“Francamente, no creo en ninguno de los dos”. Esas fueron las palabras desalentadoras de un votante respecto a los candidatos que lanzaron su candidatura en su distrito. Acusaciones de falta de honradez entre personajes políticos han perturbado a mucha gente.
¿Podemos hacer algo más que sentirnos perturbados? Por cierto que podemos. Hay quienes han comprobado que la oración tuvo un efecto en sus vidas, que trajo armonía a situaciones difíciles, curación de enfermedades y regeneración espiritual. Si las personas pueden beneficiarse con la oración, ¿por qué no los gobiernos? ¿En qué consiste el poder y gobierno verdaderos?
Podría parecer que es la gente la que ejerce el poder y la que gobierna. Mas, ¿acaso no existe un poder divino que puede comprobarse que lo gobierna todo, incluso a quienes ocupan cargos públicos? La Biblia es categórica en su enseñanza de que Dios es omnipotente y omnipresente. Eso significa que Verdad, un sinónimo de Dios, claramente implícito en la Biblia, es lo que realmente tiene poder y presencia. Pero es necesario que comprendamos esto claramente cuando oremos, y que nuestras oraciones estén imbuidas de esa comprensión.
Cristo Jesús demostró el poder gobernante de la Verdad a lo largo de su carrera. ¿Recuerda usted el relato sobre la mujer adúltera? Ver Juan 8:1–11. Los escribas y fariseos que la trajeron a Jesús no estaban particularmente interesados en la justicia e imparcialidad. Conociendo las enseñanzas de Jesús sobre la compasión, querían que les dijera si la mujer debía ser apedreada a muerte, castigo que la ley exigía. San Juan nos dice cuál era el motivo de ellos: “Esto decían tentándole, para poder acusarle”.
Mas Jesús no se intimidó. Pero como continuaban apremiándolo para que les diera una respuesta, les dijo: “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella”. ¿Cuál fue el resultado? La presencia de Dios, la presencia de la Verdad, fue tan evidente y poderosa que destruyó el poder de todo móvil perverso. Los hombres no tuvieron otra opción que ser honestos consigo mismos y con quienes estaban a su derredor. Se alejaron uno por uno, convictos por su propia consciencia. Y la mujer se fue con la admonición de Jesús de que se fuera y no pecara más.
Al orar, es conveniente ver que la creación de Dios, incluso el hombre, no está separada de la Verdad. Así como no hay oscuridad en la luz, no hay improbidad en la Verdad y tampoco la hay en el hombre que la Verdad creó. Es obvio que los mortales son, a veces, ímprobos. Pero el hombre de Dios no es un mortal malhechor; no es esa la naturaleza verdadera de nadie. Por lo tanto, no somos ingenuos al comprender, en lo profundo de la oración, que todos los que están en el gobierno son, en la realidad divina, hijos de Dios, gobernados por Dios, por la Verdad.
Algunas veces, nos es fácil ser escépticos acerca de quienes ocupan algún puesto público. Aun cuando nuestro escepticismo pueda parecer justificado en algunos casos en particular, y ciertamente debemos estar alerta acerca de lo que está ocurriendo en el gobierno en todo nivel, podemos hacer mucho en apoyo de nuestro gobierno, de manera más profunda, al mantener una clara comprensión de que quienes ocupan cargos públicos están verdaderamente bajo la jurisdicción de Dios.
La Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud: “La honradez es poder espiritual. La falta de honradez es debilidad humana, que pierde el derecho a la ayuda divina”.Ciencia y Salud, pág. 453. Quienes ocupan cargos públicos enfrentan asuntos de importancia y, ciertamente, no quisiéramos que perdieran el derecho a la ayuda divina en su labor. Amémoslos de tal manera que nos sintamos dispuestos a orar por el gobierno, comprendiendo que el hombre no es engañado por el mal. La unidad del hombre con Dios incluye el conocimiento de lo que está bien, de lo que es justo. Dios, el bien, es el único poder que existe. Ese poder no corrompe, y el hombre está verdaderamente libre de toda corrupción.
Se dice que los que gobiernan en una democracia lo hacen con el consentimiento de los gobernados. La justicia, la imparcialidad, el desinterés, la honradez, la virtud, son cualidades por las que queremos ser gobernados. Demos nuestro consentimiento únicamente a esas cualidades, no sólo en la cabina de votación o en nuestra correspondencia con nuestros representantes, sino en nuestro corazón y mente. El aceptar sólo la realidad espiritual de que el hombre está hecho a imagen de la Verdad, hará mucho en bien de nuestra vida y en bien de nuestro gobierno.
