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“Cántalo otra vez, mamá”

Del número de abril de 1988 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


A Miguelito le gusta mucho sentarse en la falda de su mamá y cantar con ella. Su canción favorita fue escrita por Mary Baker Eddy. Empieza así: “La colina, di, Pastor... ”Himnario de la Ciencia Cristiana, N.° 304. Miguelito y su mamá tienen una mecedora especial en la que se sientan a cantar juntos.

Un día, la maestra del jardín de infantes de Miguelito le pidió a su mamá que lo observara. La señorita Robin dijo que otros niños estaban enfermos.

La mamá pensó: “Miguelito es, en realidad, el hijo perfecto de Dios. Dios no le manda ninguna enfermedad. Miguelito relfeja a Dios, por eso no puede estar enfermo y tampoco pueden estarlo los otros niños. La señorita Robin ama a Miguelito y sólo le desea el bien”. La mamá oró para ver claramente que todos en la clase eran verdaderamente hijos perfectos de Dios. Así que nada malo podía ocurrir a Miguelito ni a los otros niños.

Esa noche, Miguelito se sentó en la falda de su mamá. No se sentía bien. No cantó mucho. Cuando su mamá cantó: “La colina, di, Pastor”, Miguelito dijo: “Cántalo otra vez, mamá”. Y su mamá lo cantó varias veces.

La colina, di, Pastor,
cómo he de subir;
cómo a Tu rebaño yo
debo apacentar.
Fiel Tu voz escucharé,
para nunca errar;
y con gozo seguiré
por el duro andar...

Las palabras son hermosas. Es maravilloso pensar en Dios como nuestro Pastor. Es bueno escuchar Su voz que nos dice que estamos sanos y bien.

Miguelito y su mamá sabían escuchar muy bien. Querían seguir al Pastor. Después de un rato, Miguelito se bajó de la falda de su mamá y se fue a dormir a su cama. A la mañana siguiente, estaba bien. Miguelito estaba deseando ver a la señorita Robin. Cuando terminó el jardín de infantes, la señorita Robin dijo: “Miguelito se ha portado muy bien hoy”.

Nota de la madre:

Cuando tranquilamente pensé: “Miguelito es el hijo perfecto de Dios”, basé mi razonamiento en Mateo 5:48, que es el mandato de Cristo Jesús para ser perfectos, “como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”. La Sra. Eddy, que descubrió y fundó la Ciencia Cristiana, dice: “Dios es el creador del hombre, y permaneciendo perfecto el Principio divino del hombre, la idea divina o reflejo, el hombre, permanece perfecto”.Ciencia y Salud, pág. 470. Cuando cantábamos el himno juntos, pensé: “¿Cómo puedo oír mejor al Padre? ¿Cómo puedo sosegar mi pensamiento y sentir la calma que acompaña la perfecta salud?”

Sabía que en la totalidad de Dios no había enfermedad, temor ni discordia. En consecuencia, el temor no podía hacer retroceder mi pensamiento a los síntomas de la enfermedad ni sugestionarme, haciéndome creer que Miguelito podría contraer alguna enfermedad que hubiera entre los niños de la escuela. También fue necesario declarar la perfección espiritual de cada niño de la escuela y del barrio como hijos de Dios.

La Sra. Eddy escribe: “El consentimiento común es contagioso, y hace contagiosa la enfermedad.

“La gente cree en enfermedades infecciosas y contagiosas, y que cualquiera está propenso a contraerlas al mediar ciertas causas predisponentes u ocasionales. Este estado mental lo prepara a uno para contraer cualquier enfermedad cada vez que se presenten las circunstancias que uno cree que la producen. Si uno creyera con igual sinceridad que la salud es contagiosa cuando se está en contacto con personas sanas, se contagiaría del estado de ellas tan positivamente y con mejor resultado que cuando se contagia del estado del hombre enfermo”.Escritos Misceláneos, págs. 228–229.

Por último, después de haber meditado, orado y cantado, pude ver que la bondad inherente a Miguelito como hijo de Dios, del Amor, era definitiva. Naturalmente que ¡él estaba bien! Me encanta la forma en que los niños son receptivos a la verdad y al amor. Ellos ceden tan rápidamente a la verdad de que los hijos de Dios —en realidad, todos nosotros— son puros y semejantes a Dios, no son impresionables ni vulnerables. La verdadera individualidad inmortal de cada uno de nosotros, tanto de padres como de hijos, se revela a medida que escuchamos más a Dios.

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