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We Knew Mary Baker Eddy

Esta serie de artículos es una selección de las memorias de uno de los primeros trabajadores en el movimiento de la Ciencia Cristiana. Estos relatos de fuentes originales que se han tomado del libro We Knew Mary Baker Eddy 1, nos dan una perspectiva de la vida de la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana durante esos años en que se estaba fundando la Iglesia de Cristo, Científico.

Mis atesorados recuerdos de Mary Baker Eddy

[continuación]

Del número de octubre de 1987 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La labor que yo estaba haciendo para la Sra. Eddy requería que me mantuviese en comunicación frecuente con ella. De vez en cuando la veía varias veces durante la semana. En toda ocasión, ella expresaba un afectuoso interés por mi bienestar y dedicaba un poco de su valioso tiempo para explicarme cómo trabajar en la Ciencia Cristiana. Ella leía mi pensamiento como quien lee un libro abierto y discernía aquello de lo cual yo no estaba consciente, como el temor a la tuberculosis que no había sido sanado. Nunca me habló de ello, pero en varias cartas hizo referencia a los pulmones. Estos pasajes me ayudaron tanto, que cito algunos para que bendigan a otras personas.

En abril de 1907, me escribió: “Querido amigo, mire sobre la nube de los pulmones hasta que pueda ver el rostro del Padre, es decir, un concepto de vida, no en la materia ni de la materia, y este reconocimiento espiritual destruirá la nube para siempre; ciertamente que la destruirá”.

Pocos meses más tarde, recibí la siguiente carta:

Pleasant View,
Concord, N.H.
9 de noviembre de 1907

Mi querido amigo: Lea Ciencia y Salud, página 188, § 3, y espero que pueda obtener el significado de lo que le dije durante su última visita.

A los sentidos materiales les parece que el dolor etc. está en los pulmones o en algún otro lugar en la materia, aunque lo cierto es que el dolor o el sufrimiento de cualquier clase no está en el cuerpo o en la materia cuando estamos despiertos, así como no lo está durante el sueño nocturno porque ambos estados son sueños y no constituyen la realidad del ser.

Con todo afecto,

Durante la primavera del siguiente año, en una carta donde me agradecía por unas fresas especiales que le había enviado, me dijo: “Oh que el Amor divino lo alimente y lo satisfaga con un firme sentido de libertad, despertándolo del sueño de vida en los pulmones — lo Infinito en lo finito — y le muestre cómo una mentira se destruye a sí misma al decir ¡soy verdadera!”

La Sra. Eddy tenía un profundo interés en el progreso espiritual de quienes la ayudaban, y daba gran importancia a las actividades que desempeñaban en la curación por medio de la Ciencia Cristiana. En una oportunidad, me dijo, según recuerdo: “Ponga su corazón en comunión con el corazón de Dios. Eso es lo que sana a los enfermos. Corríjase a sí mismo. Comience a practicar ahora y a saber que no es usted quien sana, sino el mantener en sí mismo lo que es correcto”.

Cuando le mencioné que había decidido dejar los negocios para dedicar todo mi tiempo a la práctica, además de servirla a ella y a la Causa, me escribió:

Pleasant View,
Concord, N.H.
2 de marzo de 1903

Querido alumno:

Me alegro que lo haya dejado todo, pero, en realidad, ha dejado nada por algo, y este algo es Todo.

Que Dios bendiga su intención valiente y sincera con grandes frutos.

Tenemos que sanar a los enfermos, a los cojos, a los ciegos. ¿No es esta tarea suficiente? Si yo fuera a mencionar aquello que es más necesario hacer en la tierra, yo diría sane a los enfermos, limpie las manchas del despojado mortal; y entonces será sanado y encontrará felicidad, y esto es suyo. “Bien hecho siervo bueno y fiel”, entre en todo lo que es de valor en el mundo y en el gozo del Señor, la recompensa de la rectitud. Nuevamente, que Dios lo bendiga, querido, y que guíe sus pasos.

Con afecto,
M B G Eddy

Quienes trabajaban para la Sra. Eddy eran bendecidos por esa hermosa cualidad de gratitud que ella expresaba. La gratitud era intrínseca a su naturaleza y siempre florecía de alguna manera agradable, como un regalo o una valiosa declaración de la Verdad, con frecuencia acompañada de una chispa de buen humor, pues ella tenía un buen sentido del humor.

