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“Para los que se apoyan en el infinito sostenedor, el día de hoy está...

Del número de abril de 1987 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


“Para los que se apoyan en el infinito sostenedor, el día de hoy está lleno de bendiciones”. Estas son las primeras palabras en el Prefacio de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy. Recuerdo que aun antes de aprender a leer, mi madre me enseñó esa declaración; y me acuerdo de que era lo primero que yo decía cada mañana mientras crecía. ¡Qué sentido de gozo esa declaración traía! ¡Es una gran promesa!

Aunque mi madre había estado interesada en la Ciencia Cristiana y asistía a los cultos religiosos de una iglesia filial, no empezó a estudiar y a practicar la Ciencia hasta que yo nací. Al yo nacer, el médico le comunicó que yo probablemente no sobreviviría la noche por la seria condición de ictericia que tenía. Además, mi nacimiento prematuro lo hizo pensar que yo no podría retener el alimento. Añadió que aunque yo sobreviviera, mis piernas estaban tan malamente arqueadas (las plantas de los pies se tocaban) que yo tendría gran dificultad para caminar, si es que llegaba a caminar. A mi padre lo enviaron a la tienda de la esquina para que llamase por teléfono a una practicista y a una enfermera de la Ciencia Cristiana. (Yo había nacido en casa.) La practicista aceptó orar por nosotros, y la enfermera llegó para cuidar de mis necesidades físicas.

Al llegar unos días más tarde para llenar mi certificado de nacimiento o de defunción, el médico se sorprendió de encontrarme comiendo bien, y de que los síntomas de ictericia habían desaparecido. Cuando llegué a la edad de caminar, las piernas se habían enderezado perfectamente, y caminé sin dificultad alguna.

Crecer en un hogar científico cristiano fue una experiencia feliz. Cuando salí para casarme y estar con mi esposo durante su entrenamiento militar durante la segunda guerra mundial, nunca sentí ningún temor. Durante ese tiempo tuve una curación sobresaliente. Mi esposo era cadete de la Fuerza Aérea; y durante la primera etapa del entrenamiento no podía salir de la base, excepto los fines de semana. Por esa razón, las esposas de los cadetes buscaban alojarse cerca unas de las otras para estar juntas durante la semana.

Una noche, todas las esposas cenamos en un restaurante cercano, y luego partimos. Regresé a mi cuarto, escribí algunas cartas, y luego me fui a la cama. Por la madrugada, me desperté con gran dolor. Me sentí tan enferma que no podía moverme. Pensé que debía tratar de salir afuera y buscar un teléfono. Entonces pensé: Y aun si encontrara un teléfono, ¿a quién llamaría? Podría llamar a mi esposo, pero él no podría salir de la base bajo ninguna circunstancia. Mis padres vivían cientos de kilómetros de distancia. En el pueblo donde estábamos viviendo había una Sociedad de la Ciencia Cristiana, pero no había practicista. Entonces me vino el pensamiento: ¡Dios está aquí, ahora mismo!

Recuerdo haber dicho en voz alta “la declaración científica del ser”, que se encuentra en la página 468 en Ciencia y Salud. Volvía de nuevo a la primera línea, meditaba sobre ella repetidas veces. “No hay vida, verdad, inteligencia ni sustancia en la materia”. Entonces me acordé de una lección de una maestra de la Escuela Dominical. Ella había dicho que si llenáramos una taza con tinta (para representar el error) y entonces empezáramos a echar agua limpia (para representar la verdad), pronto nuestra taza estaría llena sólo de agua. Lo mismo ocurre cuando llenamos el pensamiento con verdades espirituales claras y puras en tiempo de problemas, ella nos dijo. El error es erradicado.

Comencé a recordar versículos bíblicos que había aprendido durante los años en la Escuela Dominical. Como en dos horas, aunque aún no podía moverme, todo sentido de temor y soledad desapareció, y me quedé dormida. En la mañana, me sentí bien, pero más tarde ese día, tuve que contender con la sugestión de una recaída. Al hacerlo, me aferré a esta declaración de Ciencia y Salud (pág. 228): “No existe poder aparte de Dios”. Al meditar sobre esto, el dolor cesó, y toda incomodidad me abandonó permanentemente. Esa fue la primera vez que había tomado una posición tan firme por la libertad espiritual e inviolable del hombre, y el gozo y la gratitud que me trajo marcó un momento decisivo para mí.

