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La curación de hoy: prueba de la resurrección

Del número de abril de 1988 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace algunos años, llegó a mis manos una fotografía del interior de un antiguo sepulcro en Jerusalén, cavado en la roca, y que la tradición considera que fue la tumba de la que resucitó Cristo Jesús. Quedé estupefacto. Hasta ese momento, había aceptado la resurrección de Jesús con cierta incredulidad, como si perteneciera más a la leyenda que a la realidad histórica.

Quizás no era de extrañar que yo reaccionara, ya que en esa época me consideraba un cristiano de nombre en lugar de un cristiano práctico. Al aceptar sin dudar los relatos bíblicos de Jesús, mi pequeña fe cristiana estaba basada en la débil creencia de que “si la Biblia dice que es verdad, entonces, supongo que debe ser verdad”. Pero sabía que era fe ciega, porque no lograba ver cómo y por qué la resurrección corporal de Jesús podía ser totalmente aceptada como una realidad histórica. Además, si bien me daba cuenta de que la autenticidad histórica de la tumba que aparecía en la fotografía podría ponerse en duda, por razones que no podía definir pronto acepté la resurrección de Jesús con un profundo sentimiento de respeto y admiración.

Desde hacía tiempo había sentido un profundo deseo de comprender a Dios. Pocos meses después de haber visto la fotografía de la tumba de Jesús, conocí la Ciencia Cristiana y empecé a estudiar la Biblia, junto con el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud por la Sra. Eddy. Con creciente percepción espiritual, leí el Nuevo Testamento como si hubiera sido por primera vez. Los relatos bíblicos cobraron vida y comenzaron a tener sentido. Eran hermosos, lógicos, prácticos. Encontré que Ciencia y Salud era una clave vital para las Escrituras, cumpliendo ampliamente la declaración en que su autora dice: “La Verdad ha provisto la llave del reino, y con esa llave la Ciencia Cristiana ha abierto la puerta de la comprensión humana”.Ciencia y Salud, pág. 99.

A medida que la puerta de la comprensión se fue abriendo suavemente, esto reveló a Dios como Espíritu divino e infinito y al hombre como el reflejo espiritual, o imagen, de Dios. Comencé a ver que puesto que la materia no es la sólida realidad que parece ser, sino una ilusión de los sentidos materiales, no puede oponerse al poder de Dios, el Espíritu, ni separar al hombre de la bondad y el amor de Dios. Vi que éstas deben haber sido las mismas verdades que capacitaron a Jesús para sanar y demostrar la inmortalidad por medio de su resurrección. En efecto, me di cuenta de que ahora podía percibir, en cierta medida, por qué la resurrección de Jesús puede ser aceptada como una realidad histórica. Vi que era la evidencia del triunfo final de la Verdad sobre el error, del Espíritu sobre la materia, de la Vida sobre la muerte, así que éste era el criterio supremo para aceptar a Jesús como el Salvador de la humanidad.

La renuencia a creer en su resurrección quizás sea comprensible, sobre todo en esta época mundana y materialista. Hasta los mismos discípulos de Jesús eran incrédulos. Tomás, quien no había visto a Jesús la primera vez que apareció ante sus discípulos después de la crucifixión, dudó y exigió pruebas físicas. Pero cuando Jesús apareció nuevamente a sus discípulos —esta vez, cuando Tomás estaba con ellos— dijo a Tomás: “Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente”. Tomás respondió de inmediato: “¡Señor mío, y Dios mío!”, dando indicios de que no sólo aceptaba la resurrección corporal de Jesús, sino que también reconocía la identidad espiritual de Jesús como el Cristo, o Hijo de Dios. Entonces, Jesús hizo esa declaración tan importante para todos: “Bienaventurados los que no vieron, y creyeron”. Juan 20:27–29.

Durante aproximadamente los dos milenios que han transcurrido desde ese portentoso acontecimiento, muchos “no vieron, y creyeron”. Pero otros han sentido la necesidad de algo que corroborara el relato bíblico, alguna evidencia actual del poder espiritual. Como Tomás, han necesitado algo humanamente tangible para convencerlos. Este “algo” ha sido ahora restablecido con el descubrimiento y fundación de la Ciencia Cristiana por la Sra. Eddy en 1866, revelando dos aspectos de vital importancia del cristianismo que durante siglos habían estado ocultos o perdidos para el mundo.

