Libros, revistas, periódicos, televisión e incluso mucha de la conversación diaria, tienen que ver extensamente con el tema del cuerpo humano: cómo mejorarlo, mantenerlo y embellecerlo. Pero aun en el mejor de los casos, el cuerpo humano tiene sus limitaciones y es vulnerable a ataques de fatiga, tensión, envejecimiento, reacciones químicas, contagios y así por el estilo. Por cierto que podríamos preguntarnos si no hay un cuerpo mejor que el que la humanidad está tratando por siempre de mejorar y medicinar.
La Descubridora y Fundadora de la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens), Mary Baker Eddy, ciertamente pensó así. En Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras pregunta: “¿Qué son el cuerpo y el Alma?” Su respuesta es punto de reflexión, porque ella no se refiere al cuerpo para nada. Empieza diciendo: “La identidad es el reflejo del Espíritu, el reflejo en formas múltiples y variadas del Principio viviente, el Amor”.Ciencia y Salud, pág. 477.
Tal vez ese pasaje indique el hecho de que nuestro concepto actual del cuerpo, es decir, un concepto carnal del ser, necesita cambiarse por la identidad verdadera que se origina y permanece en el Espíritu, Dios.
Pero, ¿qué es la identidad genuina o ideal, el reflejo del Espíritu acerca del cual escribió la Sra. Eddy? Una definición de la palabra ideal es “una concepción de algo en su forma más excelente o perfecta”. Otra definición la describe como “algo que existe sólo en la mente”. En la Ciencia Cristiana, Mente es uno de los sinónimos de Dios, y al hombre verdadero de la creación de Dios se le considera una idea de la Mente, perfecto en forma y naturaleza, pero incorpóreo.
Contrariamente a las teorías populares, las cuales consideran que el hombre es una criatura biológica y dan gran importancia a la dieta y al ejercicio para mantenerlo en buen estado físico, la Ciencia Cristiana, derivando su autoridad de la Biblia, nos lleva a abandonar el concepto material acerca del cuerpo y nos dirige hacia Dios, la Mente divina, para que veamos que la identidad verdadera es espiritual, independiente de la materia. San Pablo lo dijo de esta manera: “Pero confiamos, y más quisiéramos estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor”. 2 Cor. 5:8.
Podríamos preguntarnos: “¿Ignora, entonces, el Científico Cristiano al cuerpo físico en la búsqueda de su identidad mental y espiritual?” No. El libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud, declara: “Dejar de comer, de beber o de vestirse materialmente antes que las verdades espirituales de la existencia se hayan logrado paso a paso, no es legítimo. Cuando pacientemente esperamos en Dios y honradamente buscamos la Verdad, El endereza nuestra vereda. Los imperfectos mortales llegan a comprender la finalidad de la perfección espiritual lentamente; pero empezar bien y continuar la lucha de demostrar el gran problema del ser, es hacer mucho”.Ciencia y Salud, pág. 254.
Incluso nuestros débiles comienzos en el descubrimiento de la Verdad traen resultados maravillosos. A medida que la fe en la materia es reemplazada por la fe en el Espíritu, el cuerpo humano, el cual realmente es la expresión externa u objetivación del pensamiento, mejor proporcionalmente a medida que mejora el pensamiento. Exige menos de nuestra atención, impide menos nuestra actividad, y está menos sujeto a la enfermedad y a tendencias pecaminosas. En otras palabras, oculta menos de nuestra individualidad e identidad verdaderas.
El que no siempre comprendamos este ideal en nosotros mismos o en otros, no debe ser causa de desaliento. La Primera Epístola de San Juan nos dice que, aun cuando ya somos los hijos de Dios, necesitamos conocer a Dios mejor para apreciar ese hecho. Dice: “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro”. 1 Juan 3:2, 3.
Entonces, nuestra meta debiera ser conocer a Dios primero, porque conocer a Dios es conocernos a nosotros mismos como semejanza de Dios. A la inversa, puede decirse que no conocer a Dios es no conocer a Su creación, no conocernos a nosotros mismos y no conocer nuestra propia identidad con El.
Nadie ha comprendido mejor a Dios o demostrado más eficazmente la identidad espiritual dada por Dios al hombre en la semejanza de Dios, que Cristo Jesús. El era capaz de caminar sobre el agua y sustentarse a sí mismo físicamente mediante el “alimento” espiritual, haciendo la voluntad de su Padre. Jesús no sucumbió al pecado o la enfermedad, ni tampoco dejó de ayudar a otros a elevarse por encima de esas tentaciones cuando buscaron su ayuda. Alimentó a multitudes, venció a la muerte tanto en su propio bien como en el de los demás, pasó a través de puertas cerradas, y, por último, ascendió por encima de impedimentos materiales.
