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La mansedumbre y el éxito en el mundo de los negocios

Del número de abril de 1988 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Es probable que la mansedumbre no se mencione en el título de un nuevo “best-seller” sobre “cómo tener éxito”. No se tiene, a menudo, como una cualidad primordial para el éxito. Todo lo contrario.

Oí lo que decían dos hombres de negocios que se habían reunido para almorzar. “El nuestro es un mundo mezquino y cruel”, dijo uno de ellos al saludar a su amigo. “Es agotador, pero sigo luchando. Uno tiene que ser realmente agresivo”.

Este hombre podría estar expresando los sentimientos de otros hombres y mujeres. De acuerdo con algunos seminarios sobre negocios, que están de moda, son la agresividad y la audacia lo que hay que cultivar para “tener éxito”.

La charla sobre cómo tener éxito en el mundo de los negocios comúnmente se refiere a una posición de mayor influencia y mejor salario. En muchos casos, el dinero y el poder son el criterio para evaluar el éxito de un individuo. El materialismo del siglo veinte promueve y propaga el progreso por el incremento en las posesiones y el prestigio.

Pero falta algo. En todo este esfuerzo por avanzar, se está perdiendo de vista el progreso realmente significativo: el progreso espiritual.

Aunque el cristianismo de ninguna manera promueva o reverencie la pobreza, enseña que las posesiones y el rango personales no son adecuados para evaluar si uno tiene éxito en la vida. A juzgar por el impacto mundial que ha tenido el ministerio de Cristo Jesús —y este impacto sigue creciendo— fácilmente se podría concluir que él fue el hombre de mayor éxito que jamás haya vivido. Los problemas que él superó incluyeron la curación de multitudes de terribles enfermedades e incapacidades, la provisión de alimento para la gente hambrienta y la restauración de las vidas de aquellas personas que habían sido corrompidas y confundidas por varios pecados. El aun venció a la muerte misma. El analizar sus éxitos puede provocar un autoanálisis en cuanto al criterio que usamos para evaluar el significado del éxito en nuestra propia vida. Nos puede llevar a preguntar cuál es, en el fondo, nuestro propósito, aparte del de satisfacer nuestras legítimas necesidades y las de nuestra familia. ¿Podemos decir por qué existimos, cuál es el propósito fundamental de nuestra existencia?

Cuando Cristo Jesús fue desafiado e interrogado sobre su misión y propósito, replicó de esta forma: “Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad”. Juan 18:37.

Dar testimonio a la verdad. ¿La verdad de qué? En el contexto de toda su carrera y enseñanzas, la verdad de Dios y el hombre, la relación de Padre e hijo, la unión, o unidad, de Dios y el hombre.

¿Es demasiado ideal vernos como el hombre espiritual, el reflejo perfecto de Dios, nuestro Hacedor? Los fariseos de esa época pensaban que era una blasfemia el que Jesús se llamara a sí mismo el Hijo de Dios, porque no lo entendieron.

Cristo Jesús no estaba reclamando la filiación sólo para sí, sino para todos nosotros. No estaba exaltándose a sí mismo; estaba dando testimonio de lo que es Dios; y con una humildad, mansedumbre y amor tan notables que muchos de los que lo rodeaban sintieron y experimentaron cosas que nunca habían imaginado.

¿Qué tiene que ver su vida con la nuestra? Trae consigo la misma promesa que tuvo para los hombres, mujeres y niños de su época. Iban hacia él en busca de curación, paz, entendimiento, y de una verdadera razón de ser que trascendiera las limitaciones que parecían determinar sus vidas.

¿Acaso no sentían los comerciantes o los pescadores de aquellos tiempos exigencias y presiones como nosotros? Sería ingenuo suponer que, en sus actividades de proveer mercaderías, pagar impuestos y vivir y trabajar en un país ocupado, no se presentaran desafíos, o que la competencia y la rivalidad no existían, que la carrera por la superación y el prestigio personales era desconocida.

Satisfacción real, profunda y duradera, ¡cómo deben de haberla deseado! Ese tipo de satisfacción sólo resulta de un humilde reconocimiento espiritual de nuestra identidad como hijos de Dios.

Muchos han sentido ese profundo deseo: el de estar conscientes de su valor espiritual, sin tener en cuenta valores materiales y mortales; llevar a cabo el bien que realmente permanece y marca una diferencia para la humanidad; actuar por el mayor bien.

Y este genuino deseo, espiritualmente impulsado por el Cristo —el de servir a los demás— debería ser la base de todos los asuntos humanos, incluso el mundo de los negocios. Cristo Jesús recordaba continuamente este motivo a sus seguidores.

Una vez dijo: “Yo estoy entre vosotros como el que sirve”. Lucas 22:27.

El servir del que Jesús habló y demostró, no fue el de servirse a sí mismo. El cristianismo que enseñó y vivió ilustró el supremo altruismo de ese hombre que vivió para ayudar a otros, cuyo propósito principal fue dar testimonio de la verdad del hombre, la idea perfecta de Dios. Y ésta no fue una tarea fácil, a pesar de toda la gracia y la simplicidad de su ejemplo.

Sin embargo, quien está familiarizado con la vida de Cristo Jesús, no podría encontrar en ningún otro lado esa combinación divinamente inspirada de ternura y poder que Jesús mostró al llevar a cabo su propósito de servir. Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens), escribe sobre el Salvador en Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras: “Con mansedumbre y poder, anunciaba el evangelio a los pobres. El orgullo y el temor son inadecuados para llevar el estandarte de la Verdad, y Dios jamás lo pondrá en tales manos”.Ciencia y Salud, págs. 30–31.

