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Valor para ayudar a otros

Del número de diciembre de 1987 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hay algo profundamente conmovedor en las acciones altruistas. Cuando oímos que alguien ha hecho un esfuerzo por ayudar a otros en momentos de crisis, nos sentimos orgullosos de lo que llamamos “el espíritu humano”. Pero, ¿se trata de esto solamente?

La siguiente historia relatada por , un joven miembro de La Iglesia Madre, de South Pasadena, California, muestra que, en estos casos, entra en acción mucho más que una demostración de buena voluntad y energía. Las acciones de heroísmo genuino nos enseñan, en cierta forma, algo de nuestra naturaleza y propósito verdaderos como la expresión de Dios, quien es Espíritu divino. El recurrir sinceramente a Dios, el Amor, en tiempos de crisis es encontrar fortaleza y sabiduría superiores a la capacidad humana.

Hace unos años, cuando nos preparábamos para las fiestas navideñas, mi hermano menor y yo condujimos toda la noche para ir por mi hermana. Luego seguiríamos a una reunión familiar en las montañas. Cuando íbamos camino a casa de mi hermana las condiciones del tiempo eran bastante malas. Había neblina, viento y hacía mucho frío. Pero yo no estaba muy preocupado por ello, pues había conducido por esa carretera antes.

Esa noche, mi hermano y yo nos turnamos para conducir y dormir. A eso de las cinco de la mañana, entramos en un paso entre montañas cerca de la casa de mi hermana. La carretera en esta parte tiene cinco carriles a lo ancho, todos en la misma dirección. Adelante de nosotros, por entre la neblina, noté algo extraño en las luces traseras de los automóviles. De pronto, me di cuenta de que había ocurrido un choque que incluyó varios automóviles. De inmediato frené, pero el coche no se detuvo. La carretera estaba cubierta de hielo.

Las primeras palabras que salieron de mi boca fueron: “¡Dios es Amor; Dios es Amor!” Estaba tratando de evitar que el automóvil girara violentamente, cuando, de pronto, mi hermano se despertó. Hacia adelante, a través de la neblina, vimos un grupo de automóviles a lo ancho de la carretera. Silenciosamente afirmé que el hombre de Dios está siempre a salvo. Nos preparamos para el impacto pero no ocurrió nada. De alguna manera el automóvil se detuvo a pocos centímetros del accidente.

En ese momento, vi claramente que debía mover mi automóvil rápidamente. Lo puse en reversa y pasé por el único espacio disponible para llegar a un lugar seguro, más allá del accidente. Unos cuantos coches lograron seguirnos, pero, después, dos de ellos chocaron obstruyendo el espacio y bloqueando la carretera por completo. Nos estacionamos a la orilla de la carretera. Mi hermano y yo estábamos ilesos, y también el automóvil. En ningún momento sentí temor o pánico.

Nos bajamos del automóvil y fuimos a prestar ayuda. Muchas personas estaban aún atrapadas en los coches y algunas estaban lesionadas. Mi hermano y yo fuimos gateando por encima de los automóviles mojados y empezamos a ayudar a la gente a salir de los coches y llevarlos a un lugar seguro. Unas líneas del himno: “Oración vespertina de la Madre” me venían al pensamiento. La letra es de la Sra. Eddy. Las palabras me ayudaron a enfocar mis pensamientos en lo que era verdad, y lo que en realidad estaba ocurriendo.

Gentil presencia, gozo, paz, poder,
divina Vida, Tuyo todo es.
Amor, que al ave Su cuidado da,
conserva de mi niño el progresar.Himnario de la Ciencia Cristiana, N.° 207.

En ese momento, y aunque había mucho ruido y confusión, de repente oí claramente un grito pidiendo auxilio. Corrí a la orilla de la carretera, que en ese punto se eleva como unos treinta metros de la tierra. No podía ver por la neblina, pero oía a una mujer pidiendo ayuda desde abajo. Le grité que siguiera llamando en voz alta, mientras mi hermano encontraba la forma de llegar hasta donde ella estaba. Después de unos minutos, mi hermano, desde abajo, me gritó que bajara. Encontré el borde del pavimento y, a tientas, bajé la empinada colina. (La colina estaba tan cubierta de hielo y resbalosa que, cayéndome y gateando fui cuesta abajo.) Todo el trayecto seguí repitiendo una oración que había aprendido de niño, sabiendo que la verdad de esta oración bastaba para guiar mis pasos con seguridad.

Yo sé que donde estoy, Dios conmigo está,
Siempre a mi alrededor
Proveyéndome, guardándome, guiándome,
Rodeándome con Su amor. “Omnipresence,” The House with the Colored Windows (Boston: La Sociedad Editora de la Ciencia Cristiana, 1953).