Durante una de mis primeras visitas a Pleasant View, noté que el sillón que la Sra. Eddy usaba con más frecuencia, un sillón tapizado con terciopelo dorado, estaba muy gastado, y decidí darle una sorpresa enviándole uno nuevo. Mandé tomar las medidas exactas para que se hiciera una reproducción. Un día, mientras la Sra. Eddy daba su paseo en coche, retiré el sillón viejo y, en su lugar, puse el nuevo. Junto con el regalo dejé una carta que decía: “Este sillón es obsequiado a la Madre con un sentimiento de amor y gratitud que no puede expresarse en palabras, y mi único deseo es que le proporcione comodidad como a mí me da satisfacción obsequiárselo”. Para finalizar, le agradecía por todo lo que ella había hecho por mí y por toda la humanidad mediante su obra y sus palabras. A la Sra. Eddy le agradó mucho este regalo, y me envió una carta citando estas líneas del poema “El viejo sillón”, de Eliza Cook, muy conocido en aquella época:

¡Me encanta! ¡Me encanta! ¿Y quién se atreverá a reprenderme porque me gusta ese viejo sillón?

 En esta carta, la Sra. Eddy incluyó una tarjeta para que yo asistiera, gratuitamente, a la Clase Normal del Colegio Metafísico de Massachusetts que se llevaría a cabo el siguiente mes de junio.

Este regalo del sillón tiene una secuela. En 1907, mientras se proyectaba la mudanza de la Sra. Eddy de Pleasant View a Chestnut Hill, Massachusetts, una de mis tareas era conseguir que se hicieran reproducciones exactas de los muebles de roble que se hallaban en su sala y en su dormitorio de Pleasant View. Las reproducciones tenían que ser de caoba, en color claro para la sala y en tono oscuro para su dormitorio. Un día, mientras observaba los muebles que iban a ser reproducidos, noté que el sillón que yo le había obsequiado a la Sra. Eddy en 1901, tenía que ser reparado y decidí mandar hacer una reproducción y regalárselo.

Recordando su carta de agradecimiento en la que ella había citado una estrofa del poema “El viejo sillón”, le envié la siguiente nota:

No me atrevería a reprenderla porque le gusta su viejo sillón, pero mandé hacer una reproducción exacta para que no lo eche de menos y usted esté cómoda mientras lo arreglan, de modo que el sillón nuevo pueda colocarse en su nuevo hogar tan pronto como esté listo para que lo use hasta que le envíen el otro. Es con sumo amor y gratitud, y con un sentimiento de que jamás podré saldar mi deuda para con usted, que le ofrezco este obsequio, esperando que le brinde tanta comodidad como pueda ofrecer un objeto terrenal.

En su carta de agradecimiento la Sra. Eddy se refirió a las profundidades de su solitario corazón, que rara vez se sentía acompañado, y nuevamente se refirió al poema “El viejo sillón” citando una frase: “Lo mojé con mis lágrimas; lo envolví con suspiros”. Y con su infaltable sentido del humor, agregó: “Dije suspiros, y no tamaño”. [En inglés, “sighs” y “size” tienen una pronunciación que permite un cómico juego de palabras.]

Después, le envié un platito porque pensé que podía servirle para la bandeja de su almuerzo. Al día siguiente recibí la siguiente carta:

Pleasant View,
Concord, N.H.
10 de marzo de 1905

Mi querido alumno:

Usted es más que una colina [el nombre Hill en inglés quiere decir colina], usted es una montaña, y una morada de ternura, generosidad, Alma. El plato de plata que me envió es muy útil para mantener mi almuerzo caliente. ¿Me permite que se lo pague? Me da pena que gaste su dinero en mí. Es suficiente para mí el saber que cuento con su desvelo por mis necesidades, como siempre lo hace. Que Dios lo bendiga, querido amigo, que lo colme de victorias sobre las falsedades del pensamiento humano y le brinde una dulce paz, eximiéndolo de todo temor. El Amor echa fuera el temor.

Con afecto en la Verdad,
.

Quizás, uno de los regalos más útiles que le hice a la Sra. Eddy fue un estuche para joyas. Me escribió diciéndome que siempre lo tenía en su cómoda y que las divisiones le permitían saber exactamente dónde estaba cada cosa, de modo que podía encontrar lo que quería aun en la oscuridad. Al agradecerme me escribió: “El orden es esencial para mí”. Y terminó la carta con una bendición: “Que las ricas bendiciones del cielo se derramen sobre usted tan suavemente como el rocío sobre las flores”.

