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Cuando encontré la Ciencia Cristiana hace más de cinco años, la...

Del número de octubre de 1987 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando encontré la Ciencia Cristiana hace más de cinco años, la vida por cierto me parecía oscura. Vivía sola, con una entrada que apenas me alcanzaba para subsistir, y tenía pocas amistades. Además había estado buscando trabajo por algún tiempo, sin resultado alguno. Muchos años antes, me había alejado de toda religión con cierto resentimiento, pensando que Dios me había abandonado durante una serie de terribles acontecimientos ocurridos en mi infancia, los cuales no había podido controlar. No había orado conscientemente por unos diez años. Ahora, sin embargo, no tenía a dónde volverme, porque todos mis esfuerzos humanos habían fallado y me encontraba profundamente desalentada. Todavía era yo una mujer joven y no podía resignarme a la idea de vivir el resto de mi vida en la pobreza y la desesperación.

Como se ha dicho muchas veces “la necesidad extrema del hombre es la oportunidad de Dios”, recuerdo haber orado: “ ‘Sea hecha Tu voluntad’. Muéstrame qué quieres Tú que yo haga”. No mucho después, fui a tomar desayuno con una amiga que siempre era muy alegre. Le dije que creía que ella tenía una fuente de fortaleza en su vida y le pregunté qué era. Con gran amor y generosidad, mi amiga me habló de la Ciencia Cristiana. Después de desayunarnos, fuimos a su apartamento y me dio algunos ejemplares de literatura periódica de la Ciencia Cristiana. Esto fue un sábado. Cuando le pregunté si podía ir con ella a la iglesia al día siguiente, me invitó encantada.

No estoy muy segura de cuánto comprendí del servicio religioso, pero me impresionó su sencilla elegancia y su carencia de rituales. Cuando mi amiga me preguntó si me gustaría tener un ejemplar del libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, acepté con mucho agrado. A partir de entonces, por más de un año, nunca dejé de asistir ni a un solo servicio dominical, aun cuando tenía que caminar más de un kilómetro y medio de ida y vuelta, bajo toda clase de clima. Recuerdo especialmente la semana siguiente a ese primer domingo, porque me apresuraba lo más posible por regresar a casa después del trabajo para leer Ciencia y Salud. Sentía que había hallado la verdad que había anhelado toda mi vida, aunque sólo estaba comenzando a comprenderla. Me encontraba rebosante de entusiasmo y de sed de aprender más acerca de Dios.

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