Durante siglos, la gente ha meditado sobre cómo ha de ser el cielo. Algunos se lo han imaginado como un estado feliz de perpetuo descanso. Otros lo han comparado con un lugar de gran esplendor, con calles pavimentadas en oro, en algún lugar del firmamento estrellado.
En una película reciente de gran éxito, se sugirió una perspectiva menos típica. Un hombre formula una pregunta, algo que él ha llegado a considerar como uno de los grandes misterios de la vida. Dice que, de acuerdo con sus cálculos, hay probablemente cien millones de hombres en los Estados Unidos y que el hombre americano en general pierde un promedio de cuatro medias al año. (El mismo confiesa perder, por lo menos, diez.) Entonces, pregunta, ¿dónde están los cuatrocientos millones de medias que desaparecen anualmente? Se pregunta por qué la gente no encuentra ocasionalmente una de estas cuatrocientos millones de medias perdidas, pero esto nunca ocurre. Todas las medias han simplemente desaparecido.
Su amigo cree que él conoce la respuesta. Con humor sarcástico, él afirma que las medias perdidas están en el cielo. Cuando la gente llega a las puertas, recibe una gran caja llena de medias y, luego, ¡pasa la eternidad clasificándolas!
Por cierto que esta última opinión no ofrece mucho para alentar a la humanidad. La gente no anhela precisamente un lugar donde la vida eterna sea una perpetua rutina de clasificar medias impares. Pero aun esta descripción humorística comparte un tema común con muchas creencias religiosas profundamente arraigadas: la tradición de considerar el cielo como un lugar lejano, que sólo se alcanza después de la muerte.
Sin embargo, en el Nuevo Testamento hay versículos que indican algo completamente diferente. Por ejemplo, estas palabras de Cristo Jesús: “El reino de los cielos se ha acercado”. Mateo 10:7. Y en el relato de Lucas sobre el ministerio de Jesús, leemos: “Preguntado por los fariseos, cuándo habría de venir el reino de Dios, les respondió y dijo: El reino de Dios no vendrá con advertencia, ni dirán: Helo aquí, o helo allí; porque el reino de Dios está entre vosotros”. Lucas 17:20, 21.
Como enseña la Ciencia Cristiana, de acuerdo con esas palabras del Maestro, el cielo no es un lugar geográfico o estelar. No está lejano. Y puede ser descubierto — conocible y disponible — ahora. Refiriéndose a Dios como Mente divina, en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud, la Sra. Eddy da esta explicación: “El cielo no es una localidad, sino un estado divino de la Mente, en el cual todas las manifestaciones de la Mente son armoniosas e inmortales, porque el pecado no está y se encuentra que el hombre no tiene justicia propia, sino que está en posesión de la ‘mente del Señor’, según afirman las Escrituras”.Ciencia y Salud, pág. 291.
En la misma página en que aparece este párrafo, el libro de texto pone en claro que no es la muerte física lo que lleva a uno inmediatamente al cielo. Es, más bien, el desarrollo espiritual individual y la purificación, el vencer el pecado, lo que nos despierta para ver la realidad presente de la armonía divina como suprema a través de toda la creación de Dios. Y en su descripción del término bíblico, Ciencia y Salud dice: “Cielo. Armonía; el reino del Espíritu; gobierno por el Principio divino; espiritualidad; felicidad; la atmósfera del Alma”.Ibid., pág. 587.
Se puede ver claramente en esta explicación científica y espiritual del reino de Dios, que el cielo es inmediato, que no está alejado de la experiencia presente. La armonía no es “un país lejano ni extranjero”. El reino y gobierno de Dios, el Espíritu divino, el Principio, no están, en algún lugar calle abajo. La mente espiritualizada y el gozo permanente no son una esperanza de futuras fantasías. La “atmósfera del Alma” no es una ciudad dorada envuelta en nubes.
El cielo está cercano y es demostrable porque es una realidad, y está incluido en la consciencia espiritual, que el hombre de Dios refleja. El hombre creado por Dios — nuestra propia identidad verdadera — es la semejanza espiritual de su Hacedor. El hombre expresa armonía. Vive el gobierno del Principio divino. Manifiesta espiritualidad y felicidad.
Este sentido espiritual de cielo no es una teoría abstracta. Tiene beneficios sanadores y prácticos en nuestra vida. Comprender lo que es el cielo, nos prepara para experimentarlo. Por ejemplo, en un hogar o en una familia donde la confusión y la discordia parecen haber sido “el modo de vida”, la oración y la disciplina pueden restaurar la armonía natural — pueden brindar un toque de cielo — a un matrimonio tambaleante, o a un conflicto entre padres e hijos.
Comprender mediante la oración el gobierno continuo del Principio en nuestra vida, es también un poderoso agente sanador para restaurar la armonía al cuerpo si uno está sufriendo una discordancia de enfermedad o de accidente. Conocer en nuestro corazón la realidad presente del cielo, que está manifestando el gobierno inmediato y eterno que el Principio omnipotente tiene sobre el hombre, corrige el sentido falso de que el hombre es un ser corpóreo, limitado y discordante, controlado por algún supuesto poder contrario. El reino de los cielos está presente; el gobierno del Principio mantiene al hombre sano, puro, fuerte y vital.
A los cristianos de hoy, les es importante reconocer que llegar al conocimiento de que “el reino de Dios se ha acercado”, no es un ejercicio intelectual, como tampoco entrar en el cielo es el resultado de atravesar los umbrales de la muerte. La oración, el crecimiento espiritual y la regeneración son imprescindibles. Como lo declara Ciencia y Salud: “No hay más de un camino que conduce al cielo, la armonía, y Cristo en la Ciencia divina nos muestra ese camino. Es no conocer otra realidad — no tener otra consciencia de la vida — que el bien, Dios y Su reflejo, y elevarse sobre los llamados dolores y placeres de los sentidos”.Ibid., pág. 242.
El cielo es ahora, así como la vida es ahora. Y ambos son eternos. La armonía del reino de Dios puede ser comprendida y experimentada progresivamente por todos. Una vislumbre del cielo hoy abre las ventanas de la eternidad. Descubrimos un nuevo gozo, esperanza, y amor a la vida. Una vez que la armonía divina se comprende y se demuestra, aun en pequeño grado, nuestra vida jamás perderá ese toque de cielo.