¿Cómo logró todo esto? ¿No fue acaso el reconocimiento de su unidad con Dios, el Espíritu, lo que lo capacitó para efectuar esas buenas obras? No hay ninguna indicación de que haya adoptado alguna dieta especial. Dijo a sus discípulos que comieran lo que les pusieran delante, y señaló que no es lo que entra por la boca lo que contamina, sino eso que sale de ella en forma de malos pensamientos, blasfemias y así por el estilo. ¿Ejercicio? Parecería absurdo imaginar que Jesús se hubiera adherido a algún programa regimentado de ejercicio corporal, o que abogara por él, para mantenerse físicamente bien. Tampoco estuvieron los móviles de su vida matizados de vanidad o de exaltación propia. Sólo buscó glorificar a Dios y bendecir a su prójimo. Incluso sus obras sanadoras ilustraban los beneficios que se obtienen de la fe en el Espíritu, Dios, y que la carne carece de provecho. En cierta manera, el concepto que Jesús tenía del cuerpo comprendía el asimilar verdades espirituales y utilizarlas en beneficio de toda la humanidad. Su cuerpo era su vida y sus obras.
Si bien la dieta y el ejercicio, como generalmente se comprenden, no hacen nada para espiritualizar nuestro concepto acerca de nuestro cuerpo, podríamos dar a la dieta un significado mejor. No con un afán material por lo que comemos, sino asimilando sólo pensamientos puros y edificantes, absteniéndonos del egoísmo y la sensualidad, y embebiendo las realidades del Espíritu. Y podríamos hacer “ejercicio” utilizando esos buenos pensamientos en la expresión de un amor desinteresado para con Dios y el hombre. Cada uno de nosotros puede, mediante la dirección de Dios, ser guiado al régimen espiritual que nos sea conveniente. En diaria obediencia a los Diez Mandamientos, al Sermón del Monte y a las leyes del Espíritu reveladas en la Ciencia Cristiana, podemos obtener un mejor concepto del cuerpo, gozar de mejor salud, y, paso a paso, hallar la identidad perfecta y la forma espiritual sin limitaciones que es exclusivamente nuestra como hijos de Dios.
Una amiga mía que trabajaba en el departamento administrativo de un hospital grande, solía venir a mi oficina ocasionalmente a la hora del almuerzo. Con frecuencia hablábamos sobre la naturaleza espiritual del hombre a la semejanza de Dios, y sobre cómo la Ciencia Cristiana define al hombre, y esta idea le interesó. No obstante, me dijo un día que acababa de ver una película sobre anatomía humana. “Tiene usted que admitirlo”, dijo, “el cuerpo humano es un mecanismo maravilloso”. Oré en silencio en busca de una respuesta, luego dije: “Oh, sí, lo es. Pero, ¿acaso no debiera cualquier falsificación ser bastante convincente para que se la tome en cuenta? Con todo, que pensaría usted de un cuerpo que siempre está fresco y bello, uno que no está sujeto a enfermedad, accidentes o decrepitud. ¿Qué pensaría usted de un cuerpo que jamás muere, sino que siempre permite libertad sin límites y gozo genuino, sin la necesidad de acicalarlo, vestirlo, alimentarlo, protegerlo o transportarlo, porque es totalmente espiritual, infinito, la expresión misma de Dios?”
Esta respuesta realmente pareció impresionar a mi amiga, y yo me sentía agradecida por haber sido guiada a lo que debía decir. Por supuesto, todos tenemos que recorrer un camino y progresar antes de lograr el ideal espiritual, pero nuestro Maestro demostró gran dominio espiritual sobre su propio cuerpo, y mediante su ejemplo de regeneración espiritual, podemos abandonar conceptos materiales acerca del cuerpo. El error de los siglos ha sido buscar alguna “fuente de juventud”, alguna manera de perpetuar un sentido agradable de vida en la materia. Pero la vida pertenece exclusivamente al Espíritu. No hay manera de espiritualizar a la carne, pero cuando llegamos a comprender que lo que llamamos carne es simplemente un error en cuanto al hombre, podemos proceder a corregir esa equivocación, a espiritualizar nuestro concepto del cuerpo, y, finalmente, hallar paz y permanencia en el verdadero ser o identidad espirituales.
El negar la identidad material exige vigilancia constante. El mundo continuamente nos la está imponiendo ante nuestro pensamiento. Los medios de información de hoy en día quisieran doblegarnos con leyes médicas y fisiológicas concernientes a lo que es bueno y malo para el cuerpo. Muchas de ellas incluso se contradicen unas a otras a medida que nuevas creencias desplazan a las viejas creencias, o a medida que una escuela de pensamiento enfrenta a otra, pero todas ellas mantienen al pensamiento en sujeción a un organismo material.
Si hemos de hallar nuestra individualidad espiritual, nuestra identidad verdadera, no debemos permitir que se nos enrede con falacias populares que conducen a ideales imposibles. Necesitamos, más bien, que se nos forme de nuevo día a día, y el libro de texto nos dice cómo: “La consciencia construye un cuerpo mejor cuando la fe en la materia se ha vencido. Corregid la creencia material con la comprensión espiritual, y el Espíritu os formará de nuevo”.Ciencia y Salud, pág. 425. En esta renovación del Espíritu, progresivamente abandonamos el falso concepto llamado corporeidad y hallamos nuestra verdadera identidad como hijo de Dios, Espíritu, y esta identidad es todo lo que debiéramos desear o que, en realidad, podemos tener.
