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Podemos tener todo lo que necesitamos

Del número de octubre de 1987 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

The Christian Science Monitor


Tal vez usted se esté preguntando cómo hará para pagar las cuentas de este mes, o dónde encontrará su próximo trabajo, o aun su próxima comida. De ser así, espero que este artículo llegue a su corazón con un mensaje muy especial, un mensaje que le diga que usted está, y estará, siempre cuidado.

Este es el mensaje que encontré en las enseñanzas de Cristo Jesús, un hombre cuya compasión no ha sido superada. En su Sermón del Monte, Jesús habló tiernamente del amor de nuestro Padre celestial, diciendo: “¿Qué hombre hay de vosotros, que si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pescado, le dará una serpiente? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?” Mateo 7:9–1.

Jesús dijo que el amor y el cuidado de Dios para con el hombre son constantes, y él expresaba ese amor mediante sus obras sanadoras, que mostraron la naturaleza práctica de su enseñanza.

El mismo amor que motivaba a Jesús, está con usted ahora, porque es una expresión del Amor divino y omnipresente. La Sra. Eddy trabajó para mostrar a la humanidad que el amor de Dios por Sus hijos no ha cambiado. Su libro, Ciencia y Salud, nos muestra, en conformidad con la Biblia, que el hombre es la imagen bendita de Dios, siempre sostenida en Su amor. Pone énfasis en el concepto de que el hombre, como la semejanza de Dios, el Espíritu, está ampliamente provisto de los recursos inagotables del Espíritu. Este es un hecho espiritual que podemos empezar a demostrar en nuestra propia vida.

Por ejemplo, hace unos años me encontraba sin dinero y con pocos comestibles. El cheque de pago que iba a recibir esa semana estaba destinado a pagar cuentas, como lo había estado el anterior. Y seriamente me pregunté cómo haría para comer. Esa mañana, mientras iba camino al trabajo, no pude evitar sentir que, sencillamente, no era justo que pasara hambre. Al pagar mis cuentas, había hecho justamente lo que era correcto. No había estado viviendo frívolamente, y mi trabajo era lo mejor que había podido encontrar en aquel momento. Entonces me di cuenta de que realmente no era justo que pasara hambre, y sabía que no tenía que sufrir por hacer lo que estaba bien. Recordé algo que había leído en Ciencia y Salud esa mañana: “Tranquilicémonos con la ley del Amor. Dios nunca castiga al hombre por hacer lo que es justo, por labor honrada o por actos de bondad, aunque lo expongan a la fatiga, al frío, al calor o al contagio. Si el hombre parece sufrir un castigo a causa de la materia, eso es sólo una creencia de la mente mortal, no una ley de la sabiduría, y el hombre sólo tiene que iniciar su protesta contra esa creencia a fin de anularla”.Ciencia y Salud, pág. 384.

Bueno, pensé, iniciaré mi protesta y confiaré en la ley del Amor. Todo ese día trabajé con cariño para alejar mis pensamientos de esa difícil situación y ver, en cambio, de cuántas maneras ya Dios estaba cuidándome. De una manera que no había siquiera considerado, mis necesidades fueron satisfechas. Pude pagar las cuentas del mes y poner comestibles en la alacena. Pero, todavía más importante fue que me acerqué más a Dios al hacer todo lo que tenía que hacer, y esa manera de vivir me aportó un sustento que fue más allá de dinero y comestibles.

El amor que Dios tiene por usted es un hecho. Sean cuales fueren las circunstancias del momento, usted puede comenzar a demostrar que, verdaderamente, nunca está sin Su infinito cuidado.

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