En cierta ocasión, me vi frente a un grave problema con un cliente debido al funcionamiento defectuoso de una compleja pieza de equipo electrónico que mi compañía manufacturaba. Cuando comencé a intervenir en el asunto, los temperamentos ya estaban alterados y prevalecía el resentimiento. Me vi frente a una gran hostilidad, y sólo disponíamos de un corto plazo para resolver el problema técnico.
Por medio del estudio de la Ciencia Cristiana, he aprendido que cualquier forma de hostilidad es ajena y contraria a la creación de Dios. Es una imposición, una negación del concepto correcto del hombre. Alrededor de cuatro horas después de que voluntariamente rechacé la hostilidad como falsa y comprendí la eterna y armoniosa perfección de Dios y el hombre, se halló una solución al problema técnico. Del logro exitoso obtenido ese día, resultaron varias estrechas relaciones personales que beneficiaron a todos los interesados.
Mi papel primordial ese día no era el que parecía ser ante los frustrados sentidos humanos: el de resolver un problema técnico. Era el de sanar la hostilidad por medio del amor al prójimo. Al cumplir el requisito de reconocer y practicar el amor cristiano, la necesidad humana inmediata fue satisfecha, y sus resultados continúan siendo una fuente de inspiración y satisfacción.
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