El saludo mañanero, el primero
del día, ¿a quién debe ir dirigido,
sino a nuestro Padre eterno?
Al principio, parece difícil y
hasta atrevido. Recién despertando
de mi sueño, ¿cómo puedo
pensar rápida y correctamente
antes de que las exigencias
del día vengan a
mi encuentro?
Oro...
“Padre mío, buen día”, a menos que
no se me ocurra otra cosa.
“Señor, acompáñame en este día”.
Si estoy un poco perezosa,
“Señor, que Tu espíritu me dé fuerzas;
que Tu luz me alumbre y guíe”.
Y así, antes de poner los pies
en el suelo, me uno a la Mente
divina y única, y mi brújula
está orientada para comenzar el día.
Y entonces sí, ¡adelante!
con Cristo a mi lado. ¡Buenos días!
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