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Desearía expresar mi gratitud a Dios por todas las bendiciones que...

Del número de abril de 1988 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Desearía expresar mi gratitud a Dios por todas las bendiciones que he recibido como resultado de mi estudio de Ciencia Cristiana. Mis actividades han sido enriquecidas mediante la oración, y estoy constantemente obteniendo una mejor comprensión de Dios y de Su amor para con toda la humanidad.

Había sido criada en la Ciencia Cristiana y había asistido a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana hasta la edad de veinte años; había sido miembro de una organización de la Ciencia Cristiana en la universidad y me había afiliado a una iglesia filial, pero nunca había tenido ocasión de confiar radicalmente en la Ciencia Cristiana para superar una condición física.

La experiencia que tuve entonces me despertó a percibir la necesidad de adoptar una posición radical —no pasiva— para la curación por medio de la Ciencia Cristiana. Tenía que decidir dónde iba finalmente a poner mi confianza: o en la Ciencia Cristiana o en la ayuda médica. Lo que me hizo volver de todo corazón a la Ciencia fue el darme cuenta de que si no podía confiar en nuestro Dios todopoderoso para satisfacer mis necesidades, entonces la vida no tendría propósito para mí. Necesitaba algo absoluto sobre lo cual construir mi vida, y Dios era ese único absoluto.

Cuando estaba embarazada de nuestro segundo hijo, una semana antes de la Navidad comencé a sentir molestias en un dedo de la mano. No había ninguna razón aparente para el dolor y la hinchazón, y supuse que la condición pronto desaparecería.

Cuando la condición empeoró, solicité a una practicista de la Ciencia Cristiana que me ayudara mediante la oración. Esta ayuda me apoyó durante noches de insomnio, las que pasaba cantando himnos, leyendo y orando, y durante días de estudio y oración, cuando no se veía mejoría alguna. Durante ese tiempo, me convencí, más y más, de la verdad de mi devoto reconocimiento de que Dios, no la materia, es la fuente de mi salud y bienestar, y que mi verdadera sustancia es espiritual y genuina. Comencé a ver que la oración espiritualmente científica es siempre eficaz, ya sea que los resultados sean evidentes de inmediato o no.

Había temor que vencer. Una de mis preocupaciones era que podría encontrarme muy débil para un parto normal cuando nuestro hijo naciera. Quedé muy agradecida a la practicista por escuchar mis lastimeros temores sin dejarse impresionar por ellos. Trabajamos con la comprensión de que la palabra de Dios es poderosa.

Un pasaje específico sobre el que medité es éste: “En distintas épocas la idea divina toma diferentes formas, según las necesidades de la humanidad. En esta época toma, más inteligentemente que nunca, la forma de la curación cristiana. Este es el niño que hemos de atesorar. Este es el niño que rodea con brazos amorosos el cuello de la omnipotencia, e invoca el infinito cuidado del amoroso corazón de Dios” (Escritos Misceláneos por Mary Baker Eddy, pág. 370). Me gustaba mucho la idea de que la curación cristiana “es el niño que hemos de atesorar”. Esto parecía apropiado en mi caso, ya que estaba esperando una curación y un bebé.

La practicista y yo trabajamos con el reconocimiento de que mi armonía no podía ser interrumpida, ni mi inocencia contaminada. Rechazamos la sugestión de que podía haber otro poder aparte de Dios. De especial ayuda fue esta declaración: “Ninguna evidencia de los sentidos materiales puede cerrarme los ajos ante la prueba científica de que Dios, el bien, es supremo” (ibid., pág. 277). Me sentí en paz una vez que de todo corazón decidí confiar en el tratamiento por medio de la Ciencia Cristiana y rechazar completamente el interrogante de qué haría si el problema no era resuelto en una fecha determinada.

El día antes de Navidad, el dolor desapareció. Aunque la apariencia no había cambiado en lo más mínimo, estaba completamente libre de todo dolor, y eso me llenó de regocijo. Durante toda esa semana había dormido, a lo sumo, unas diez horas. No obstante, me sentía renovada. Sabía que todo el estudio y oración que la practicista y yo habíamos estado haciendo, estaba produciendo magníficos resultados. Mi consciencia fue imbuida de tanta gratitud e inspiración que era un gozo estar despierta. En la mañana de la Navidad, el dedo comenzó a drenar.

Tres días después, comenzaron los dolores del parto, y el drenaje del dedo terminó aquel día. El parto fue muy armonioso, y pude cuidar de nuestra nueva hija sin dificultad. El resto de la curación tardó algunos meses, en tanto que la uña que se había deformado comenzaba a crecer tomando su forma normal, y la irritación del dedo desaparecía. Durante ese tiempo, trabajé con estas verdades: “El donaire y la gracia son independientes de la materia. El ser posee sus cualidades antes que se las perciba humanamente. La belleza es una cosa de la vida, que mora por siempre en la Mente eterna y refleja los encantos de Su bondad en expresión, forma, contorno y color” (Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por la Sra. Eddy, pág. 247).

Esta experiencia fue decisiva en mi vida. El desarrollo espiritual que obtuve fue muy grande. Aprecié inmensamente la curación física, pero lo que recuerdo y aprecio muy especialmente son todas las verdades espirituales que aprendí mediante mi estudio y oración. Estoy muy agradecida por Cristo Jesús, quien demostró el gobierno de Dios en los asuntos humanos; y por su devota discípula, la Sra. Eddy. Su libro Ciencia y Salud revela la Ciencia en la que se basaron las grandes obras de Jesús para que, hoy en día, nosotros también podamos practicar la curación cristiana.


Es con gran satisfacción que confirmo el testimonio de mi esposa. LO que más me impresionó fue su confianza en el amor de Dios para sanar la situación, y realmente la sanó.

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