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Las aguas hurtadas y el pan comido en oculto

Del número de octubre de 1987 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hay un elemento en el pensamiento humano que disfruta salirse con la suya cuando hace algo incorrecto. Con una ilusión y satisfacción secreta alguien puede tener esperanzas de adquirir algún dinero que no le pertenezca, y así disfrutar de ciertas cosas adicionales que pueda comprarse. O quizás, alguien robe un automóvil para dar un corto paseo, sintiendo que ha podido burlarse de otros porque no ha sido capturado. Un versículo en Proverbios presenta a una mujer insensata diciéndole a un transeúnte: “Las aguas hurtadas son dulces, y el pan comido en oculto es sabroso”. Prov. 9:17.

Muchas personas se ganan la vida por medios pecaminosos públicamente condenados, tales como la venta de drogas, la prostitución, el robo y aun el crimen. La mayoría de nosotros distamos mucho de tan deplorable condición de inmersión en el evidente pecado. Pero, ¿habrá etapas en nuestra vida en que experimentemos cierto deleite cuando estamos haciendo algo indebido? Si es así, entonces es necesario liberarnos del amor al pecado.

¿Por qué? Porque el pecado de cualquier tipo nunca resulta en una bendición. Aunque encontremos placer momentáneo en el mal, esto nunca produce un bien duradero. El versículo arriba mencionado de Proverbios, es seguido por otro con un tono muy sensato, describiendo lo que le espera a la víctima poco cautelosa: “Y no saben que allí están los muertos; que sus convidados están en lo profundo del Seol”. Prov. 9:18. ¡Esta no es una condición muy feliz para aquellos que pecan y creen que lo disfrutan!

Las enseñanzas de la Ciencia Cristiana refuerzan el punto vital de que el amor al pecado trae esclavitud y limitación. En el libro, Ciencia y Salud, la Sra. Eddy escribe: “El temor a la enfermedad y el amor al pecado son las causas de la esclavitud del hombre”.Ciencia y Salud, pág. 373.

¿Esclavitud a qué? Bueno, primeramente, al temor. Y debido a que los hombres tienen un sentido inherente al conocimiento de que el pecado es malo, existe el temor al castigo. Con la excepción del idiota moral, la mayoría de las personas están conscientes de que algún tipo de castigo existe para el crimen.

Sin embargo, hay muchas malas acciones que no se castigan por las leyes del país. Por ejemplo, la crítica injustificable de otros. Muy a menudo, la crítica es el único ingrediente que algunos encuentran para que una conversación sea animada. Hay muchas “aguas hurtadas” que creemos que son “dulces”. Por tanto, nos complacemos en ellas.

Pero la Ciencia Cristiana no sólo enseña que el pecado trae esclavitud, sino que también enseña que la humanidad puede liberarse del pecado. Si queremos encontrar el gozo y la libertad que acompañan la ley de Dios de pureza e integridad, ¿cómo lo podemos hacer? Mediante un profundo deseo por el bien. Mediante el deseo de hacer lo correcto. Y si al presente no queremos hacerlo, entonces hay que desear hacerlo. Al ver que el pecado actualmente no trae gozo duradero y que la identidad espiritual verdadera es sin pecado, esto nos ayuda a ceder nuestro apego al mal.

La admisión de que ningún pecado existe en Dios, la Mente divina, empieza a eliminar el apego al mal. Ciencia y Salud declara: “La reforma viene al comprender que no hay placer duradero en el mal, y también al adquirir un afecto por el bien de acuerdo con la Ciencia, la cual revela la verdad inmortal de que ni el placer ni el dolor, ni los apetitos ni las pasiones, pueden existir en la materia o debido a ella, mientras que la Mente divina puede destruir y destruye las creencias erróneas de placer, dolor o temor y todos los apetitos pecaminosos de la mente humana”.Ibid., pág. 327.

El gozo duradero y la paz mental profundamente cimentada son tesoros seguros para el obediente y puro de corazón, para aquellos que aman a Dios, el bien.

Cristo Jesús fue el hombre más puro que el mundo jamás haya conocido. Su fidelidad a su Padre celestial y a las leyes divinas del bien parece extraordinaria en esta época — de hecho, en cualquier época — cuando lo incorrecto es aceptado como algo común y corriente. Sin embargo, Jesús no era ingenuo sobre las cosas del mundo. La obediencia a la ley moral y espiritual de Dios lo fortaleció en sus demostraciones del poder omnipotente y sanador de Dios. Su sentido puro del bien era meticulosamente justo y firme.

El ejemplo de Jesús nos demostró la necesidad de estar alerta al reconocimiento de la autoridad de nuestro Padre celestial si nos sentimos tentados a dar rienda suelta a la vanidad personal. Cuando un joven se dirigió a Jesús con las palabras “Maestro bueno”, la rápida respuesta fue reveladora. “¿Por qué me llamas bueno?” dijo Jesús, “Ninguno hay bueno, sino sólo uno, Dios”. Marcos 10:17, 18.

La pureza obtenida mediante la obediencia a las leyes de Dios, fortalece nuestra capacidad para sanar al enfermo y al pecador. La bondad espiritual de Jesús lo vinculaba con el poder sanador de Dios, el Amor divino. Cuando estaba pasando entre una multitud cerca de Jericó, Jesús oyó el llamado de auxilio de Bartimeo: “Jesús, hijo de David, ten misericordia de mí”. El Evangelio según San Marcos relata la curación de esta manera: “Y Jesús le dijo: Vete, tu fe te ha salvado. Y en seguida recobró la vista, y seguía a Jesús en el camino”. Ver Marcos 10:46–52.

El placer momentáneo del pecado engañoso forjado por la voluntad humana, no puede ser comparado con la libertad gozosa y la regeneración mora que acompañan una comprensión de Dios, el bien. Las recompensas precarias de las malas acciones, son como el rocío reluciente que se desvanece rápidamente con el calor del día. El mal no tiene gozo verdadero, porque está basado en la creencia de que la vida está separada de Dios. Como, en realidad, no hay ninguna existencia verdadera separada de Dios, el mal no tiene fundamento. El pecado no puede sostener el gozo. Es como un barril sin fondo.

Al nosotros identificarnos como los hijos impecables de Dios, manifestaremos un afecto más profundo por el bien. También sentiremos una satisfacción más profunda con nuestra identidad verdadera semejante a Dios. Una satisfacción que muy a menudo se busca pero no se encuentra en la existencia mortal y en el mal.

El hombre de Dios está contento y satisfecho. El se goza en el bien, el cual es su fortaleza y recompensa. La individualidad del hombre es completamente pura e ilimitada; el pecado, que se destruye a sí mismo, no lo limita. Al admitir nuestra única pureza a la manera del Cristo, veremos que el mal naturalmente va desapareciendo de nosotros; lo desechamos por ser inútil. Nuestro gozo sin limitaciones como los santos de Dios aparecerá más firmemente, y empezaremos a experimentar la realización y la satisfacción del verdadero progreso espiritual.

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