Un día, la Sra. Eddy me pidió que comprara sobres adecuados para sus tarjetas de visita. Al dorso de una de las tarjetas que me dio, ella escribió este valioso mensaje: “Con inefable afecto, a mi fiel siervo de Dios”.

Para el pórtico de su casa en Pleasant View, le envié un tapete de goma con la inscripción “Eddy” grabada en el diseño. Me agradeció por escrito, diciendo: “Discúlpeme, pero no sé el nombre de su regalo”. Le respondí: “Puede usted llamarlo un regalo de amor para la Madre, y será el nombre acertado”.

La inmensa gratitud que la Sra. Eddy sentía por su personal, a menudo se expresaba por medio de hermosos obsequios que todos nosotros apreciábamos mucho. En 1904, me envió una moneda de oro de veinte dólares, fechada 1861, y una pequeña reproducción de una fotografía suya que coloqué en un estuche de piel y lo llevaba en el bolsillo del chaleco. Junto con estos regalos me envió una carta que decía: “Acepte mi regalo de oro como símbolo de la Regla de Oro de la vida”. Al agradecerle por sus obsequios, le escribí, refiriéndome a la fotografía: “Tengo un retrato suyo mucho mejor que éste. Es un retrato mental, y lo obtuve estudiando sus obras. Mi deseo es que la luz de la Verdad logre revelar plenamente este retrato en mi consciencia”.

Al año siguiente, me regaló un hermoso relicario de oro con un brillante incrustado, conteniendo otra fotografía suya. Al agradecerle, le escribí, en parte:

Quisiera que hubiese visto mi gozosa sorpresa al abrir la caja y ver los dos rostros, ambos solitarios, uno con el brillo y el simbolismo de la luz de fe y esperanza, la estrella guiadora que condujo a los sabios hacia donde estaba Jesús. El otro, con el brillo y el reflejo del ser espiritual, aumentando su esplendor hasta el día perfecto, mediante la contemplación ininterrumpida del rostro de Dios, el Amor divino, simbolizando la luz interior, “la Luz verdadera, que alumbra a todo hombre [que viene al] mundo”. Contemplaré a menudo este rostro que refleja al Cristo, para recordar a mi mejor y más querida amiga en la tierra, quien firmemente ha seguido los pasos del Maestro, para que yo pueda recibir renovado valor para continuar en el camino.

A la Sra. Eddy le encantaba obsequiar libros, y me regaló varios con su autógrafo. El más querido de todos es el ejemplar de su libro de texto, Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras.

En 1907 los llamados “Next Friends” (Amigos más cercanos) iniciaron un ataque judicial en contra de la Sra. Eddy, con la intención de probar que ella no era capaz de hacerse cargo de sus propios asuntos. Si estos “Amigos más cercanos” hubiesen tenido éxito en su propósito, hubieran tomado posesión, no solamente de la propiedad de la Sra. Eddy, sino también de los derechos literarios de Ciencia y Salud.

En una carta fechada el 24 de marzo de ese año, la Sra. Eddy me decía:

Mi querido alumno:

Le ruego tenga a bien venir el 26 o el 27 de marzo, para que juntos mantengamos la vigilancia durante una o dos semanas, según lo requiera el caso.

Este momento va a poner a prueba a los Científicos Cristianos y el destino de nuestra Causa, y es menester que no sean hallados faltos. Ellos deben olvidarse de sí mismos y recordar solamente a su Dios y a su Mostrador del camino, y su deber de tener un solo Dios y amar a su prójimo como a sí mismos. Veo claramente que la prosperidad de nuestra Causa depende de esto. Que Dios le abra los ojos para percibirlo y que usted acuda a aquella que ha llevado la carga por usted cuando más apretaba el calor del día.

Otros también recibieron la misma tarea, hasta que doce de nosotros estuvimos encargados de hacer trabajo específico.

Durante el transcurso del proceso judicial iba todos los días a Pleasant View después de cada sesión en el juzgado, como portavoz del abogado principal de la Sra. Eddy, el “General” Streeter, con el objeto de informarle sobre el desarrollo del juicio. Ella siempre me recibía de inmediato; evidentemente estaba esperando que yo regresara del juzgado. Conservo un claro recuerdo de ella, sentada en silencio y escuchando lo que yo tenía que informarle. Me recordaba a una gaviota gris, volando con toda calma y serenidad sobre el mar embravecido. Ella tenía plena confianza en el triunfo de la Verdad en este juicio. Recuerdo que una vez me dijo, algo así: “Usted no puede herir a nadie por decir la verdad, y nadie lo puede herir a usted al decir una mentira”.

