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Mi corazón rebosa de gratitud por una lección que aprendí sobre...

Del número de octubre de 1987 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Mi corazón rebosa de gratitud por una lección que aprendí sobre relaciones humanas, una lección que nunca hubiera aprendido sin las enseñanzas de la Ciencia Cristiana para guiarme. Siento que puede haber personas que se beneficiarán con mi testimonio, y por eso lo ofrezco afectuosamente.

Siempre he sido lo que las amistades y los parientes llaman “una buena hija”, haciendo todo lo que estaba a mi alcance por mis padres, a quienes amaba profundamente. Hacía esas cosas porque quería, no porque me sintiera obligada a hacerlas. Pero nunca sentí que había tenido éxito en ayudar a mis padres a vencer un problema de depresión que ambos parecían tener. Cuando me iba, después de visitarlos, me sentía frustrada. Entonces tenía que trabajar mucho para mantener mi gozo. Sabía que yo no debería tener un sentido de responsabilidad agobiante por ellos, pero dejar esa pesada carga me era muy difícil.

Un mes de marzo, cuando mi esposo y yo estábamos en el Lejano Oriente, recibí una llamada telefónica de la familia. Nos fuimos inmediatamente, volando a través del mundo para estar con la familia, pues mi padre estaba enfermo. Cuando llegué, nada de lo que yo hacía le interesaba. Se volvió difícil y de carácter agresivo, mientras que antes, siempre habíamos tenido una relación maravillosa y amorosa.

Un día, me dijo: “¡No me juzgues, solamente ámame!” Esto me despertó. Me había sentido tan agobiada por el problema. Era claro que mi padre quería que yo lo liberara, que no me atara a él. ¿Sería posible simplemente dejarle sus problemas a él? Volví a leer un artículo de un número del Christian Science Sentinel, que un amigo me había regalado. El artículo decía que cada individuo necesita que se le permita resolver sus propios desafíos. Al leer esto de nuevo, sentí un gran alivio. Pude meramente amar a mi padre y sentir ternura hacia él, diciéndole cuán maravilloso él había sido siempre para mí. Poco tiempo después falleció en paz.

Después del fallecimiento de mi padre, mi madre comenzó a depender excesivamente de mí. La traje a mi hogar y, después, la interné en una institución donde recibía excelente cuidado. Ella no estaba contenta y se quejaba frecuentemente de que yo no estaba lo suficientemente con ella. Era muy importante para mí ver que Dios la había creado, que ella era Su hija, así como todos lo somos, y que, por lo tanto, ella era perfecta y estaba satisfecha.

La situación no fue resuelta de inmediato, pero, para resolverla, me ayudaron unas maravillosas vislumbres de los versículos bíblicos, donde leemos que Dios nos dice que somos Sus testigos: “Vosotros sois mis testigos, dice Jehová” (Isaías 43:10), y “el testigo verdadero no mentirá” (Proverbios 14:5). Razoné que, si yo era testigo de Dios, entonces mi trabajo era ver lo que El ya había hecho, ver Su creación. Un testigo en la corte tiene que tener mucho cuidado de decir la verdad, y solamente la verdad sobre el caso. Un testigo nunca es responsable de cambiar un caso, dictaminar sobre un caso, o de decidir algo, sino solamente de decir la verdad.

Me convertí en testigo de la mejor manera que pude comprender negándome a aceptar lo que no era verdad sobre mi madre. A veces, me sentí guiada a expresar la verdad acerca de su ser real y espiritual, en otras ocasiones fui testigo silencioso, afirmando su naturaleza pura y perfecta como hija de Dios. La carga que llevaba se hizo más liviana. Percibí que mi mayor responsabilidad era ser testigo solamente. Al recordar el consejo de San Pablo (Filipenses 2:12), sabía que yo no era responsable de la salvación de otro, sino de la mía propia.

¡Entonces aconteció lo más insólito! Gradualmente, mi querida madre comenzó a liberarme. Dejó de quejarse conmigo en todo momento y comenzó a encontrar razones para sentirse agradecida. Alababa a aquellos que antes criticaba. Un cambio sumamente maravilloso ocurrió en nuestras relaciones. Ya no era yo su “niña pequeña”. En cambio, éramos amigas queridas. Poco tiempo después, me fue necesario mudarme con mi esposo a otro lado del país. El despedirme de mi madre fue una experiencia muy amorosa, y al irme me sentí totalmente liberada.

Ahora veo la importancia de confiar a nuestros queridos familiares al cuidado de Dios, y, a la vez, reconocer que esto puede hacerse con absoluta confianza de que Su amor todo lo abarca. ¡Qué libertad maravillosa ofrece esta Ciencia del Cristo! Cada día estoy más agradecida a Dios por la Ciencia Cristiana, el magnífico regalo que la Sra. Eddy ha dado al mundo necesitado.


Quisiera verificar el testimonio de mi madre. Mamá siempre ha sido la pacificadora de la familia, la que siempre se desvive porque todos estén contentos y por mantener todo en armonía.

Cuando ocurrió la situación con sus padres, la irritabilidad y las quejas constantes que ocurrieron por algún tiempo parecían demasiado fuertes, aun para mamá, para resolver y seguir manteniendo su gozo. Pero fue debido a esta situación difícil que ella comprendió que su habilidad para sentirse gozosa, adaptable y apacible realmente venía de Dios. Este conocimiento fue lo que la fortaleció, y le permitió hacer frente a las exigencias impuestas en ella con fortaleza y gozo.

Yo también noté un gran cambio en mamá, pues dejó de sentirse tan responsable por la felicidad de los demás, no solamente de sus padres, sino también de otros miembros de la familia y amistades íntimas. Esta es una carga que nunca estamos obligados a llevar, y yo estoy agradecida por haber visto los resultados en mamá al liberarse de ese falso sentido de responsabilidad, y ser testigo de la verdadera naturaleza de mis abuelos como hijos de Dios.

Durante esta época yo no había estado en comunicación con mi abuelo, pero visitaba a mi abuela y vi un cambio dramático en ella. Anteriormente, en la mayoría de las ocasiones cuando mis hijos y yo la visitábamos, ella actuaba como si nuestra presencia fuera una carga y nos pedía que esperáramos en la antesala para así ella estar sola con mi madre. Su actitud gradualmente cambió, y, finalmente, estaba sonriente durante nuestras visitas y nos hacía preguntas acerca de los niños y de mí. Estoy tan agradecida por haber sido testigo del desarrollo espiritual de mis abuelos y de mi mamá. Agradezco sus esfuerzos por liberarse de viejas maneras de pensar y actuar. ¡Me alienta a hacer lo mismo!


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