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We Knew Mary Baker Eddy

Esta serie de artículos es una selección de las memorias de uno de los primeros trabajadores en el movimiento de la Ciencia Cristiana. Estos relatos de fuentes originales que se han tomado del libro We Knew Mary Baker Eddy 1, nos dan una perspectiva de la vida de la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana durante esos años en que se estaba fundando la Iglesia de Cristo, Científico.

Recordando a Mary Baker Eddy

[continuación]

Del número de mayo de 1987 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En octubre de 1888, la Sra. Eddy me invitó a que la visitara en su casa en la Avenida Commonwealth 385, [en Boston] donde conversamos durante más de una hora, y me dijo que yo debería empezar a llevar a cabo cultos públicos en la ciudad de Detroit y predicar los sermones.

Después de esta prolongada entrevista, cuando me levanté para retirarme, la Sra. Eddy tomándome la mano, dijo: “¿Vas a hacer lo que te pedí?” Respondí que iba a tratar. A lo cual la Sra. Eddy contestó con firmeza: “Eso no basta. ¿Lo vas a hacer?” Naturalmente, la única respuesta adecuada era “sí, lo haré”. Ella concluyó diciendo: “Entonces, no lo olvides”. Después de mi regreso a Detroit, durante algún tiempo prediqué sermones de acuerdo con las instrucciones de la Sra. Eddy. No obstante, muchos de los que se habían mostrado interesados y que estaban estudiando nuestro libro de texto, Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, no deseaban abandonar la iglesia a la que habían pertenecido, en algunos casos debido a sus familiares. Mas, en realidad, no percibían muy bien lo que significaba el separarse de entidades religiosas que impartían la creencia de que el hombre es material y que está gobernado por una ley material. No obstante, los que asimilaban la verdad más rápidamente no dudaban, sino que se mostraban deseosos de dejar a sus familias y concurrir a los cultos de la Ciencia Cristiana.

El 5 de octubre de 1892, concurrí a una reunión en Boston convocada con el objeto de promover el progreso de la organización de La Iglesia Madre bajo su actual forma de gobierno. Esta tuvo lugar en el Steinert Hall, en la calle Boylston 62, donde cincuenta y siete personas firmaron el registro de miembros, yo entre ellas. Al terminar la reunión, fui discretamente invitada a visitar a la Sra. Eddy al día siguiente en su residencia en Pleasant View, en la ciudad de Concord. Debo agregar que mi hermana, la Sra. Isabella M. Stewart, C.S.D., de Toronto, fue invitada a acompañarme en este viaje.

Este privilegio nos produjo una alegría indescriptible, y cuando llegamos a la casa de nuestra Guía, nos encontramos con otros seis estudiantes de la clase Normal que también habían venido a compartir esta bendición. Cuando nuestra querida maestra entró en la sala, no pudimos evitar la impresión que nos causó por su gracia y dignidad, y por la evidencia de crecimiento espiritual, el cual a menudo es más visible que el crecimiento físico que efectúa un niño de un año para otro. Aunque era aparente que su cabellera se había encanecido — lo cual para nosotros era evidencia del tremendo esfuerzo que significaba ascender por el monte de la revelación — el tono de autoridad espiritual basado en su magnífico entendimiento de la Verdad era maravilloso, por lo menos eso fue lo que yo percibí. Nos saludó con afecto, y después, pidió a la Sra. Sargent que le trajera Ciencia y Salud, lo que hizo de inmediato.

Los estudiantes presentes escuchábamos con sumo interés mientras nuestra amada Guía nos leía estas maravillosas palabras de Ciencia y Salud (página 101 de la septuagésima edición, líneas 19–24): “Cuando nos damos cuenta de que no hay más de una sola Mente, se nos revela la ley divina de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos; mientras que una creencia en muchas mentes gobernantes, impide la inclinación normal del hombre hacia la Mente única, el Dios único, y conduce al pensamiento humano por vías opuestas donde impera el egoísmo” (página 205 de la presente edición). Mientras ella nos leía este pasaje de nuestro inspirado libro de texto, nos pareció que esas breves líneas podían impartir la regla para resolver cualquier problema humano, a pesar de lo difícil que pudiera parecer, y especialmente estas magníficas palabras: “La inclinación normal del hombre hacia la Mente única, el Dios único”. Mientras leía, su entendimiento maravilloso resonaba en cada palabra. Sin ningún titubeo expuso, como lo había hecho Cristo Jesús en su época, los ataques del error a los que sus seguidores iban a estar sometidos, pero, al mismo tiempo, nos recordaba constantemente la total falta de poder que tiene el error en su intento por obstaculizar el progreso de la Ciencia Cristiana.

