Cuando un centurión envió a los ancianos de los judíos para rogarle a Cristo Jesús que sanara a su siervo a quien quería mucho, reconoció un hecho fundamental acerca de la relación entre el poder y el individuo. En un segundo mensaje al Maestro, el centurión dijo: “Porque también yo soy hombre puesto bajo autoridad”. Lucas 7:8. ¡Bajo! El centurión debe de haber comprendido que la autoridad que ejercía sobre sus soldados representaba mucho más que su propio poder personal. Puesto que estaba al servicio del Imperio Romano, el poder del imperio se ejercía a través de su palabra. Cuando daba órdenes a sus soldados, era obedecido; no solamente porque él, en su rango de oficial lo exigía, sino porque en todo orden legal su autoridad procedía del emperador. El centurión percibió que Jesús tenía una relación similar con el poder divino. Más aún, debido a que reconocía la fuente divina del poder del Maestro, esperaba resultados; necesitaba sólo la palabra, y aceptó la curación.
A través de sus enseñanzas, Jesús dio autoridad (poder) a sus discípulos para sanar, y además prometió que esta autoridad actuaría a través de todos los que aceptaran, comprendieran y practicaran sus enseñanzas. Todos aquellos que obedecen al Cristo y se someten a la autoridad de Dios — en obediencia a Su ley — están puestos “bajo autoridad”. Cuando una persona habla en nombre (naturaleza) de Cristo, el poder de Dios respalda esta autoridad. No tiene importancia quiénes somos — ricos o pobres, si tenemos estudios o no, si somos jóvenes o viejos, humanamente inteligentes o faltos de inteligencia — si comprendemos y hablamos la verdad, estamos bajo la autoridad de la Verdad, y la Verdad se mantiene vigente.
En Ciencia y Salud la Sra. Eddy escribe: “Es posible, — sí, es deber y privilegio de todo niño, hombre y mujer — seguir, en cierto grado, el ejemplo del Maestro mediante la demostración de la Verdad y la Vida, la salud y la santidad”. Ciencia y Salud, pág. 37. Quien está consciente de la totalidad del Amor, está bajo la autoridad del Amor, y cuando exprese el Amor en sus palabras y en su vida, el Amor estará vigente en su experiencia. Toda tentación de ceder al odio y a la apatía disminuirá; el resentimiento y la indiferencia se verán más rápidamente como ilegítimos.
Cuando el pensamiento de un practicista de la Ciencia Cristiana está imbuido de la verdad contenida en la Biblia y en Ciencia y Salud, está “bajo autoridad” y puede sanar a los enfermos. El practicista no tiene que hacer al paciente a imagen y semejanza de Dios. Dios ya se ha encargado de eso. Pero el practicista puede hablar con firmeza confiando en que el Principio se mantendrá vigente.
Además, esta autoridad no está limitada sólo para practicistas listados en el The Christian Science Journal y en El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Si bien han dejado toda otra profesión para dedicar todo su tiempo a la práctica pública de la Ciencia Cristiana, su dedicación de ningún modo exime a otros Científicos Cristianos del mandato de la Sra. Eddy de demostrar “salud y santidad”.
Recuerdo cuando mi esposa y yo tuvimos que hacer frente a la enfermedad en nuestra familia varias veces. Sin desalentarnos, recurrimos directamente a Dios, sabiendo que en la medida en que aceptáramos y viviéramos la Verdad divina, podríamos ejercer su autoridad. De esta manera nuestros hijos tuvieron rápidas curaciones de dolor de oídos, resfríos, fiebre y de un clavo encajado en un pie.
De igual modo, en una época en que nuestra ciudad no contaba con ningún practicista listado en el Journal, los miembros de nuestra filial de la Iglesia de Cristo, Científico, reconocieron su autoridad sanadora y responsabilidad de orar por quienes tenían necesidad de ello, y cada miembro aceptó llamados de personas que pedían ayuda. El resultado: curaciones, crecimiento espiritual de las personas que prestaban ayuda y un gran progreso en la iglesia. Más adelante, dos miembros se sintieron guiados a dedicar todo su tiempo a la práctica y, en la actualidad, sus nombres están en el Journal. Quien acepta el yugo del Cristo es un testigo activo de la autoridad divina, y recibe directamente la bendición de Cristo Jesús.