En retrospección, me doy cuenta de que mi vida tomó una dimensión totalmente nueva en aquel momento feliz cuando mi familia conoció la Ciencia Cristiana.
Cuando yo era niña, mi padre falleció súbitamente, dejando a mi madre sola con tres niños pequeños. Una tía mía nos tomó lástima, y vino a vivir con nosotros. Sin embargo, aunque económicamente nunca carecimos de nada, no había mucha armonía en nuestro hogar.
Durante todos los años de mi niñez, y hasta llegar a adulta, yo sufría de problemas del corazón. Tanto mi madre como yo temíamos mis noches de angustia mental. Los pensamientos de la muerte siempre estaban latentes. Vivíamos en un pequeño pueblo rural, cerca del cementerio de la iglesia, y recuerdo que me parecía que las campanas de la iglesia siempre estaban repicando para funerales.
Algunos años después, me mudé para Estocolmo para tomar un curso en correspondencia comercial. Yo vivía en la casa de huéspedes de dos señoras que eran Científicas Cristianas. Ellas compartieron la Ciencia Cristiana conmigo, e hicieron todo la posible por guiarme y alentarme.
A la luz de mi triste y poca armoniosa niñez, estas enseñanzas fueron completamente revolucionarias. Sentí que el reino de los cielos, en donde la salud y el regocijo son naturales, se había abierto para mí. No era de extrañarse que nuestros conocidos se preguntaran qué me había sucedido, ya que yo había cambiado completamente.
La compresión de que Dios, el bien, llena todo el espacio, me hizo sentir tan feliz y libre del temor a la muerte que, sin darme cuenta al principio, me torné mucho más activa. Un día observé que estaba subiendo cinco tramos de escaleras, de dos en dos, varias veces al día. ¡Había sanado del Problema del corazón! Justamente cuándo vino la curación, no lo sé.
Seis meses después, cuando necesité un certificado de salud que me capacitara para un empleo en el sector público, el médico que me examinó concluyó que yo estaba en muy buena condición física. Cuando le pregunté sobre el corazón, me dijo que estaba bien. La curación ha sido permanente.
Un verano, sufrí de furúnculos en los oídos. Aparecía uno después de otro. Luego, además de esto, me aparecieron orzuelos en los párpados. Pedí a una practicista de la Ciencia Cristiana que me ayudara por medio de la oración. Esto fue un viernes. El domingo, mientras estaba en un concierto, pensaba erróneamente: “Ahora he tenido furúnculos en los oídos, orzuelos en los párpados; lo próximo probablemente será problemas en la garganta” (algo que yo temía). Pero entonces me vino el pensamiento: “No, no será así, porque el mal no tiene ninguna inteligencia, y no sabe a dónde ha de aparecer después”.
Por este tiempo, yo no estaba familiarizada con esta declaración de nuestro libro de texto, Ciencia y Salud por la Sra. Eddy: “La enfermedad no tiene inteligencia con que moverse de una parte a otra o transformarse de una forma en otra” (pág. 419). Sin embargo, la comprensión de que el mal o la enfermedad no son reales y, por lo tanto, sin inteligencia, me sanó. El furúnculo que tenía en uno de los oídos, drenó durante la noche, y el problema no se ha repetido. También, muy pronto estuve libre de los orzuelos.
Mi vida ha estado bendecida por las constantes pruebas de la infinita naturaleza de la misericordia de Dios. Cuando nos volvemos a El como nuestra fuente de ayuda siempre presente, aprendemos que El guía cada uno de nuestros pasos y nos sana.
Estoy infinitamente agradecida por la Ciencia Cristiana, y por todo el bien que proviene de mi afiliación con La Iglesia Madre. Las publicaciones de la Ciencia Cristiana son una gran bendición, y las Lecciones Bíblicas que se publican en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana responden maravillosamente a nuestras necesidades individuales.
Estocolmo, Suecia
    