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“Rodeado estoy de Amor y de bondad”.

Del número de octubre de 1987 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


“Rodeado estoy de Amor y de bondad”. Estas palabras del Himno N.° 64 del Himnario de la Ciencia Cristiana, han llenado mi corazón de gozo durante muchos años. Mas no siempre sentí este gozo. Antes de saber acerca de la Ciencia Cristiana, tenía muchos problemas. Después del nacimiento de mi primer hijo, tuve una mala caída. Seis semanas más tarde, debido a que todavía me sentía dolorida, me llevaron a un hospital. Allí me informaron, que entre otras lesiones, tenía unas vértebras machucadas. Cuando regresé a casa, me desmayé y me volví a caer varias veces.

Una querida tía me animó a que estudiara la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens), pero le respondí que estaba contenta en la iglesia a la cual asistía. Más adelante, di a luz mellizos. Cuando ya hacía un año que la niña caminaba, el niño aún no había podido hacerlo, y tuvo que estar internado en el hospital varias veces. Desalentada le escribí a mi tía y le dije: “Si tú crees que la Ciencia Cristiana puede ayudar, puedes orar por el niño”. Al cabo de tres semanas, mi hijo caminaba por todas partes como lo hacía su hermana. Fue entonces que comencé el estudio de la Ciencia.

La próxima curación fue la que tuvo su hermana melliza. Cuando íbamos por la carretera en auto, la niña abrió la puerta de atrás del coche y se cayó en la carretera. Cuando llegamos a auxiliarla, estaba sangrando mucho y parecía que no podía oír. Yo había memorizado la definición de Iglesia en la página 583 de Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, y había estado tratando de comprenderla mejor. Comienza así: “Iglesia. La estructura de la Verdad y el Amor; todo lo que descansa en el Principio divino y procede de él”.

Mientras íbamos hacia casa en el auto, pasamos por una iglesia en las afueras de la ciudad. El sol brillaba sobre el edificio y, repentinamente, el significado espiritual de Iglesia llenó mi pensamiento, fue una revelación hermosa que nunca olvidaré.

De pronto, la niña se sentó y dijo: “¿A dónde vamos?” Mi esposo (que no era Científico Cristiano) nos llevó al consultorio de un médico, y allí las enfermeras limpiaron la cara y el cuerpo de la niña. Después de examinarla, el médico nos dijo que la niña no tenía nada y que podíamos continuar nuestro camino. Luego recobró la facultad de oir, y no había marca o cicatriz alguna en su cuerpo.

Después de esto comencé a tener esperanzas en que yo podía sanar. Comencé seriamente a leer la Biblia y Ciencia y Salud. Durante ese tiempo quedé embarazada. Los desmayos y caídas ocurrieron muchas veces, como había sucedido antes. En el sexto mes del embarazo estuve inconsciente durante varias horas. El médico insistió en que fuese al hospital. Los mismos médicos que me habían examinado varias veces durante los ocho años anteriores dijeron que era muy poco lo que podían hacer para ayudarme. A la vez dijeron que debía quedarme esa noche en el hospital, y que en la mañana tratarían de hacer algo para que el embarazo no continuara a fin de salvar mi vida.

En lugar de quedarme en el hospital, regresé a casa y decidí aferrarme a lo poco que sabía de Ciencia Cristiana. A pedido mío, una enfermera de la Ciencia Cristiana vino y me ayudó durante los tres meses siguientes. Nació entonces un hermoso varón de manera normal. Más adelante me curé total y perfectamente de las vértebras machucadas, y me vi libre de todo dolor por primera vez en muchos años. Y desde entonces, siempre he estado libre de este problema. (También debo agregar que éste fue el primer parto normal sin dolor que hasta entonces había tenido.) “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos”, dice la Biblia (Hebreos 4:12).

Posteriormente, cuando mi matrimonio fracasó, las palabras del himno citadas más arriba me obligaron a considerar y contemplar un sentido más elevado de amor. A medida que oraba, maravillosas cosas comenzaron a desarrollarse. Justamente había terminado de enseñar un trimestre en la escuela. El día que terminaron las clases, mi hermano, que vino manejando desde otro estado, se encargó de llevar mis muebles a depósito, y luego me llevó con los niños a casa de mis padres en otro estado. Seis semanas más tarde di a luz dos niñas mellizas. Con ocho niños, mi necesidad era tener una casa.

Una mañana, me sentí guiada a ir hasta la ciudad donde tenía esperanzas de vivir. Allí fui a visitar a un amigo que sabía que yo estaba buscando una casa. Y me dijo: “Le he encontrado una casa si es que usted la quiere”. Fui a ver el lugar y firmé los papeles ese mismo día. Me fue posible pedir prestado el dinero necesario aunque no tenía fianza. Nos mudamos un viernes, y las clases comenzaron el lunes siguiente.

La casa fue una bendición para nosotros y para muchos otros en los años sucesivos. Cuando se edificó una base de la Fuerza Aérea a catorce millas de la ciudad, los jóvenes Científicos Cristianos que estaban allí estacionados y que frecuentemente visitaban nuestro hogar, llamaban a nuestra casa “un pequeño rincón del cielo” porque allí podían estudiar en paz.

En cierta ocasión, estaba preocupada por mis finanzas. Cuando llamé a un estimado practicista para que me ayudara por medio de la oración, me recordó acerca de que Cristo Jesús había alimentado a cinco mil personas. Esto me ayudó a percibir que podía alimentar a mis hijos, y mantuve mi confianza en Dios. Más tarde, un señor que condujo su auto hasta la entrada del jardín me preguntó si me gustaría ser vendedora en una compañía de artefactos eléctricos para el hogar. En ese entonces, se había instalado la electricidad en nuestra zona, y tomé el empleo. Dios fue dirigiendo todos mis días, y toda necesidad fue satisfecha desde entonces. Poco tiempo después de esto, me casé con mi segundo esposo, un hombre a quien había conocido toda mi vida. Juntos pasamos treinta y seis años de feliz matrimonio.

El saber que estaba rodeada del gran amor y bondad que Dios verdaderamente tiene para el hombre, ha constituido una luz que me ha guiado en mi atareada vida. La Sra. Eddy escribe (Escritos Misceláneos, pág. 250): “Exijo mucho del amor, exijo pruebas eficaces en testimonio de él y, como su resultado, nobles sacrificios y grandes hazañas”. Estoy muy agradecida por haber recibido instrucción en clase Primaria de Ciencia Cristiana de un maestro de mentalidad pura, y, también, por su ayuda mediante la oración a través de los años. Estoy ciertamente muy agradecida por las muchas bendiciones que he tenido en la Ciencia Cristiana.


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