaba un afectuoso interés por mi bienestar y dedicaba un poco de su valioso tiempo para explicarme cómo trabajar en la Ciencia Cristiana. Ella leía mi pensamiento como quien lee un libro abierto y discernía aquello de lo cual yo no estaba consciente, como el temor a la tuberculosis que no había sido sanado. Nunca me habló de ello, pero en varias cartas hizo referencia a los pulmones. Estos pasajes me ayudaron tanto, que cito algunos para que bendigan a otras personas.
En abril de 1907, me escribió: “Querido amigo, mire sobre la nube de los pulmones hasta que pueda ver el rostro del Padre, es decir, un concepto de vida, no en la materia ni de la materia, y este reconocimiento espiritual destruirá la nube para siempre; ciertamente que la destruirá”.
Pocos meses más tarde, recibí la siguiente carta:
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