Hacia el final de sus recomendaciones, ella dijo que nunca deberíamos temer al mal, a pesar de las apariencias. Luego, con una sonrisa radiante, agregó que sus alumnos pensaban demasiado en el mal, y que frecuentemente, en creencia, atribuían al mal demasiado poder. Continuó diciendo que cuando el error llama a la puerta, algunas veces ellos abren la puerta para ver qué quiere el error, pero que ella no hacía eso, pues sabía con anticipación lo que el error quería, y mantenía la puerta cerrada. Sin embargo, una vez que los estudiantes habían abierto la puerta, tenían que expulsar al intruso, y ésa era la gran labor, evitar que el error entrara. Al final de sus observaciones, y antes de despedirse de nosotros, dijo: “Si ustedes, mis queridos alumnos, pudieran percibir la grandeza de vuestra perspectiva, la infinitud de vuestra esperanza, y la capacidad infinita de vuestro ser, ¿qué harían? Dejarían que el error se destruyera a sí mismo”. Muchas veces, los que estuvieron allí presentes repitieron, con pequeñas variantes, esa declaración. Yo la escribí en esa misma forma de inmediato, mientras iba de regreso al hotel donde me hospedaba. La entrevista con la Sra. Eddy duró casi dos horas, y a varios de los presentes les pareció como un curso completo de lecciones.

Al finalizar, nuestra querida Guía nos invitó a acompañarla al piso superior y visitar sus habitaciones, en especial su sala de estudio, y luego nos llevó al balcón para que contempláramos el hermoso panorama en todas direcciones. Uno de los alumnos allí presente, de pronto se dirigió a ella y le preguntó: “¿Sra. Eddy, querría usted indicarnos el lugar donde nació?” A lo cual ella respondió en su modo tan característico, y con una sonrisa radiante: “Bueno, yo nunca nací, pero si se refiere a Mary, Bow queda allí”, al mismo tiempo que señalaba lo que podría llamarse su lugar de nacimiento, humanamente hablando.

Durante el período de 1890 a 1898 tuve a mi cargo la tarea de representar a los Científicos Cristianos ante la Legislatura del Estado de Michigan para oponerme a una legislación médica que, en caso de haber sido aprobada, hubiera restringido la práctica de la Ciencia Cristiana en ese estado. En una de estas oportunidades tuve que dirigirme al cuerpo legislativo identificándome como “alumna de la Reverenda Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana”. En consecuencia, la legislatura se expidió favorablemente para proteger los derechos constitucionales que tienen los Científicos Cristianos para ejercer su libertad religiosa.

Algún tiempo después, cuando visité a la Sra. Eddy, le hablé sobre esta experiencia y le pregunté si había hecho lo correcto al mencionar su nombre, identificándome como su alumna cuando me dirigí al cuerpo legislativo. Me contestó que había hecho exactamente lo correcto.

En una carta que me envió con fecha 10 de mayo de 1897, incluyó la siguiente frase haciendo referencia a la gran victoria obtenida en la legislatura en dicha oportunidad:

Ella escribió: “Querida, la declaración: ‘Escoceses que habéis con Wallace vuestra sangre derramado’, contiene una gran fuerza moral. Gracias a Dios, y a mi fiel Annie por esta manera valerosa y justa de defender la Ciencia Cristiana”.

Durante esa época, el movimiento de la Ciencia Cristiana tuvo un progreso maravilloso, y en 1898, la Sra. Eddy estableció el Cuerpo de Conferenciantes, y entre los designados también estaba mi nombre.

En enero de 1899, fui invitada a visitar a nuestra Guía en su casa en Pleasant View, y tuve el maravilloso privilegio de que me concediera una prolongada entrevista. Me preguntó acerca de mi labor como conferenciante, y le dije que hasta el momento había recibido muy pocas invitaciones. Agregué, que hasta mis amigos personales que eran miembros de diferentes iglesias de la Ciencia Cristiana, me escribían diciéndome que, si bien a ellos les agradaría escucharme, el público en general prefería escuchar a un hombre como conferenciante, así que por ahora, yo era como un “abogado sin clientes”. En ese momento, la Sra. Eddy comenzó a hablarme con su energía acostumbrada, diciéndome que no había razón para permitir que tal argumento prevaleciera, pues ella me había nombrado después de dar debida consideración al asunto, y era mi responsabilidad hacerlo bien. Sus palabras fueron: “Debes elevarte a la altura del verdadero concepto de la naturaleza de mujer, y entonces el mundo entero requerirá tus servicios, como requiere los míos”. Después dijo: “Desearía saber quién tiene mayor intelecto, ¿el hombre o la mujer?” Luego, riéndose, agregó: “No existe tal cosa como el intelecto, pero lo que quiero decir es, ¿quién refleja más inteligencia, el hombre o la mujer? Considera el caso de Adán y Eva; ¿acaso no fue la mujer la primera en descubrir que se hallaba en un error y la primera en admitirlo?” Para mí, esto significaba una nueva definición de lo que es inteligencia, y nunca lo olvidé. El resultado de sus palabras fue verdaderamente maravilloso, pues al poco tiempo comencé a recibir numerosas invitaciones para dar conferencias y, aún más, sentí la inspiración de la Verdad al aceptarlas sin temor, y probar que una mujer puede declarar la verdad y sanar a los enfermos tan bien como lo puede hacer un hombre.

