Una madre y su hijito estaban juntos en la cocina haciendo un pastel. La madre recordaba con felicidad tiempos similares con sus otros hijos cuando eran pequeños. Empezó a pensar acerca de su hija mayor que ahora vivía en un país lejano. La extrañaba mucho. Pensó cuánto amaba este pequeñuelo a su hermana mayor, y qué unidos habían sido. En cuestión de minutos sus pensamientos pasaron de una radiante alegría a una clase de meditación excesivamente sentimental. El zumbido de la batidora eléctrica pareció arrullarla en esta actitud de ensueño.
Sintiéndose cada vez más pensativa, empezó a preguntarse si su hija estaba protegida, cómoda y feliz. Estaba embargada de un ardiente deseo de ver a su hija y hablar con ella y abrazarla. Desconectó la batidora, y volviéndose a su hijo le preguntó: “¿Extrañas a tu hermana?” Levantando la vista sorprendido, el pequeño respondió rápida y alegremente: “No la extraño. La amo”.
La profundidad y dulzura de su respuesta penetró sus sentimientos de ensueño como un rayo laser. Pensó sobre lo que dice la Biblia: “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor”. 1 Juan 4:18. Volvió a lo que estaba haciendo con un cierto alivio y sintió esa felicidad que nos da cuando de repente el sol asoma a través de un día nublado. Se sintió segura de que su hija estaba protegida en el tierno cuidado de su Padre-Madre Dios. Poco tiempo después, recibió una carta alegre y llena de noticias que le envió su hija, describiendo experiencias felices y edificantes que habían ocurrido ese mismo día.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!