Cuando yo tenía tres años y medio vivía en una tienda de comestibles rural. Parte de la casa estaba construida en la parte de atrás de la tienda. Me gustaba pararme en una silla alta detrás del mostrador donde mi mamá atendía a los clientes. Así podía ver a la gente que mamá atendía y hablar con ellos.
Una mañana, me desperté con una llaga en la cabeza. Cuando mi mamá me peinaba me dolía mucho. Mi mamá estaba estudiando Ciencia Cristiana, y yo concurría a la Escuela Dominical. De modo que en ese momento me dijo que todo lo que Dios había creado era bueno, incluso yo, pues era Su hija. En realidad, lo éramos todos. Pero dos días después, otra llaga igual me apareció en la cara. Estaba parada al lado de mi mamá, en tienda, cuando una señora, que las dos conocíamos, entró, se sonrió con mi mamá y le habló, luego me sonrió diciendo: “Buenos días, Snooky”.
Pero después, frunciendo el ceño, dijo a mi mamá, “Snooky tiene impétigo en la cara. Se le va a extender y puede dejarle cicatrices. Llévela a ver al médico cuanto antes”.
Eso me asustó y empecé a llorar. Mamá me levantó en brazos y me susurró: “Dios está con nosotros”. Terminó de atender a la señora y luego puso un cartel en la puerta de la tienda que decía “cerrada”.
Me llevó adentro de la casa y llamó por teléfono a una practicista de la Ciencia Cristiana para que nos ayudara por medio de la oración. Nos sentamos juntas en una mecedora, yo sobre las rodillas de mamá. Me habló acerca de Dios, explicándome todo lo que el El había hecho es, fue y siempre será bueno, verdadero y perfecto. Me dijo que nada puede ser quitado de la creación de Dios y nada malo puede ser añadido a ella, y que nosotros somos Sus hijos. Luego cantamos el himno cuya letra empieza: “La colina, di, Pastor, cómo he de subir”, escrito por la Sra. Eddy.Himnario de la Ciencia Cristiana, N.° 304. La primera estrofa dice:
La colina, di, Pastor
cómo he de subir;
cómo a Tu rebaño yo
debo apacentar.
Fiel Tu voz escucharé,
para nunca errar;
y con gozo seguiré
por el duro andar.
Me fui a dormir, y mamá volvió a su trabajo.
Durante los dos días siguientes, mamá y yo estuvimos afirmando que Dios es Amor, y que Dios cuida de todo. Al tercer día, las costritas se secaron y se cayeron sin dejar cicatrices, dándome pruebas acerca de la verdad de la perfección de la obra de Dios.
Ahora soy más grandecita, pero esta curación siempre ha significado mucho para mí. Estoy tan agradecida por haber concurrido a una Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana y por haber aprendido a recurrir a nuestro Padre-Madre Dios. Su amor no sólo me ha sanado, sino que me ha guiado a través de toda mi vida.
Las experiencias de curaciones en los artículos del Heraldo se verifican cuidadosamente, incluso en los artículos escritos por niños o para niños.
    