La Biblia describe a dos de los discípulos de Cristo Jesús caminando juntos a Emaús. Ver Lucas 24:13–35. Estos hombres estaban tristes porque su querido amigo y Maestro había sido crucificado, pero también estaban sorprendidos por los informes que habían escuchado de otros, acerca de que Jesús había resucitado de entre los muertos. Cuando iban caminando, un hombre se les acercó y les preguntó por qué estaban tristes. Uno de ellos se asombró de que este extraño no estuviera enterado de la muerte de Jesús, ni del acontecimiento, tan difícil de creer, que él había resucitado de entre los muertos. Solamente al terminar el día, cuando ellos se sentaron a comer con él, se dieron cuenta de que el extraño que había caminado y hablado con ellos era nada menos que el mismo Jesús resucitado.
Mi reacción a este relato siempre ha sido una mezcla de incredulidad y tristeza porque los seguidores de Jesús no lo reconocieron inmediatamente, pero, sí lo reconocieron más adelante, como lo explica el relato. Jesús acababa de llevar a cabo el triunfo más grande en la historia humana. El había sido crucificado y luego había vuelto de la tumba. ¿Cómo era posible que no lo reconocieran?
Aunque el Cristo no está limitado a Jesús ni a su tiempo, el Cristo, la Verdad, fue supremamente expresado por Jesús, como nadie jamás lo ha hecho ni antes ni después de él. De hecho, el Cristo no tiene ni un elemento de materialidad ni de limitación. El Cristo es la Verdad eterna que ha existitido a través de todos los tiempos y en todas partes, expresando el bien en la consciencia individual. El poder sanador de Dios trae la verdadera identidad espiritual del hombre a luz en una forma significativa para cada uno de nosotros.
Todos hemos tenido dificultades físicas algunas veces, unas han sido sanadas inmediatamente y otras quizás no tan inmediatamente. ¿Acaso esto significa que el poder activo y sanador de Dios a veces actúa rápidamente y otras lentamente? ¡No! ¿Significa que la lentitud en la curación se debe a que hay algo que tenemos que aprender antes de que la curación se efectúe? Pensemos nuevamente en el relato del camino a Emaús. ¿Ocurrió la curación, la demostración de la Vida inmortal, o no? Por supuesto que sí. ¡Jesús resucitó! Como la Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud: “El probó que la Vida no muere y que el Amor triunfa sobre el odio”.Ciencia y Salud, pág. 44.
Pensemos en ello. La curación había ocurrido. No había razón para que estos hombres sintieran pesar. De hecho, la demostración de la curación —la presencia de Jesús— estaba con ellos, y, sin embargo, ¡no la habían reconocido! No habían admitido la verdad —el hecho de su resurrección— hasta que él partió el pan con ellos, poco después de haberlo encontrado primeramente en el camino. Jesús les había explicado las Escrituras mientras caminaban, y gradualmente ellos habían llegado a entender la verdad de las profecías en las Escrituras relacionada con la crucifixión y la resurrección, y la aplicación de todo esto a ese momento mismo. Entonces, con gran reverencia, los dos discípulos se dijeron uno al otro: “¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras?” Ellos ahora sabían quién era el extraño. Ellos aceptaron la demostración de la Vida. Su tristeza desapareció.
A pesar de años de dedicación para seguir al Cristo, hay momentos en que la fe se tambalea. En una ocasión, tuve una tos muy irritante y molesta. No era agradable para mí, ni para quienes me rodeaban. Me iba de los lugares públicos cuando esto ocurría, y evitaba ciertas situaciones sociales. Durante este tiempo, oraba con todo mi corazón, escudriñando la Biblia y los escritos de la Sra. Eddy para obtener entendimiento e inspiración. Algunas veces sentía que había sanado, pero luego la tos persistente volvía, y me desalentaba. Después de unos meses de estar dominada por este problema, decidí llamar a una practicista de la Ciencia Cristiana para que me ayudara, ella oró por mí dos días. Aunque no hubo un cambio inmediato y drástico, al tercer día descubrí el Himno 49 mientras leía el Himnario de la Ciencia Cristiana. Me encantó, e inmediatamente sentí una paz increíble, pero la tos aún persistía. Mientras iba manejando el auto al pueblo, razoné más o menos de esta manera: la Verdad sana. Tú sabes eso, porque tú has tenido muchas curaciones. Esta creencia de tos no tiene base en la Verdad, y tú lo sabes, entonces ¿cuándo vas a empezar a actuar como si estuvieras curada? Empieza a comportarte sabiendo que la Verdad es verdadera.
Mientras pensaba sobre esta vislumbre, me di cuenta de que la oración y el estudio que yo había hecho durante varios meses habían sido motivados, en parte, por una creencia de que Dios se expresaría a Sí Mismo en mi experiencia solamente si yo trabajaba con mucho esfuerzo. No obstante, la curación se efectuó cuando sentí profundamente dentro de mí que Dios estaba siempre presente, y que siempre me amaba. Dios me amaba incondicionalmente, y yo tenía la autoridad divina para comportarme en base a esta verdad.
Esto no quería decir que yo estaba ignorando o “viviendo con” el problema. Al contrario, yo estaba aprendiendo que nada podía oponerse a esta comprensión de Dios una vez que está grabada en el corazón.
Desde ese momento, no permití que mis pensamientos fuesen dominados por lo que yo anteriormente trataba como un problema no resuelto. Y, ¡eso fue todo! Terminé con el problema, y la tos simplemente desapareció.
En cada situación, no es tanto que la curación se demore, sino que estemos obteniendo la comprensión espiritual de que verdaderamente, ahora mismo, Dios es Amor infinito. Y el hombre —nuestra identidad verdadera— está incluido en este Amor, y es perfecto, amado y protegido. ¿Permitiría Dios, quien es Amor infinito, que Su hijo amado sufriera por un instante? ¡Imposible! El Amor infinito es también el Espíritu, y este Espíritu infinito nada sabe de un hombre material que pueda ser víctima del sufrimiento.
Jesús, en su gran amor por la humanidad, representó al Cristo bondadoso. ¡Qué benévolo y paciente fue con aquellos dos estudiantes en su camino a Emaús! Les estaba enseñando una lección que ellos jamás olvidarían, y estaba dispuesto a dedicar a esto todo el tiempo que ellos necesitaran. Mi pequeña curación de una tos me enseñó una lección que nunca olvidaré, pero esa lección es más grande que el simple hecho de que el Cristo sana enfermedades.
Todos nosotros en nuestra vida diaria podemos decir que estamos en un camino simbólico a Emaús. El Cristo, la influencia divina, está aquí con nosotros, señalándonos las Escrituras con su certeza de la resurrección de todas las leyes mortales limitadas, sí, aun de la ley de la muerte. ¿No se podría decir que la curación verdaderamente ocurre en el momento exacto cuando, como los discípulos, reconociendo a Jesús, aceptamos la Verdad que se presenta positiva, —real— a nuestra consciencia? O, en otras palabras, sanamos cuando despertamos a la comprensión de la presencia del Cristo, para permitir que transforme nuestra naturaleza, y destruir así toda creencia en otra consciencia. Ciertamente esto no es un proceso que requiere mucho tiempo, sino una experiencia de aprendizaje.