Hace algunos años, cuando mi esposo y yo estábamos trabajando mucho para establecer nuestro pequeño negocio, sucedió algo que nos hizo entender mejor el cuidado siempre presente de Dios.
Necesitábamos para nuestro producto un acero muy especial, que sólo podíamos obtener en pequeñas cantidades debido a nuestra limitada situación financiera. Sin embargo, llegó el momento en que necesitamos esta mercancía en grandes cantidades, y tratamos de pedir un cargamento. El fabricante de acero con quien nos pusimos en comunicación ni siquiera iba a tomar nuestro pedido si no podíamos probar nuestra estabilidad financiera, algo que nos tomó bastante tiempo. Entonces supimos que a la compañía le llevaría varios meses fabricar nuestro acero.
Por fin, nos dieron la fecha en que recibiríamos el acero. Había gran expectativa de parte del personal mientras nos preparábamos para usar el nuevo acero. Hasta hicimos un nuevo diseño de nuestro producto para ajustarlo al metal de mejor calidad. El día en que el acero debía ser enviado, recibimos una llamada telefónica de la fábrica informándonos que, debido a un error de entrega, nuestro cargamento había sido entregado a otra firma. Nos dijeron que el volverlo a procesar llevaría meses. ¡Nos quedamos pasmados!
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