Muchas veces somos protegidos sin buscar protección. Me gustaría compartir un instante de tal protección. Al graduarse mi esposo del entrenamiento de la Fuerza Aérea, nos enviaron a una ciudad grande en donde fui a trabajar como oficinista en un gran almacén. El autobús de la base militar llegaba como cinco minutos antes de que la tienda cerrara cada noche, y yo me recostaba sobre un mostrador para poder ver a mi esposo llegar a la puerta.

Una noche, tomé mi lugar como de costumbre un poco antes de que la tienda cerrara y, entonces, sin ninguna razón aparente, pasé al otro pasillo de la tienda. De momento, un espejo largo y pesado, que había estado colgado de uno de los pilares, cayó con gran estrépito sobre el mostrador de cristal en que yo estaba recostada momentos antes. Hubo gritos, y la gente vino corriendo de todas partes. Cuando mi supervisora me vio, se echó a llorar. Pero yo no había sido tocada (ni ninguna otra persona). En las próximas semanas, una y otra vez di gracias a Dios por esta evidencia de Su constante protección.

He tenido muchas curaciones a través de los años: dolores de dientes, torcedura de tobillos, enfermedades de la niñez, viruela y fiebre de Malta.

Cuando yo tenía tres años de edad, hubo una epidemia de viruela en nuestra ciudad. Mi madre notó manchas en mi cara, y decidió llamar al departamento de salubridad, como le era requerido hacer. Cuando el oficial de salubridad llegó a nuestro hogar para poner el rótulo de cuarentena, pidió verme. Después de examinarme, él dijo a mi madre que el mío era el peor caso de viruela que había visto. Mi madre le dijo que eramos Científicos Cristianos y que estábamos confiando en Dios para la curación, y que estábamos recibiendo ayuda de una practicista de la Ciencia Cristiana. El oficial sonrió y nos dijo que, en ese caso, regresaría en diez días para recoger el rótulo, pero que nosotros podíamos quitarlo tan pronto como las manchas desaparecieran. Unos días después, un vecino, muy airado, llamó a salubridad para reportar a mi madre por haber quitado el rótulo después de solamente tres días. Pero cuando fue interrogado, el vecino tuvo que admitirle al oficial de salubridad que mi piel estaba despejada y la fiebre parecía haber desaparecido. (Esto ya había sido confirmado por el mismo oficial.) La curación probó ser completa y permanente.

La fiebre de Malta no fue diagnosticada por un médico. Mi padre se había criado en una granja y conocía bien los síntomas de la enfermedad. Ese verano, una amiga mía de la escuela secundaria murió, y la autopsia reveló que fue a causa de la fiebre de Malta. Al mismo tiempo, la esposa de un ministro que conocíamos fue hospitalizada por meses con esta condición. Su médico dijo que no había cura conocida.

Mis padres nunca dudaron en su fe de que el tratamiento de la Ciencia Cristiana me traería la curación completa. Pero hubo un momento, después de casi cinco semanas, que mi padre se sintió desalentado. De manera que durante una llamada, la practicista pidió hablar con él. Ella señaló que siempre hay razones para estar agradecido, y bendiciones que buscar. Después de meditar por unos momentos, mi papá dijo que lo único que yo podía comer cuando recobraba el conocimiento era la sandía; por eso, él estaba ciertamente contento de que la sandía estaba en época de cosecha. Más tarde, cuando se lo dijo a mi mamá, los dos se rieron. Más tarde ese día, la fiebre cedió, y me pude levantar. Hubo mucho regocijo. Durante las próximas semanas recuperé el peso que había perdido. Comencé la escuela a tiempo, participando en todas mis clases, incluso la de educación física. No hubo más problemas.

La Ciencia Cristiana es verdaderamente el medio para responder a todas las necesidades de la humanidad. Estoy muy agradecida por haber tenido la guía sabia y alerta de padres amorosos, y, también, mucha ayuda de maestros devotos de la Escuela Dominical. El entendimiento que logré de la instrucción en clase de la Ciencia Cristiana me ha traído bendiciones adicionales. Doy gracias a Dios cada día por esta bella y práctica religión.


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