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Hay alumnos que asisten a las Escuelas Dominicales de la Ciencia Cristiana...

Del número de diciembre de 1987 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hay alumnos que asisten a las Escuelas Dominicales de la Ciencia Cristiana cuyos padres no practican esta Ciencia. Para estos niños ofrezco especialmente y con mucho cariño mi testimonio.

Aunque mis padres no eran miembros de una iglesia filial o de La Iglesia Madre, ellos reconocían el tremendo valor que tenía el que yo asistiera a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana durante los años de mi crecimiento. Siempre estaré agradecido porque me inscribieron en la Escuela Dominical de una iglesia filial local. Aunque no asistía con regularidad, cuando lo hacía, sentía la bondad y el amor del maestro de la Escuela Dominical y de los demás alumnos. De ninguna manera me sentí jamás como un advenedizo. Las lecciones espirituales que aprendí fueron una gran ayuda para mí durante un grave problema que tuve cuando era niño, y éstas continúan bendiciéndome hoy en día.

Una mañana, cuando contaba ocho años de edad, me desperté y me di cuenta de que no podía moverme. Estaba tan asustado que lo único que pude hacer fue ponerme a llorar. Cuando mis padres vinieron a ver qué ocurría, pronto se dieron cuenta de que algo estaba mal. Mi padre me llevó cargado hasta el auto y fuimos al hospital local. Después de un minucioso examen y de haber tomado varias radiografías, diagnosticaron que tenía neumonía y que un pulmón había sufrido un colapso. Se nos informó que este pulmón tendría que ser extraído y debían operarme en unos dos días.

No puedo expresar cuán grande era mi temor. Tuve que quedarme en el hospital, y cuando mis padres se fueron me sentí completamente solo. Al día siguiente, mis padres vinieron a visitarme y me explicaron por qué tenían que operarme. Pronto los tres estábamos llorando.

Esa noche sentado a solas en la cama, recordé esta frase escrita en la pared de la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana a la que asistía: “Dios es Amor”. Oré en silencio. Recordé que mi maestro nos decía que Dios ama mucho a Sus hijos. Entonces pedí ayuda a Dios. Sabía que un Dios amoroso no podía jamás olvidar ni siquiera a uno de Sus hijos. Sentí una gran paz. De pronto me senté. Me di cuenta de que el dolor había desaparecido por completo. ¡Estaba absolutamente maravillado!

A la mañana siguiente, el personal del hospital vino a prepararme para la operación. Les dije que me sentía bien. Ellos sonrieron y me dijeron que todo saldría bien. Poco después, miré por la ventana y vi que mi padre venía en su auto. Desesperadamente le hice señales para que subiera a mi cuarto. Cuando llegó, varios empleados le dijeron que yo no quería cooperar.

Mi papá vino a mi lado, y yo tranquilamente le dije que me sentía bien. Siempre estaré agradecido porque me escuchó. Pidió hablar con el médico. Este no creyó mi informe y le pidió a mi padre si podía tomar otra serie de radiografías, a lo cual mi padre accedió. Para asombro del médico, las radiografías no mostraban mal alguno en el pulmón. ¡Poco después, se me había dado de alta e iba camino a casa!

Después de esta curación, me di cuenta de que la Ciencia Cristiana era el mejor camino a seguir. Continué asistiendo a la Escuela Dominical por algunos años más. Muchos años después tomé instrucción en clase con un maestro excelente. También me afilié a La Iglesia Madre y a una iglesia filial, en la cual, con el tiempo, he desempeñado varios cargos. Mi trabajo favorito es el que desempeño ahora como superintendente de la Escuela Dominical, y lo hago en la misma escuela a la que asistí de niño. Mis cuatro hijos asisten con regularidad a la Escuela Dominical. Mas como superintendente, y por experiencia propia en la Escuela Dominical cuando era niño, es siempre motivo de especial alegría para mí cuando los visitantes se sienten bien recibidos. La misma frase de la Biblia está todavía en la pared: “Dios es Amor”.


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