El 6 de junio de 1899, cuando la Sra. Eddy habló en Tremont Temple, yo estaba en la plataforma, y se me había pedido que disertara allí, pues en esa época yo era conferenciante. Fue una alegría para todos ver entrar a la Sra. Eddy por la parte de atrás de la plataforma, y sus breves palabras tuvieron gran significado para nosotros. Junto a mí se sentaron Lady Dunmore y su hijo Lord Fincastle.

Yo estuve entre los que escucharon a la Sra. Eddy cuando ella habló desde el balcón de su casa en Pleasant View, en 1903. También la vi en 1904, frente a la iglesia de Concord, cuando dirigió unas breves palabras al Sr. Edward P. Bates, Presidente de La Iglesia Madre, al entregarle el martillo para ser usado durante las asambleas anuales de la iglesia.

En junio de 1903, se produjo otro cambio en mi labor, cuando por recomendación de la Sra. Eddy se me nombró uno de los redactores de nuestras publicaciones periódicas.

Meses más tarde, tuve el gran privilegio de ver a la Sra. Eddy en Pleasant View, a donde gentilmente me invitó a pasar unos días. Cada momento que pasé con ella fue muy significativo para mí por su maravilloso reflejo de inteligencia divina, por eso yo trataba de hablar poco, pues prefería escuchar sus inspiradas palabras. Una mañana, mientras era su húesped, me mandó llamar para que fuera a su habitación cuando terminara el desayuno. Al entrar, me dijo que deseaba indicarme un pasaje que ella acababa de leer, el cual le había traído una nueva luz. Abrió la Biblia y leyó de Juan 4: 39–42, poniendo énfasis en el versículo 42, que dice: “Y decían a la mujer: Ya no creemos solamente por tu dicho, porque nosotros mismos hemos oído, y sabemos que verdaderamente éste es el Salvador del mundo, el Cristo”. Hizo una pausa momentánea, y dijo: “Creo que debo llamar a los otros miembros del personal para que reciban este mensaje”, y así lo hizo. Cuando los estudiantes estuvieron reunidos, ella repitió lo que me había dicho y nuevamente leyó el versículo mencionado. Mirándonos con sumo interés y gran amor, agregó: “Tengo la seguridad de que cada uno de ustedes podría decir esto por sí mismo, que ustedes creen, no porque yo se los he dicho, sino porque han comprobado por sí mismos que la Ciencia Cristiana es, por cierto, ‘el Salvador del mundo, el Cristo’ ”.

La Junta Directiva y los Redactores fueron convocados por telegrama a reunirse con la Sra. Eddy en Pleasant View a las dos de la tarde del 5 de octubre de 1905. A nuestra llegada fuimos conducidos a su estudio y nos sentamos en semicírculo frente a la silla donde ella acostumbraba sentarse, en una esquina de la habitación. Estábamos presentes los Sres. Chase, Johnson, Armstrong, Knapp, McLellan, Willis y yo. Después de saludarnos, la Sra. Eddy se dirigió individualmente a cada uno de los Directores llamándolos por su nombre, y preguntó a cada uno si había leído cuidadosamente el Journal y el Sentinel. Cada uno a su vez respondió afirmativamente, pero, agregando que quizás no lo habían hecho muy detenidamente. Entonces, muy seriamente, ella dijo que deseaba que ellos leyeran las publicaciones con la mayor atención, y la ayudaran a protegerlas para que no incluyeran declaraciones erróneas o engañosas que pudieran pasar inadvertidas a los Redactores.

