¿Qué sabía yo de Cristo Jesús antes de estudiar la Ciencia Cristiana? Muy poco; no me interesaba mucho. En mi limitado juicio, tenía la impresión de que él había condenado fríamente a todos los que no eran creyentes al fuego del infierno. Pensaba que nuestro Salvador debería haber sido un poco más compasivo. Y no me interesaba saber mucho más acerca de él.
Cuando comencé a concurrir a los servicios religiosos de la Ciencia Cristiana y a estudiar la Biblia y el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, descubrí que estaba totalmente equivocada con respecto a Jesús. Abrí mi pensamiento y los ojos, ¡y vi que había mucho que aprender acerca del Mesías! No era Jesús, sino yo misma, quien me estaba condenando a una existencia sin amor por no conocer y aceptar el gran amor de Dios por el hombre, tan claramente demostrado en la vida y las enseñanzas de Jesús.
Claro que el amor por el Maestro no puede ser forzado. La reverencia mecánica o inspirada por el temor es de poca utilidad. He llegado a percibir que la verdadera gratitud entraña el apreciar la vida y obras de nuestro Salvador. Y las apreciamos mejor cuando aprendemos a seguirlo a él.
Como cristianos, todos naturalmente queremos honrar a Cristo Jesús, pero no sólo una o dos veces al año, o una o dos veces por semana. En vez de una breve y ligera apreciación, es necesario meditar sobre sus palabras y aprender de ellas. Después que Jesús resucitó de la tumba, preguntó a su discípulo Simón Pedro: “¿Me amas más que estos?” Este le respondió firmemente que sí. A lo cual, le ordenó Jesús: “Apacienta mis corderos”. Ver Juan 21:15–17.
El amor, pues, no puede ser expresado plenamente en el culto público, o creyendo meramente que Jesús es el Hijo de Dios y manteniendo oculto el amor que sentimos por él. Debemos apacentar sus corderos. Obedecemos esta orden cuando amamos a Dios con todo nuestro corazón y amamos a su rebaño — a nuestro prójimo — como a nosotros mismos (ver Lucas 10:25–28). El Mostrador del camino dijo a sus discípulos: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros”. Juan 13:34.
A medida que comencé a aprender de los Evangelios, y apreciarlos, mi estudio de la Ciencia Cristiana destruyó los conceptos erróneos que tenía del Mesías como frío e implacable. Como el Hijo de Dios, Jesús ejemplificó supremamente cada una de las cualidades de su Padre; él expresó al Cristo. En Ciencia y Salud leemos: “El Cristo es la verdadera idea que proclama al bien, el divino mensaje de Dios a los hombres que habla a la consciencia humana”. Y más adelante: “Jesús demostró al Cristo; probó que el Cristo es la divina idea de Dios — el Espíritu Santo, o Consolador, que revela al Principio divino, el Amor, y conduce a toda la verdad”.Ciencia y Salud, pág. 332. La humildad, el amor, la pureza, la compasión — cada una de las cualidades divinas o derivadas de Dios — eran la base de cada acción de Jesús. Si somos cristianos sinceros, no podemos hacer menos que llevar su ejemplo en nuestro corazón todos los días.
¿Qué es lo que el Cristo, “el divino mensaje de Dios a los hombres”, nos está diciendo ahora mismo? Que nunca estamos separados de la totalidad de Dios, de Su bondad y amor. Porque el Cristo, la idea espiritual y divina, está eternamente presente como la naturaleza verdadera e inmortal del hombre. Y la identidad real de todos nosotros es espiritual, y refleja por completo al Espíritu, Dios. Esto está establecido en la Biblia, en el primer capítulo del Génesis, y la vida de Jesús lo demostró en el grado más alto posible.
Las pruebas certeras que nuestro Maestro ofreció de su naturaleza semejante al Cristo, las curaciones del pecado, la enfermedad y aun la muerte, son hechos que merecen más que una reflexión ocasional. Se relacionan con nosotros. Son las obras que Jesús dijo a sus seguidores que ellos harían. Y la Ciencia Cristiana, al explicar las leyes divinas que sostenían sus obras, nos muestra cómo demostrar que estas leyes operan eternamente.
Por cierto que las obras del Mostrador del camino nos aseguran amorosamente que Dios es nuestro Padre, y que El nos ama y cuida por ser Sus hijos. Pero también nos muestran que podemos apacentar los corderos de nuestro Maestro. Podemos ayudar y sanar.
¿Cómo podemos hacerlo? Mediante la oración — la oración que afirma el poder sanador de Dios, la Verdad, y que no meramente ruega por cosas; la oración que se demuestra en el amor por el bien, y en el constante apartarse del mal; la oración que tiene compasión de la humanidad y percibe la discordancia tal como es: una ilusión, un sueño, destruido por el Cristo, la Verdad. Así, cuando seguimos paso a paso al Maestro, nuestras vidas comienzan a mostrar las promesas de la Biblia, cumplidas e iluminadas. La vida de Jesús es una constante inspiración a medida que damos testimonio de la santidad del hombre.
Estoy muy agradecida por el aprecio y amor genuinos que ahora siento por Cristo Jesús, y por la consciencia del amor de Dios que la Ciencia Cristiana me ha dado. Jamás podemos estar sin la influencia consoladora y protectora del Amor divino. Tampoco podemos estar sin el Cristo, el carácter espiritual del hombre, en quien se halla la verdadera naturaleza de cada uno. ¡Qué gozo puede darnos a todos aprender esto!