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Supimos acerca de la Ciencia Cristiana durante la depresión económica...

Del número de mayo de 1987 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Supimos acerca de la Ciencia Cristiana durante la depresión económica de los años 30, cuando una vecina, que había visto nuestra gran necesidad, nos invitó a mi esposo y a mí a asistir a una conferencia sobre Ciencia Cristiana. Esto sucedió unos dos meses antes del nacimiento de nuestro segundo hijo, y teníamos toda clase de problemas: enfermedad, escasez, desempleo y desdicha. No recuerdo mucho sobre la conferencia, pero recuerdo el amor expresado esa noche. Sin embargo, transcurrieron varios años antes de que comenzáramos a estudiar Ciencia Cristiana seriamente, y a ponerla en práctica.

Unos tres meses después de haber asistido a la conferencia, mi esposo, que en ese momento estaba empleado como piloto, estaba tratando de arrancar con la manivela un aeroplano de modelo anticuado, cuando uno de los alumnos que operaba los controles interpretó mal unas señales y, como resultado, la mano derecha de mi esposo quedó mutilada. Por algún tiempo, los médicos pensaron que era necesario amputarle la mano, pero mi esposo no aceptó este veredicto.

Cuando nuestra vecina Científica Cristiana supo del accidente, le preguntó a mi esposo si estaría dispuesto a hablar con un practicista de la Ciencia Cristiana para que le diera tratamiento mediante la oración. Ninguno de los dos sabíamos bastante sobre Ciencia Cristiana como para estar dispuestos a depender de ella, pero como nuestra vecina había sido tan amable con nosotros mi esposo aceptó una cita con un practicista. Desde el momento del accidente, ocurrido tres semanas antes, mi esposo sufría de un constante dolor y no podía conciliar el sueño en la noche. Cuando el practicista oró por mi esposo, con el consentimiento de éste, casi instantáneamente comenzó a sentir alivio. Los médicos que simplemente limpiaban y vendaban la mano regularmente, se dieron cuenta de la mejoría repentina. El envenenamiento de la sangre había desaparecido y ya no se habló más de amputarle la mano. Los huesos, que los médicos habían pensado que sería necesario romper para ajustarlos de nuevo porque no estaban soldando como debían, sanaron sin ninguna complicación.

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