Encontré a mi hermano, y antes de mirar a la joven afirmé rápidamente en mi pensamiento que, como idea de Dios, ella era perfecta. Cuando me acerqué, pude ver que tenía las piernas gravemente lesionadas. Silenciosamente mi hermano y yo nos sentamos y por unos minutos le hablamos, asegurándole que todo estaría bien. Nos dijo que se había confundido en la neblina y que para evitar que chocaran con su coche había saltado el riel protector de la carretera. Como no podía ver por la neblina, pensó que al otro lado habría lugar para pararse, pero, en vez de eso, se había caído hasta abajo.

Mientras yo hablaba con ella, mi hermano fue a recoger las mantas que la gente nos tiraba desde arriba. Mentalmente yo seguía debatiendo si debía hablarle sobre lo que estaba pensando y orando. No quería confundirla o alterarla, pero definitivamente quería romper el mesmerismo de miedo y dolor que parecía dominarla. En estos momentos mi hermano se acercó con las mantas y le dijo: “¡Usted sabe que Dios es Amor!” Ella contestó: “Lo sé”. Parecía que eso era lo que necesitaba. Vi claramente que ella se calmó.

Finalmente, llegaron suficientes personas para ayudarnos a llevarla a la carretera donde esperaba una ambulancia. En esos momentos, mi hermano y yo decidimos que podíamos irnos ya que vehículos de emergencia y otras personas habían llegado a prestar ayuda.

Pueden imaginarse la sorpresa de mi hermana cuando, dos horas después, llegamos a su casa y vio a sus dos hermanos parados en la puerta con frío, cubiertos de barro y sonrientes.

Estoy profundamente agradecido no sólo por la protección y liberación del temor que recibimos mi hermano, mi hermana y yo, sino también por la ayuda que pudimos dar generosamente a otros y por la paz y tranquilidad que hemos llegado a conocer por medio de la Ciencia Cristiana.

Cuando Chris Heinbaugh nos escribió acerca de esta experiencia, incluyó cartas de su hermano y hermana, quienes, como Chris, fueron criados en la Ciencia Cristiana. También nos envió una carta de la joven que él y su hermano habían ayudado a un lado de la carretera. Pensamos que los lectores del Heraldo agradecerían las reflexiones adicionales de esta experiencia.

Quiero verificar el relato de mi hermano y expresar también mi gratitud por el amor y la guía de Dios. Como dijo mi hermano, yo estaba durmiendo cuando empezamos a resbalarnos y me desperté oyendo las palabras “Dios es Amor; Dios es Amor”. Durante todo el incidente, mi hermano y yo nos ayudamos mutuamente, reafirmando verdades básicas y espirituales. Ese accidente me parece como el sueño mortal que era; sin embargo, el amor expresado esa noche es aún muy real y muy consolador para mí.

Estoy muy agradecido por la Ciencia Cristiana y, especialmente, por la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana que ha sido una guía y fuente de inspiración todas las semanas.


Esa mañana en que mis hermanos vinieron por mí, debían haber llegado a las cuatro de la mañana. Pero ya eran más de las cinco, y no venían. Para aliviar la ansiedad que sentía, abrí un libro que estaba a la mano y que era apropiado para la época: una copilación de artículos sobre Navidad, escritos por la Sra. Eddy para varios periódicos y revistas. Se titula What Christmas Means To Me. Ahí leí lo que se declara una y otra vez sobre la creación del hombre por Dios, a Su imagen: el hombre perfecto y eterno. La provisión de Dios para Sus hijos está siempre presente y siempre completa. Sabía que mis hermanos estaban comprendidos en el amor de Dios, de manera que no tenía que temer por su seguridad.

Poco después de orar con estas ideas — mi pensamiento ya calmado — oí un llamado a la puerta. Abrí, y, allí parados, un poco fatigados por el mal tiempo, estaban mis dos hermanos.

Después, con mucha modestia, me contaron acerca del accidente en la carretera esa mañana, y cómo durante todo ese tiempo habían comprendido que Dios estaba con ellos constantemente, pues se estaban encargando de los negocios de su Padre.

Estoy orgullosa de la acción de mis dos hermanos en un momento de necesidad para tantas personas. Ellos estaban, con toda seguridad, obedeciendo “la voz callada y suave” de la Verdad.


Apreciado Chris:

Muchas gracias por su carta. Me ha conmovido saber que usted y su hermano estén aún interesados en el progreso de mi recuperación. Ya estoy caminando y en abril pude regresar a trabajar. El médico ortopédico me sacará las grapas de las piernas en enero próximo...

Pensé que su testimonio era hermoso. (Conservo una copia para mí.) Usted... ha descrito perfectamente lo sucedido. Después que me caí, y mientras pedía ayuda, estaba muy asustada y no creía que nadie podía oírme o hallarme. Después que usted y su hermano llegaron y me hablaron del amor de Dios hacia mí, supe que estaría bien. Siempre estaré agradecida por esto...

El accidente pudo haber sido más grave, y yo sé que salí de él tan bien como lo hice porque Dios me estaba protegiendo, y porque dos personas maravillosas estaban conmigo, tranquilizándome y recordándome esa protección. No hay palabras para describir cuánto me ayudó su presencia y la de su hermano en esos momentos. Una vez más, gracias, y que Dios los bendiga.


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