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¿Incurable? ¡No para el Cristo!

[Original en alemán]

Del número de abril de 1987 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En los últimos años, los medios publicitarios informaron sobre un caso que había suscitado profundos interrogantes: un médico proveyó veneno para que una paciente, que padecía de una enfermedad incurable, pudiera suicidarse. El médico justificó su proceder como un acto de misericordia.

Matar, suicidio, ¿un acto de misericordia, un último recurso?

¿Hay realmente enfermedades y situaciones irremediables en la vida, que sean incurables? No para el Cristo, que sana y redime, ahora y siempre.

¿Qué es el Cristo? El Cristo es la verdad redentora, la luz divina que viene de Dios llena de fulgor, ternura y claridad espirituales, que extingue con su refulgencia, la oscuridad, la frialdad y el temor. El Cristo nos da la certeza de que somos amados por Dios y que, en realidad, jamás estamos separados de El, nos da el conocimiento feliz de que Dios, la Vida, la Verdad y el Amor, es nuestro Padre y Madre. Mediante el Cristo, obtenemos una comprensión en constante desarrollo de que, en verdad, somos eternamente las ideas espirituales de Dios, eternamente a salvo de la vida mortal con todas sus enfermedades, pecado y muerte. Nos volvemos progresivamente más confiados mediante la convicción iluminada por el Espíritu de que Dios, el bien, es Todo.

A través de toda la Biblia, vemos la evidencia de que el Cristo está trabajando. Especialmente en el Nuevo Testamento, leemos acerca de curaciones de muchas enfermedades que la gente creía que eran incurables.

Jesús, nuestro Mostrador del camino, expresó al Cristo tan perfectamente que en su ser incorporó al Cristo de manera única. Su obra estableció la norma para todas las épocas. Mediante sus enseñanzas, sus discípulos también demostraron al Cristo sanador al vencer la enfermedad, el pecado, la escasez e incluso la muerte.

La Ciencia Cristiana nos enseña a comprender las leyes sobre las cuales estaba basada la obra sanadora de Cristo Jesús y la de sus discípulos. Mediante esas leyes, aprendemos que la enfermedad jamás es algo final o incurable, sino que es solamente una creencia mortal o material. Nuestro Maestro demostró esta verdad en toda su obra sanadora. De tal manera irradiaba al Cristo que fue capaz de ayudar a la gente que vino a él en procura de curación a reconocer algo del amor de Dios hacia el hombre y sentir ese amor. Esa transformación de pensamiento produjo la curación física. En Ciencia y Salud, la Sra. Eddy declara: "Si Jesús despertó a Lázaro del sueño, o ilusión, de la muerte, eso probó que el Cristo podía corregir un concepto falso". Ciencia y Salud, pág. 493.

Mediante la Ciencia Cristiana, aprendemos a ver al hombre como idea espiritual, nacida de Dios, el Amor, que eternamente refleja la Vida divina. Cuanto más estudiemos esta enseñanza, la cual nos revela la Biblia, y cuanto más profundamente ahondemos en sus verdades, tanto más claramente aprenderemos a ver y comprender la naturaleza indestructible del hombre. El hombre no está formado materialmente, sino espiritualmente por Dios, la Mente divina. Esta Mente — el único Yo Soy, como dice la Biblia — solamente conoce Su infinitud divina, el bien. En El no hay nada imperfecto, nada falto de armonía, ninguna enfermedad. Y de ninguna manera puede el hombre, Su reflejo, incluir o expresar ninguna clase de enfermedades o imperfecciones.

En La unidad del bien, la Sra. Eddy nos habla sobre cómo la comprensión de que Dios no conoce enfermedad la ayudó a curar un caso muy avanzado de cáncer: "Cuando más claramente he percibido y más vivamente he sentido que el infinito no reconoce enfermedad alguna, esto no me ha separado de Dios, sino que me ha unido de tal manera a El que me capacitó para sanar instantáneamente un cáncer cuya corrosión había avanzado hasta la vena yugular.

"En este mismo estado espiritual, he podido ajustar desarticulaciones y devolver instantáneamente la salud a los moribundos". Unidad, pág. 7.

En las publicaciones periódicas de la Ciencia Cristiana, leemos testimonios de personas que han sanado mediante la comprensión de la verdad acerca de Dios y el hombre. Entre ellos hay casos en que la enfermedad o el defecto había sido considerado incurable por la ciencia médica.

Con suma gratitud recuerdo una curación que presencié como enfermera de la Ciencia Cristiana. El pie de una Científica Cristiana había sido afectado por lo que parecía ser gangrena, y mi trabajo como enfermera era el de limpiar y vendar las heridas. Los síntomas parecían indicar que el pie estaba muerto. Pero este concepto hubiera negado la perfección y total espiritualidad del hombre de Dios.

La paciente incansablemente trataba de estar cerca del Cristo, mediante la oración y el estudio persistente de la Biblia y de los escritos de la Sra. Eddy. Firme y denodadamente ella rechazaba la sugestión de que era una mortal condenada al decaimiento y la muerte. Con firmes declaraciones de la verdad afirmaba que ella era linaje de Dios, y no permitió que el dolor o la duda la desalentaran. Su confianza en que Dios era su Vida no tenía límites. Una fiel y consagrada practicista la ayudaba incansablemente por medio de la oración. La paciencia y firmeza de ambas fueron recompensadas, pues después de pocos meses, el deterioro se detuvo de pronto, y las cosas empezaron a mejorar. Carne nueva reemplazó la vieja. El pie y las piernas de la paciente sanaron perfectamente, y le fue posible calzarse y volver a caminar. Y nuevamente pudo asistir a la iglesia llena de gratitud.

¿Incurable? ¡No para el Cristo!

El Cristo siempre viene a animarnos, a consolarnos, a asegurarnos del amor del Padre, a sanarnos, a darnos vida. Cristo Jesús nos asegura: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”. Juan 10:10. ¿Acaso no demostró su promesa convincentemente cuando llamó de vuelta a la vida a Lázaro, quien había estado en el sepulcro durante cuatro días? Marta, la hermana de Lázaro, incrédulamente dijo al Maestro: “Señor, hiede ya, porque es de cuatro días”, pensando que su cuerpo había empezado a deteriorarse. Jesús respondió: "¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?" Juan 11: 39, 40.

Sí, nosotros también veremos la gloria de Dios cuando creamos — cuando lleguemos a comprender que el Cristo siempre está presente, revelando la vida y la abundancia plena — ¡ahora!

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