Al pensar en el mundo de los negocios, es interesante comparar estos dos pares contrastantes de cualidades: “mansedumbre y poder” y “orgullo y temor”. Representan, respectivamente, el modo de Dios y el modo del mundo.

Mansedumbre y poder. ¿Son contradictorios o se complementan? Las actitudes comunes en los negocios mantienen que la mansedumbre no conduce al éxito.

Probablemente esto se deba a que la mansedumbre se confunde con debilidad. La relacionamos con el prototipo del acomplejado, una persona tímida, fácil de convencer. Pero ese no podría ser el significado de la mansedumbre en su sentido espiritual. ¡Nadie podría considerar a Cristo Jesús como débil o pusilánime! La mansedumbre espiritual que expresó fue su profunda humildad al reconocer la bondad, omnipotencia y omnipresencia de Dios reflejadas en el hombre. Su reconocimiento constante y humilde de la totalidad de Dios lo capacitó para hacer el trabajo que hizo.

“Bienaventurados los mansos”, dijo, “porque ellos recibirán la tierra por heredad”. Mateo 5:5.

Tengo una amiga que empezó a trabajar en negocios inmobiliarios cuando sus hijos crecían. Sin experiencia en ese campo, se sintió de pronto presionada por un poderoso sentido de competencia en la oficina para la que trabajaba. La agresividad parecía ser la característica que se admiraba. ¡Por cierto que la gerencia no había insistido en la mansedumbre últimamente! Debido a su falta de agresividad mi amiga fue relegada a una posición secundaria, que la hizo sentir que tendría menos posibilidades de comunicarse con clientes y negociar propiedades.

Sin embargo, como Científica Cristiana, se dio cuenta de que tenía que enfrentar esa atmósfera de competencia y esfuerzo personal. Sabía que la respuesta era acudir a Dios en oración para tener un concepto más espiritual del hombre.

Comenzó a verse cada vez más como la sierva de Dios, con el propósito de dar testimonio desinteresado de la identidad real del hombre, el amado de Dios, provisto y cuidado por Dios. Oró para verse a sí misma, y a los clientes, dirigidos por la ley de Dios, Su ley del bien siempre presente y que no tiene rival. Al reconocer esto, supo que su meta era servir a la humanidad. Estaba allí para ayudar a la gente a encontrar lo que necesitaba, sin sentirse sobrecargada por el más leve sentido de urgencia o manipulación.

Se dio cuenta de que su trabajo debía forzarla a crecer, no simplemente en términos financieros, que son limitados, sino en términos espirituales. Sintió que sus motivos se estaban purificando, y que su confianza en la bondad y el cuidado universales de Dios estaba aumentando.

Como nos ha sucedido a muchos en ciertas ocasiones, se sintió tentada a pensar que la necesidad principal era ganar dinero para su casa y su familia. El libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud, puede ayudarnos a ver más claramente cuál es nuestra mayor necesidad. Señala: “Lo que más necesitamos es la oración del deseo ferviente de crecer en gracia, oración que se expresa en paciencia, humildad, amor y buenas obras”.Ciencia y Salud, pág. 4.

Tal crecimiento trae consigo la respuesta a nuestras necesidades de maneras apropiadas, como lo comprobó mi amiga, y resulta en una ayuda más eficaz para otros. Aún más, trae un maravilloso leudar cristiano a los asuntos del mundo.

Una pareja que compró una casa por medio de ella, comentó: “Sentimos que usted realmente se preocupó por nosotros, no simplemente por hacer una venta”.

Este artículo no le va a decir que el hecho de que mi amiga buscara la ayuda de Dios para encarar su trabajo, súbitamente transformó su carrera como agente inmobiliaria en algo que batió el récord en lo que se refiere a dólares. Pero sigue teniendo un efecto transformador, calmado y definido, en su experiencia. Ella está preocupándose por las necesidades de los demás y encontrando una satisfacción más enriquecedora al reconocer que un propósito más elevado se va reconociendo y cumpliendo en forma progresiva.

Su meta implica esforzarse en servir a Dios diariamente con un amor más profundo y ver a los demás como Sus hijos. “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”, Mateo 6:33. promete la Biblia. Y podemos confiar en esa promesa.

Todos tenemos cuentas que pagar y necesidades humanas legítimas. Pero estas necesidades serán satisfechas cuando el orgullo, el temor y otras imposiciones basadas en la materia se abandonen y pongamos a Dios, el Espíritu, primero en nuestros afectos, tomando el camino de la mansedumbre cristiana, y confiemos en El y en Su ley.

La verdadera amabilidad, ternura y cuidado semejantes al Cristo no pueden ser falsificados. No pueden ser “encendidos” con el simple propósito de incrementar los negocios. Las cualidades según el Cristo emanan del corazón y se manifiestan naturalmente en una vida que hace una contribución importante al mundo, y logran un éxito que va más allá de los limitados medios y métodos mundanos.

¡Cuánto necesita el mundo un criterio genuinamente espiritual de la vida, la mansedumbre y el poder semejante al Cristo que podamos expresar en nuestro trabajo! ¡Cómo anhela la gente sentir que son más que simples mortales —mortales más o menos ricos, más o menos pobres; mortales más o menos poderosos, o, aun mortales que trabajan duro y concienzudamente— y verse como amados e inmortales hijos de Dios!

Nuestros empleos pueden ser aburridos o profundamente satisfactorios, crueles y competitivos o ejemplos de la fuerza, la ternura y el amor de Dios!

El mundo no determina cómo ha de ser para nosotros. Nosotros mismos lo determinamos.


Bueno y recto es Jehová ...
Encaminará a los humildes por el juicio,
y enseñará a los mansos su carrera ...
Integridad y rectitud me guarden,
porque en ti he esperado.

Salmo 25:8, 9, 21

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