Por supuesto, lo que mejor recuerdo es ese día memorable cuando acudí de prisa a Pleasant View a decirle que el litigio había terminado, y que ella había ganado. Al oír esto, levantó las manos de los brazos del sillón y las dejó caer de nuevo, e irguió la cabeza, un movimiento muy conocido por todos nosotros cuando ella hacía trabajo metafísico, o cuando estaba profundamente emocionada. Sus ojos tenían esa mirada lejana, como si estuviese contemplando el corazón mismo del cielo.

Casi de inmediato, se dirigió a su escritorio y se puso a escribir por unos minutos. Era una carta llena de perdón hacia uno de los que habían iniciado el juicio. Recordé las palabras de Jesús: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.

La Sra. Eddy me dio instrucciones de las cuales tomé nota de inmediato para mi trabajo sobre ese caso. Ella quiso que la creencia en “litigio” fuese eliminada mediante la metafísica absoluta. Se suponía que yo no debía opinar sobre el veredicto, sino saber que la Verdad prevalecería y que la Mente divina dirigiría el veredicto, lo que, por cierto, ocurrió.

Mi trabajo mental estaba basado en la Oración Diaria del Manual, y también en el Artículo VIII, Sección 6, “Alerta al deber”. La Sra. Eddy señaló la necesidad de combatir el hipnotismo en esta situación. De la Biblia, citó: “El Juez de toda la tierra, ¿no ha de hacer lo que es justo?” (Génesis 18:25). “Ciertamente la ira del hombre te alabará; Tú reprimirás el resto de las iras” (Salmo 76:10). “Sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien” (Romanos 8:28). En cada detalle su instrucción era cristianamente científica.

Demostrando una vez más su viveza de ingenio, la Sra. Eddy me escribió poco antes de que ganara el juicio, firmando su carta de esta forma: “Su mejor amiga, pero no su ‘amiga más cercana’ ” [haciendo referencia al nombre que se había dado a quienes comenzaron el litigio].

Muchas veces me han pedido que describiera a la Sra. Eddy. Recuerdo su porte, sus manos y pies pequeños, su tez delicadamente rosada, y su cabello blanco expresando el encanto de una figura de Dresde. Su rostro casi no tenía arrugas, aunque, debido a su buen humor, tenía pequeñas líneas marcadas a los lados de los ojos. Su boca expresaba firmeza, pero su sonrisa tenía una dulzura inexpresable. Sus ojos eran magníficos; profundos, escrutadores, de mirar lejano, pero a menudo con una luz de felicidad. Su expresión respondía de inmediato a su pensamiento. Tenía un buen sentido del humor y, en medio de los asuntos más serios, tenía tiempo para una palabra humorística o para disfrutar de una situación divertida.

Cuando los que estuvimos asociados con la Sra. Eddy ofrecemos nuestros recuerdos acerca de ella como una “persona corpórea” (Escritos Misceláneos, pág. 152), volvemos a recordar el hecho de que a la Sra. Eddy se la puede conocer solamente a través de su obra realizada para Dios y para la humanidad. Ella descubrió la Ciencia del Ser. La demostró mediante la curación y la puso a disposición de la humanidad de manera práctica. Sistematizó la enseñanza de la Ciencia del Ser, ofreciéndola así universalmente. Escribió el Manual de la Iglesia y, por este medio, aseguró su iglesia contra la “sacrílega polilla del tiempo” (Miscellany, pág. 230); estableció esta “Ciencia eterna” como una “administración permanente” (Ciencia y Salud, pág. 150).

Bajo el título “Pongamos en práctica la Regla de Oro”, la Sra. Eddy escribió en el diario el Boston Globe en 1905: “Los saludables castigos del Amor conducen a las naciones hacia la justicia, la rectitud y la paz, que son las señales del camino de la prosperidad”. Y, como si resumiera su propio logro inmortal, agrega: “Para poder comprender más, debemos practicar lo que ya sabemos respecto a la Regla de Oro, la que, para toda la humanidad, es una luz que emite luz” (Miscellany, pág. 282).

Por medio de Mary Baker Eddy, Dios ha dado a la humanidad la revelación completa y definitiva de la Verdad, la Ciencia divina.

Esta serie de artículos continuará.

1 Publicado por La Sociedad Editora de la Ciencia Cristiana, 1979.

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