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[Original en español]

Veinte años atrás, la experiencia personal y estudios universitarios...

Del número de abril de 1987 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Veinte años atrás, la experiencia personal y estudios universitarios de psicología y filosofía me llevaron a perder confianza en la medicina material convencional, y, de allí en adelante, decidí no someterme a tratamiento médico alguno.

Algunos años más tarde, luego de estudiar y experimentar con la homeopatía, naturismo, yoga, teosofía y budismo, se presentó una gran prueba. Un pequeño bulto en el cuello, en la base del cráneo, comenzó a crecer; y también sentía mucho dolor. Mi esposo y yo conocíamos ya la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens), pero no nos habíamos adherido a ella. Sólo habíamos aceptado algunos de sus conceptos, tales como éste, del libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy (pág. 411): “La causa promotora y base de toda enfermedad es el temor, la ignorancia o el pecado”. En esos tiempos, podríamos decir que andábamos rondando el borde del manto de Cristo, pero nos resistíamos a tocarlo y entrar en el camino recto y estrecho (ver Mateo 7:13, 14).

Nos habían hablado de un pastor de cierta religión cristiana (no de la Ciencia Cristiana) del que se aseguraba que sanaba como lo hacía Jesús. Con gran fe y esperanza concurrí a su iglesia, bastante alejada de nuestra casa. Allí me uní a la ceremonia religiosa, durante la cual los presentes glorificaban a Dios a gritos y con los brazos en alto. En un momento determinado, puesto que yo era una de los que habían ido para ser sanados, el pastor puso su mano sobre mi frente y oró en voz alta. Empecé a sentirme avergonzada y a dudar; entonces, de improviso, me fui de espaldas sin sentir dolor cuando caí al piso. Sólo escuchaba las voces de “aleluya” y “gloria a Dios”. Cuando me levanté por mis propios medios, me toqué el cuello y ya no tenía nada. Muy emocionada, glorifiqué a Dios con toda la congregación y, llena de gozo, volví a mi casa. A medida que el ómnibus avanzaba, el cuello empezó a hincharse y a doler nuevamente. Cuando llegué a casa junto a mi esposo, el bulto en el cuello era completamente evidente, tal como estaba antes.

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