Primero, por medio de Ciencia y Salud, la Sra. Eddy dejó por escrito la revelación de Dios de que el hombre y el universo son totalmente espirituales y buenos, como lo muestra el primer capítulo del Génesis. A la luz de esta revelación puede verse que la resurrección corporal de Jesús no sólo era posible, sino también lógica, a saber, la prueba de que la materia y el mal no son las realidades de la existencia que aparentan ser, sino una ilusión, un error que se puede vencer con el Cristo, la Verdad.

Al considerar la resurrección y ascensión de Jesús, quizás se pueda decir que no se necesitan más pruebas de la espiritualidad, bondad e inmortalidad. Sin duda, el Maestro dio el ejemplo supremo de la semejanza real del hombre con Dios. Sin embargo, y ésta es la segunda faceta del descubrimiento de la Sra. Eddy, se han seguido aportando abundantes pruebas. Mediante la demostración misma, la Ciencia Cristiana ha presentado de nuevo las posibilidades ilimitadas de un cristianismo práctico que puede comprobarse por medio de la curación espiritual, curación basada en el mismo Principio divino que resucitó a Jesús de la tumba.

Veámoslo desde este punto de vista: la resurrección del Maestro se llevó a cabo por medio del poder espiritual solamente. Esta demostró la omnipotencia del Espíritu divino, que destruye el poder y la sustancialidad aparentes de la materia. Al mismo tiempo, para disipar las dudas de Tomás, Jesús mostró sus manos y su costado. La evidencia de su lucha sobre la cruz debe de haber sido todavía visible. Pero la curación se había producido, permitiendo a Jesús caminar, usar las manos y mostrarse a sus discípulos. Esta curación fue una prueba mayor. Fue el concomitante de su resurrección y proporcionó la evidencia física que muchos necesitaban para poder creer. Aun así, la Ciencia Cristiana ofrece hoy una prueba más amplia del poder sanador del Cristo.

Así, mediante la Ciencia Cristiana, la curación y la resurrección son vistas como importantes y continuos aspectos del cristianismo científico, pues la curación cristiana implica un cambio de consciencia por medio de la regeneración moral y espiritual. Este método de curación por el Cristo está basado en el mismo Principio que la resurrección según se define en Ciencia y Salud: “Espiritualización del pensamiento; una idea nueva y más elevada de inmortalidad, o existencia espiritual; la creencia material sometiéndose a la comprensión espiritual”.Ciencia y Salud, pág. 593.

Al presentar la curación y la resurrección como fundamentalmente espirituales, la Ciencia Cristiana no intenta pasar por alto a Jesús y su gran triunfo sobre la carne. Para los sentidos materiales, la materia y la carne son muy reales y sustanciales. Pero Jesús superó este sentido falso. "La carne para nada aprovecha", Juan 6:63. él dijo. Su clara comprensión de que la vida del hombre está en el Espíritu, no en la materia, le permitió elevarse por encima de la ilusión humana y demostrar la perfección invariable de su identidad espiritual, el Cristo.

El Cristo es la filiación divina con Dios, nuestro amoroso Padre-Madre. Hoy, como en los tiempos de Jesús, el poder del Cristo niega, rechaza y destruye las creencias falsas en el pecado, la enfermedad y la limitación. Mediante la “espiritualización del pensamiento” podemos experimentar, en cierto grado, la resurrección que conduce a “una idea nueva y más elevada de inmortalidad, o existencia espiritual”. Y nuestro despertar del sueño mesmérico del sentido material es el concomitante de la curación. Pero, para que el poder del Cristo se manifieste en nuestros problemas, necesitamos desarrollar un carácter semejante al Cristo, de la manera que Jesús enseñó.

Jesús es nuestro mostrador del Camino. Sus obras sanadoras y su resurrección revelaron posibilidades ilimitadas para nuestro progreso espiritual individual, por el podemos podemos sanarnos a nosotros mismos y a los demás. Al seguirlo a él, nosotros también podemos elevarnos y acercarnos a un sentido más elevado de la realidad espiritual, y de la bondad y el amor infinitos de Dios. Como lo expresó el Apóstol Pablo: “Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba... Porque... vuestra vida está escondida con Cristo en Dios”. Col. 3:1, 3.

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