Cuando muere un amigo, un familiar o alguien a quien admiramos, el sentido de pérdida y pesar puede parecer casi insoportable. El corazón humano llora de angustia, porque la separación parece ser tan permanente, tan irreparable. Cada fibra de nuestro ser clama por el retorno de nuestro ser querido. La muerte, sin embargo, parece ser el único acontecimiento sobre el cual no podemos hacer casi nada sino lamentar nuestra pérdida.
Pero, ¿es esto cierto? ¿Estamos totalmente desamparados y sin consuelo ante lo que la Biblia llama “el postrer enemigo”? ¿Tenemos que caer en las profundidades del pozo oscuro de la desesperación y el pesar? ¿O provee Dios, el Amor divino, un camino de solaz y esperanza en el “valle de sombra de muerte”?
Estoy convencido de que Dios sí provee este camino, pero esta convicción la obtuve duramente. La muerte reciente de dos de mis más queridos amigos me puso cara a cara con el tema de la muerte, y desafió hasta lo más profundo mi comprensión — opuesta a mi conocimiento teórico — acerca de Dios. Debido a que la vida humana abunda en calamidades, tales como la tragedia en el transbordador espacial de los Estados Unidos, deseo compartir algo de lo que he aprendido, con la esperanza de que esta comprensión consuele y fortalezca a otros como me ha consolado y fortalecido a mí.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!