Una de las bendiciones más grandes que un niño puede recibir es ser criado en las enseñanzas de la Ciencia Cristiana. Cuando yo tenía dos años, mi madre comenzó a estudiar esta Ciencia. Ella había sido criada en una religión protestante, y tenía mucha fe en Dios y en el poder de la oración. En esa época, yo era la más pequeña entre cuatro hijos, y mi padre ganaba un magro sueldo vendiendo medicamentos patentados. Cubría un área rural a caballo, y estaba ausente de casa de lunes a viernes.
En cierto momento, le dio un reumatismo tan severo que le impidió trabajar. Desesperada, mi madre preguntó a una hermana, que hacía poco había comenzado el estudio de Ciencia Cristiana, si ella creía que la Ciencia podría ayudar a mi padre. Su respuesta fue que ella creía que sí, pero que no le podía decir mucho acerca de la Ciencia porque era muy nueva en ella. Dijo que mi madre debía conseguir el libro, Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, y leerlo para sí misma.
En ese entonces, vivíamos en una pequeña ciudad rural, y el libro debía pedirse por correo. Costaba cinco dólares. Esa era una considerable cantidad de dinero para mis padres en aquel momento. A decir verdad, era casi todo el dinero que tenían. Aun así, pidieron el libro. Cuando llegó, mi madre empezó a leerlo inmediatamente. Leyó y leyó, aunque después me dijo que no había comprendido la mayor parte del libro. Sin embargo, comprendió algo, y esto dio esperanzas a mis padres. Al cabo de una sola semana, mi padre había sanado por completo. El problema jamás reapareció. En menos de un año, le ofrecieron una posición bien remunerada en un negocio completamente distinto, en el cual pudo hacerse de una profesión en la que trabajó por el resto de su vida.
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