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Un día, al descubrir una protuberancia en un pecho, me asusté...

Del número de abril de 1988 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Un día, al descubrir una protuberancia en un pecho, me asusté terriblemente, pues pensé que podía ser cancerosa. Aun cuando había sido estudiante de Ciencia Cristiana por varios años y había experimentado la eficacia de la curación metafísica, me sentí simplemente aterrorizada.

Al principio, el miedo persistía y la duda me abrumaba. Pensaba: “¿Qué tal si no me curo? Tal vez la Ciencia Cristiana no dé resultado esta vez”. Recordé el siguiente pasaje de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy (pág. 495): "Cuando la ilusión de enfermedad o de pecado os tiente, aferraos firmemente a Dios y Su idea. No permitáis que nada sino Su semejanza more en vuestro pensamiento. No consintáis que ni el temor ni la duda oscurezcan vuestro claro sentido y serena confianza, que el reconocimiento de la vida armoniosa —como lo es la Vida eternamente— puede destruir cualquier concepto doloroso o creencia acerca de lo que la Vida no es”. Sentí que si mi pensamiento no estaba lleno de tranquilidad y confianza, sino de dudas y temor, era imposible esperar una curación.

Cuando, al día siguiente, llamé a un practicista, y le conté lo que había estado pensando, me aseguró que el miedo no formaba parte de mis propios pensamientos. Me recordó que en mi naturaleza verdadera como idea de Dios, mis pensamientos eran la expresión de la Mente única, Dios, quien es totalmente bueno. Lo dijo de tal manera que percibí que el miedo y la duda me eran completamente ajenos. Sin una mente que los hubiera originado o que pensara en ellos, no tenían ningún poder; por consiguiente, no podían tener ningún efecto en mí, y ciertamente no podían obstaculizar mi curación. Con esta clara comprensión no me fue necesario comprobar si había sido curada; supe que lo había sido. Esto era un hecho, pues la protuberancia simplemente había desaparecido.

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