En ese momento sacó de su escritorio un ejemplar del Christian Science Sentinel del 30 de septiembre de 1905, y leyó estas palabras de un artículo: “Un cuerpo enfermo es inaceptable para Dios”. Leyó sin dar ninguna indicación si ella lo aprobaba o no, y nos preguntó a cada uno si considerábamos que esa declaración era científica. Ocurrió que, de los siete, fui yo la última en responder, y la Sra. Eddy nuevamente leyó la frase citada, preguntándome si yo consideraba que era una frase científica. Respondí que me había desconcertado dos veces, pero que finalmente había decidido dejarla pasar. La Sra. Eddy hizo una breve pausa, y luego agregó, de una manera que jamás podré olvidar: “Entonces, tú eres la culpable. Eres mi alumna, ¿no es así?” Yo respondí: “Sí, Sra. Eddy, tengo ese gran privilegio”. A lo que ella agregó: “¿Alguna vez yo te he enseñado algo parecido a eso?” Decidí no responder, pues empezaba a darme cuenta de que se había cometido una seria equivocación. Entonces, dirigiéndose a todo el grupo, la Sra. Eddy dijo con severidad: “¿Me quieren decir, desde cuándo un cuerpo sano tiene más utilidad para Dios que un cuerpo enfermo?” De pronto, eso nos iluminó, y todos comenzamos a preguntarnos cómo pudimos haber sido tan torpes. Dirigiéndose nuevamente a mí, dijo que me había llamado a trabajar en Boston porque ella había confiado en mi capacidad para que los artículos publicados contuvieran exactamente la enseñanza que ella impartía, y que en lo referente a esa declaración, yo no había cumplido con lo que se esperaba de mí. Insistió en que el hombre a semejanza de Dios, jamás es una semejanza física, y dijo que nos fijáramos en Ciencia y Salud, página 313, líneas 13–20.

Luego, abrió Ciencia y Salud, pidiéndonos que, por ahora, leyéramos todos los días las líneas 6–25 en la página 295. Dirigiéndose a uno de los presentes, dijo: “Y usted de vez en cuando cree que puede ver tan bien a través de una pared de ladrillos como a través de una ventana, ¿no es cierto?” El contestó, muy respetuosamente que esperaba que no, pero la Sra. Eddy dijo que, a juzgar por lo que había escrito, daba la impresión que así era. Luego, con su acostumbrada y espléndida dignidad, pero con una gran humildad, la Sra. Eddy se refirió a sí misma como la transparencia a través de la cual la luz de la Verdad había venido a nuestra era. Y sólo puedo decir que, después de muchos años de experiencia, esto para mí tiene hoy un significado mil veces más amplio, que en aquel momento cuando la Sra. Eddy nos habló.

Después, la Sra. Eddy comentó sobre la labor de Cristo Jesús, diciendo que, a veces, la perturbaban los falsos conceptos acerca del Maestro que ocasionalmente aparecían en el Journal y en el Sentinel, y dirigiéndose a los redactores, con gran firmeza dijo: “No quiero ver jamás esos débiles conceptos acerca de Jesús publicados en nuestras publicaciones periódicas, pues sólo sirven para confundir a la gente respecto a sus verdaderas enseñanzas”. Mencionó citas donde Jesús denuncia con severidad a los escribas y fariseos, cuando los llama, entre otras cosas, sepulcros blanqueados, y agregó: “Si yo me hubiera referido a quienes se oponían a la Ciencia Cristiana con la severidad con la que él se dirigió a sus opositores, ya me habrían mandado matar hace mucho tiempo”.

Aquí debo decir que si bien me sentí profundamente triste por haberle causado esa desilusión, y hasta amargura, a nuestra Guía, una reprensión de ella era más valiosa que el elogio de otros, y la acepté con gratitud. La Sra. Eddy nos habló casi por espacio de dos horas, y dejó claramente establecido que nadie debía ser juzgado por su estado físico, sino por su carácter y logros espirituales.

Después de un año de haber sido nombrada Redactora, también fui nombrada por la Sra. Eddy para integrar el Comité de Lecciones Bíblicas, tarea que disfruté enormemente, y permanecí en este comité hasta 1918. Siempre he pensado que uno de los aspectos más importantes de la instrucción divinamente inspirada que nos dejara nuestra Guía para el progreso de nuestra Causa, fue la selección de temas para las Lecciones-Sermón, respondiendo así a las necesidades espirituales de la humanidad más allá de la hora presente, e incluso en un futuro lejano. A medida que pasa el tiempo comprendo esto cada vez mejor.

En 1919, fui llamada a integrar La Junta Directiva de la Ciencia Cristiana, y si bien me estremecí ante las responsabilidades que este paso de progreso presentaba, era evidente que la necesidad del momento era obedecer, y respondí de inmediato.

Esta serie de artículos continuará.


Levántate, resplandece;
porque ha venido tu luz,
y la gloria de Jehová
ha nacido sobre ti.
Porque he aquí que tinieblas cubrirán la tierra,
y oscuridad las naciones;
mas sobre ti amanecerá Jehová,
y sobre ti será vista su gloria.

Isaías 60:1, 2

1 Publicado por La Sociedad Editora de la Ciencia Cristiana, 1979.

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