Una madre y su hijito estaban juntos en la cocina haciendo un pastel. La madre recordaba con felicidad tiempos similares con sus otros hijos cuando eran pequeños. Empezó a pensar acerca de su hija mayor que ahora vivía en un país lejano. La extrañaba mucho. Pensó cuánto amaba este pequeñuelo a su hermana mayor, y qué unidos habían sido. En cuestión de minutos sus pensamientos pasaron de una radiante alegría a una clase de meditación excesivamente sentimental. El zumbido de la batidora eléctrica pareció arrullarla en esta actitud de ensueño.
Sintiéndose cada vez más pensativa, empezó a preguntarse si su hija estaba protegida, cómoda y feliz. Estaba embargada de un ardiente deseo de ver a su hija y hablar con ella y abrazarla. Desconectó la batidora, y volviéndose a su hijo le preguntó: “¿Extrañas a tu hermana?” Levantando la vista sorprendido, el pequeño respondió rápida y alegremente: “No la extraño. La amo”.
La profundidad y dulzura de su respuesta penetró sus sentimientos de ensueño como un rayo laser. Pensó sobre lo que dice la Biblia: “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor”. 1 Juan 4:18. Volvió a lo que estaba haciendo con un cierto alivio y sintió esa felicidad que nos da cuando de repente el sol asoma a través de un día nublado. Se sintió segura de que su hija estaba protegida en el tierno cuidado de su Padre-Madre Dios. Poco tiempo después, recibió una carta alegre y llena de noticias que le envió su hija, describiendo experiencias felices y edificantes que habían ocurrido ese mismo día.
¿Qué fue realmente lo que detuvo la inclinación destructiva y deprimente de la manera de pensar de la madre? El Amor divino, como fue reflejado en la espontaneidad y pureza de la respuesta del niño, la había elevado de la ansiedad de la mente mortal hacia el nivel normal y saludable del amor propio de un niño. Ella necesitaba amar a su hija con la sencillez semejante a la de un niño, la sencillez que hace alusión al Cristo. “Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado”, Juan 15:12. dijo Cristo Jesús. Amar como Jesús amó es ver a otro como el amado hijo de Dios. El hombre a imagen de Dios confía en su segura relación con Dios — su lugar dentro de El — y él naturalmente refleja el amor de Dios. Para los niños, incluso bebés, es natural amar. Jesús nos mostró la importancia de esta expresión de los niños cuando llamó a los pequeñitos hacia él y dijo: “De los tales es el reino de Dios”. Lucas 18:16.
Los padres, durante la crianza de sus hijos, tienen muchas oportunidades de demostrar, mediante la oración, que el Amor divino echa fuera el temor en ellos y les asegura protección para sus hijos. La Ciencia Cristiana les muestra cómo hacerlo. Para los padres, la primera experiencia de lo que se llama separación puede ocurrir al dejar a su bebé bajo el cuidado de alguien, y, más adelante, al ver a su hijo irse a la Escuela Dominical o al jardín de infantes y luego a la escuela. Quizás también vaya al campamento de verano, después, a su primera cita romántica, luego la licencia para manejar, hasta que, finalmente, el hijo se va por su propia cuenta al mundo.
Los padres pueden amar lo suficiente para dejar que sus hijos se vayan y progresen, confiando en Dios para que los cuide y los guíe. El reconocimiento de que el amor y la protección más elevados se hallan en nuestro Padre-Madre Dios, libera tanto a los padres como a los hijos para que expresen su genuina individualidad con confianza y serenidad. Hijos y padres pueden compartir relaciones amistosas, afectuosas y respetuosas entre ellos mediante la comprensión liberadora de que Dios es el Padre poderoso y afectuoso de todos nosotros. La Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud: “Padre-Madre es el nombre de la Deidad que indica Su tierna relación con Su creación espiritual”. Ciencia y Salud, pág. 332.
El libro de Isaías indica a Dios como diciendo: “Trae de lejos mis hijos, y mis hijas de los confines de la tierra, todos los llamados de mi nombre; para gloria mía los he creado, los formé y los hice”. Los hijos y las hijas de Dios siempre estuvieron, y siempre estarán, bajo Su ley protectora. Isaías continúa: “Congréguense a una todas las naciones”. Isa. 43:6, 7, 9. ¿Dónde? En El. ¡Esto es unidad, en su expresión más grande de amor! Más fuerte que el abrazo humano es el Amor, la Madre divina, que trae a sus hijos hacia ella y los protege bajo su cuidado.
En contraste con esto, algunas veces el amor humano de una madre es renuente a dejar que se vayan los hijos, está muy apegada a ellos. Pero mediante la oración, los padres aprenden que pueden abrazar tiernamente a sus hijos con los brazos abiertos y permitirles que se vayan. El saber dónde están nuestros hijos — en Dios — constituye una oración eficaz y también aumenta la calidad de nuestro concienzudo cuidado humano. Un popular letrero para el paracoches de automóviles dice: “¿Sabes dónde están tus hijos?” ¡Oh sí, sabemos, y también lo sabe Dios!
Si tal amor liberador constituye oración para la seguridad y progreso de nuestros seres amados, ¿acaso no podemos llegar a la conclusión de que la preocupación es una forma de malapráctica mental? La preocupación debe enfrentarse sabiamente, porque sutilmente se presenta bajo el disfraz de amor. Si bien es indispensable una consideración afectuosa y entusiasta por el bienestar de nuestros hijos, podemos reconocer lo que es la preocupación temerosa y desarmarla. Esto no quiere decir que los pensamientos angustiosos se vuelvan, de alguna manera, un poder capaz de hacer vulnerables a nuestros seres queridos a alguna forma de error. ¡Por supuesto que no! El temor no tiene poder — por cierto que no es amor — y puede verse que es un fraude impotente, y así podemos ocuparnos en orar alegremente por nuestros seres amados.
Mediante el estudio de Ciencia Cristiana, y mediante nuestras sinceras oraciones, nos sentimos congregados en lo más elevado de la unidad del Amor. En esta consciencia, no hay nostalgia o cualquier otro sentido de separación. Los sentimientos de añoranza y de soledad surgen de la mentira de que el hombre está fuera — separado — de Dios, el Amor. ¡No lo está!
Debemos negar la sugestión diabólica de que cualquier circunstancia, situación o condición pueda separarnos del amor de Dios. En realidad, nada puede hacerlo. Podemos afirmar que el hombre existe en Dios como Su propia amada idea. Y podemos consumar este conocimiento verdadero a medida que agradecidamente comprendemos que, como ideas de Dios, nosotros y nuestros seres queridos estamos por siempre a salvo y sanos en Dios. Nada puede impedir que el hombre esté en su hogar justo en Dios, el Amor, ni hay ningún poder que pueda expulsarlo.
A medida que nuestro sentido del amor se evangelice, expandiéndose dentro del Espíritu ilimitado, todos llegaremos a comprender y demostrar cada vez más plenamente que estamos juntos en el Amor.
¿Nos extrañamos el uno al otro? No. Nos amamos el uno al otro.