Por espacio de trece años desde que había recibido instrucción en clase de Ciencia Cristiana, cada año había asistido con gozo a la reunión de mi asociación, reunión anual de los alumnos la cual tiene como finalidad renovar la inspiración y la enseñanza espirituales. En 1982, no pude asistir.
La semana anterior a la reunión, escribí para decir que no podría asistir. Sin embargo, resolví apoyar nuestro día de asociación mediante la oración. Y así lo hice. Afirmé que la inspiración, el despertar y el crecimiento espirituales que se manifestaban en la asociación eran míos y de cada uno. Las reuniones anuales de las Asociaciones de Estudiantes de la Ciencia Cristiana en todo el mundo son la levadura en el pensamiento del mundo, “el pan sobre las aguas”. Ecl. 11:1.
Al terminar el día, me había comprometido a vivir como nunca lo había hecho antes las verdades de la Biblia y de la Ciencia Cristiana que había aprendido en la clase. El ímpetu de dedicarme totalmente a la práctica pública para ser practicista registrada en el The Christian Science Journal había ido creciendo durante años. A principios del mes de diciembre de 1982, decidí que la Navidad que se aproximaba debía ser diferente a todas las anteriores. El caos y el excesivo materialismo debían ceder al verdadero significado de la Navidad. Como teníamos un niño de cuatro años y otro de siete, la Navidad aún era muy divertida y una época para compartir. Pero ese año resolví que no nos dejaríamos atrapar por la discordia y la desarmonía, como antes. No quería que nada nos privara, ni a mi familia ni a mí, del verdadero sentido de lo que significó, y aún significa para la humanidad, el nacimiento de Cristo Jesús.
Trabajé pensando que “la curación cristiana” es “el niño que hemos de atesorar”. Esto está incluido en una declaración de la Sra. Eddy que dice: “En distintas épocas la idea divina toma diferentes formas, según las necesidades de la humanidad. En esta época toma, más inteligentemente que nunca, la forma de la curación cristiana. Este es el niño que hemos de atesorar. Este es el niño que rodea con brazos amorosos el cuello de la omnipotencia, e invoca el infinito cuidado del amoroso corazón de Dios”.Escritos Misceláneos, pág. 370.
Oré con diligencia para atesorar la curación cristiana en mi pensamiento. A mediados de diciembre, me di cuenta de que necesitaba comenzar a prepararme para la reunión de mi asociación, pues de lo contrario, pasarían otros nueve meses, y podría volver a faltar. Por tanto, empecé a orar diariamente para la reunión anual.
Ese año, la Navidad fue maravillosa, llena de paz, gratitud y felicidad, fue la mejor de todas. El 3 de enero de 1983, estaba sentada al escritorio orando por la asociación, y me pregunté: “¿Cómo voy a sufragar los gastos para ir?” La respuesta fue: “Trabajarás como practicista, ayudando a la gente”.
Me reí y dije: “Muy bien, Dios, yo haré el trabajo de oración, pero Tú tendrás que enviarme los pacientes”. Bueno, ese día los “pacientes” vinieron, todos de mi propia familia. Esta no era la oración diaria que normalmente hago por cada miembro de la familia. Traté esos casos como si fueran pedidos de ayuda de otras personas que requerían trabajo específico y científico mediante la oración. Entre otros resultados, nuestra hija sanó rápida y completamente de una tos muy fuerte. Otra curación fue la de nuestra perra que había sufrido de incontinencia durante dos años. Como en ese momento estábamos viviendo en un clima muy frío, ella tenía que estar adentro, y eso se había convertido en un penoso problema para toda la familia. La incontinencia fue sanada por completo y permanentemente en pocos días de tratamiento. Hubo también otras curaciones específicas que me alentaron.
Durante los últimos meses yo había notado que tenía dificultad para enfocar la vista, especialmente de noche. Me había dado tratamiento específico mediante la oración, pero no con regularidad. Cuando tomé esos “pacientes,” me di cuenta de que tenía que sanar de los ojos. Esto me llevó más tiempo, pero continué dándome un tratamiento diario mediante la oración. Había evitado renovar mi licencia de conducir porque se requería un examen de la vista. Oré diariamente hasta fines de enero, y, confiando en Dios, fui a tomar el examen. Mi vista se había aclarado lo suficiente, así que pasé el examen. Quedé admirada y comprendí que eso indicaba que la condición podía ser sanada, y sanaría completamente mediante el tratamiento de la Ciencia Cristiana. A comienzos de mayo, tenía la vista completamente normal.
Durante una semana, trabajé para los “pacientes” diariamente, ya fueran miembros de mi familia o los “pacientes” que el The Christian Science Monitor había presentado como situaciones nacionales y mundiales que necesitaban una oración específica.
Al terminar la semana fui a visitar a una querida amiga Científica Cristiana. Se desahogó contándome todas sus desgracias y dijo que había querido llamar a un practicista de la Ciencia Cristiana pero que no conocía a ninguno. Me pidió que la ayudara. Con lágrimas de gratitud, me di cuenta de que Dios me había enviado mi primer paciente. La experiencia de mi amiga dio un vuelco total, y desde ese momento, nunca tuve menos de un paciente y, a veces, hasta cinco individuos fuera de la familia que me pedían tratamiento en la Ciencia Cristiana, y, naturalmente, la práctica continúa creciendo.
El primero de febrero reservé el boleto de avión, y el primero de abril lo pagué con un descuento especial.
Un punto interesante es que, al comenzar este trabajo de curación, recibí llamados pidiendo ayuda cuando estaba espiritualmente preparada e inspirada, y siempre fueron problemas con los cuales me sentí confiada, muchas veces eran casos que había sanado en mi propia experiencia.
A fines de julio, tenía las requeridas tres cartas de testimonio de personas que había ayudado, y estaba dando los pasos necesarios para registrarme en el Journal. A fines de septiembre, asistí a mi asociación y me di cuenta de que ese día especial en el año es mi Navidad, mi día especial. Como cada día de asociación, ¡fue la mejor de todas! Una semana después recibí la confirmación de que había sido aceptada para registrarme en el Journal.
Estoy profundamente agradecida por “el niño que hemos de atesorar” —la curación cristiana— y por la instrucción en clase y las reuniones anuales de la asociación estipuladas por la Sra. Eddy, que nos preparan para el alto llamado a ser genuinos sanadores cristianos.
    