Un día, durante el otoño pasado, unos familiares que viven cerca de mi oficina me pidieron que los ayudara a preparar su casa para el invierno que se acercaba. Había que poner ventanas de invierno, rastrillar las hojas caídas de los árboles, etc. Sin embargo, yo acababa de terminar una mañana de mucho trabajo en la oficina después de una agobiadora semana de trabajo. Había pospuesto mi almuerzo para irme a casa rápidamente y hacer esas mismas cosas de último momento.
Desde el comienzo, nada anduvo bien en la casa de mis parientes. El viento soplaba furiosamente contra las hojas que yo estaba rastrillando. Ninguna de las ventanas cerraba bien. Empecé a sentir impaciencia y frustración. La temporada de otoño estaba terminando y la inclemencia del invierno comenzaba a sentirse. Tal vez no iba a poder hacer el trabajo que mi propia casa necesitaba.
Además de que estaba trabajando desesperadamente para colocar la puerta de invierno a la entrada de la casa, me pidieron que hiciera otras cosas antes de irme. Traté de resistir el sentido abrumador que comenzó a embargarme de que se estaban “aprovechando de mí”. Estaba tratando de ajustar un panel de vidrio, cuando de pronto, el viento comenzó a soplar con más fuerza. Sentí que algo afilado se me incrustó en un ojo y el dolor y las lágrimas me obligaron a parar mi trabajo.
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