Ser un niño es sentir como si siempre se estuviera comenzando y que vendrán cosas nuevas.
Ser un niño es mirar cosas y verlas. No se deja de contemplar las nubes o la caída de la nieve simplemente porque ya se vieron antes.
Ser un niño es dar amor sin hacer una cantidad de preguntas. No se comparte el amor sobre la base de lo que valen o del éxito que han alcanzado los adultos a nuestro alrededor. Simplemente se ama a la madre, al padre, tíos y tías, abuelas y abuelos, a todos.
Estos sentimientos que a menudo asociamos con la niñez, no tienen por qué perderse. En realidad podemos esperar que crezcan, no que disminuyan. Indican la calidad de la vida espiritual.
Sabemos que Cristo Jesús valoraba profundamente las cualidades de la niñez. Parece probable que el hombre que habló de su Padre, Dios, como “Abba” (palabra aramea que los niños pequeños usaban para su padre humano) pensara de sí mismo, no simplemente como el Hijo de Dios, sino como el niño de Dios. El con frecuencia se refería a sus discípulos como niños. Y dijo: “...el que no recibe el reino de Dios como un niño, no entrará en él”. Lucas 18:17.
De manera que ser un niño debe ser mucho más que una idea divertida en qué pensar por un momento. Es esencial para ser un seguidor de Cristo Jesús y un Científico Cristiano. Pero esto no significa volver a una época humana idílica. (Para muchos, el mero hecho de haber sido niños no fue particularmente feliz.) Lo que se necesita no es volver atrás, sino avanzar. Tenemos que entender algo nuevo, es decir, recibir “el reino de Dios como un niño”.
Un punto, y probablemente el más importante, es que tenemos que dejar de sentir tanta responsabilidad humana por todo. ¿Acaso no es la falsa responsabilidad lo que pesa tanto y se vuelve una carga tan grande? Pensemos cómo nos sentiremos al quitárnosla de encima y alejarnos de ella. Tratemos de dar el primer paso. Tratemos de pensar en el único papel verdadero, hoy o mañana, como hijos de Dios, de nuestro Padre espiritual. Y, ¿qué diríamos si nuestra única tarea fuera aprender sobre el amor y el cuidado de Dios, y sobre Su perfecta capacidad para gobernar a Su creación?
Si El no lo ha hecho bien, ¿podemos hacerlo mejor nosotros? ¿Nos imaginamos realmente que nuestro pensamiento lleno de ansiedad puede resolver los asuntos de una familia, de un negocio o de un mundo aterrorizado? Pero podemos pedir a Dios que nos ayude a ver mejor lo que El ya ha hecho perfectamente. Y después podemos escuchar en calma y creer en lo que El nos muestra, como lo haría un niño pequeño. Esto requiere algo de nosotros. Es una exigencia espiritual y moral de purificación. Requiere estar dispuesto a crecer en gracia.
Pero si ya estamos orando de acuerdo con esto, ¿hasta qué punto estamos pensando guiar, de alguna manera, a Dios mediante nuestro propio trabajo espiritual, y hasta qué punto estamos utilizando este estudio espiritual para profundizar nuestra confianza en El y abandonar el yo personal y el pecado? Si Dios está en todas partes y es el bien omnipotente, como la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens) nos enseña a reconocer, entonces Su creación es todo lo que debería ser. Y nuestra tarea primordial es empeñarnos en comprender la magnitud de lo que significa el hecho de que Dios es, y que el reino de Dios ha llegado.
Si una dificultad en los negocios pareciera no tener la más mínima posibilidad de solución, podemos hacer un esfuerzo y escuchar lo que Dios nos dice sobre el orden y la ley irresistibles que abarcan totalmente Su creación.
Si una enfermedad nos amenaza, podemos negarnos a suponer que un Padre amoroso haya creado semejante cosa o que El pueda conocer o permitir una “evolución” o un “plazo determinado” para la enfermedad. Nuestra oración tiene el propósito de reconocer ahora la presencia total del Amor divino y del hombre, la amada expresión de Dios. Este hombre, el hombre espiritual, la imagen y semejanza del Amor, está sano y es perfecto.
Se requiere una verdadera disposición de niño para dejar de lado las tan consabidas impresiones de ansiedad y responsabilidad, y aceptar el reino de Dios que está presente, rodeándonos con la armonía del ser creado por Dios.
Nos damos cuenta de que era un falso sentido de responsabilidad lo que amontonaba cuadros representando factores difíciles y situaciones imposibles. Dios no se impresiona con la imposibilidad. El es omnipotente y supremo. Y cuanto más pura y menos personal sea nuestra manera de considerar las cosas, tanto más claro veremos la naturalidad con que todas las cosas nos ayudan para bien bajo el gobierno de Dios. Su hombre y creación verdaderos se mueven en maravillosa consonancia con Su inteligencia y bondad en cada detalle.
Si estamos dispuestos a abandonar conceptos equivocados, podemos captar vislumbres del Su creación espiritual y de Su estupenda precisión. Y estas vislumbres del Cristo, la Verdad, traen curación.
Tener este sentido de obedecer como un niño a un divino Padre-Madre Dios, es estar más libres para amar a los demás de lo que hemos estado desde nuestra niñez. Ya no sentimos que no es el momento de amar o que nuestro amor no puede “extenderse” hasta incluir a todos. Entendemos que nuestro amor es infinito porque es lo que Dios Mismo está dando.
Mary Baker Eddy, que descubrió y fundó la Ciencia Cristiana, escribió una vez a los miembros de su Iglesia: “Amados niños, el mundo os necesita — y más como niños que como hombres y mujeres: necesita de vuestra inocencia, desinterés, afecto sincero y vida sin mácula”.Escritos Misceláneos, pág. 110.
Ser un niño es continuar viendo las cosas como si las viéramos por primera vez. Y cuando entramos en la presencia del reino de Dios, realmente vemos todo de una manera nueva. No tenemos cargas. Nos sentimos como si nuestra vida comenzara ahora.
A menudo se hace referencia a la Navidad como la temporada de los niños. Lo es. Y a la luz del Cristo, que es el mensaje de Dios a la humanidad, nosotros somos los niños.