Hace algunos años, visité la Catedral de Durham, en Inglaterra. Me impresionó su grandiosa estructura y magníficas proporciones, que proclamaban el deseo de los cristianos normandos de edificar un lugar de adoración merecedor del Altísimo.
El día que la visité, iba a ser entronizado el nuevo obispo. Se estaba ensayando la bella música de órgano, y se hacían los arreglos florales para la ocasión, mas a pesar de esa magnificencia, yo sentía el anhelo de algo más cordial y sencillo.
Al salir de los claustros hacia la luz del sol, vi en el centro de los prados una escultura tallada en madera de San Cuthbert quien, según se dice, está enterrado en la Catedral. Dicha estatua fue tallada por un artífice local. El sencillo tributo, hecho a mano, llegó a mi corazón y me habló de la sencillez del Cristo.
San Cuthbert y sus monjes compañeros vivían en Lindisfarne, en el noreste de Inglaterra, y hasta el final del siglo séptimo efectuaron curaciones a la manera del cristianismo primitivo, como Cristo Jesús lo enseñó. Relatos sobre las “curaciones milagrosas” de San Cuthbert están registrados en el libro Venerable de Bede: Vita S Cuthberti, que se halla en la Biblioteca Bodlein, en Oxford.
Pues bien, en el centro mismo de esa catedral monumental, se reconoce al Cristo sanador, la Roca sobre la cual fundó Jesús su iglesia. Percibí que nada podía deteriorar ese fundamento espiritual. Ninguna especulación puede ocupar el lugar de la demostración práctica, hecha mediante la oración espiritual, de la tierna protección de Dios para con el hombre.
Cuando la Sra. Eddy fundó la Iglesia de Cristo, Científico, procuró atravesar la enmarañada telaraña de los conceptos humanos e ir directamente al cristianismo puro como lo enseñó Jesús. Ella esperaba que los estudiantes de Ciencia Cristiana comprendieran lo suficientemente el Principio divino que fundamenta las enseñanzas de Jesús y siguieran su ejemplo en las obras sanadoras. Ella vio el propósito de la vida y obras del Maestro de incluir a la humanidad universal. En Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, el libro de texto de la Ciencia Cristiana, escribe: “Nuestro Maestro no enseñó una mera teoría, doctrina o creencia... Su prueba del cristianismo no fue una forma o un sistema de religión y culto, sino la Ciencia Cristiana, demostrando con obras la armonía de la Vida y el Amor”.Ciencia y Salud, pág. 26. En este renovado concepto del cristianismo y su demostración práctica, fueron reemplazados los credos con obras; y esta llama esencial del Amor puede encender y unir los corazones de los cristianos para ejemplificar las obras de su Maestro.
Mediante la oración profunda y humilde, el Cristo, la Verdad, es enaltecido en la consciencia, y nos esforzamos por obedecerlo en nuestra diaria manera de vivir. Nuestras oraciones dan respuestas a las exigencias de cada día y son un oasis en las áridas llanuras del pensamiento humano. Aquí, ante la presencia de la totalidad de Dios, nos sentimos en paz respecto a las preocupaciones terrenales, y hallamos la inspiración que espiritualiza nuestra consciencia. Aquí nos encontramos cara a cara con Dios y reconocemos que nuestra individualidad espiritual es la de Su hijo amado. A medida que nos sometemos a ese ímpetu espiritual y aceptamos la exigencia de profunda regeneración espiritual, gradualmente vamos percibiendo la autoridad que tenía Cristo Jesús. Después de todo, fue el Cristo, entronizado en la consciencia de Jesús, que lo capacitó para hacer la voluntad de Dios, incluso bajo la presión en Getsemaní y en el Calvario. El Cristo dio a Jesús la autoridad para sanar a los enfermos, reprender el mal y enseñar que el reino de Dios se había acercado.
Nosotros también podemos aprender a poner en práctica la autoridad propia del Cristo; de hecho, no podemos curar sin ella. Todos atesoramos esos momentos en que sentimos la influencia del Cristo en nuestros corazones; esta influencia armoniza nuestras relaciones y trae gozo a nuestra obra. Estos son momentos en que nos volvemos humildes y sometemos nuestros esfuerzos humanos ante la presencia de Dios. Jesús reconoció que, por sí mismo, no podía hacer nada. Declaró: “No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre”. Juan 5:19. El apoyarse en Dios le daba su autoridad.
La mundana manera de pensar trata de destronar al Cristo. Las preocupaciones con el cuerpo, la fascinación con la dieta y el ejercicio, y la excitación de los sentidos, todo eso aparta al pensamiento de la confianza en Dios como la fuente de todo bien. ¿Acaso no son esas atracciones los dioses de este mundo?
Cristo Jesús dijo: “Viene el príncipe de este mundo, y él nada tiene en mí”. Juan 14:30. No hubo lugar en su pura consciencia de resurrección donde el pensamiento mundano pudiera alojarse. Nuestra defensa contra las falsas atracciones siempre se halla en la naturaleza propia del Cristo, la cual mantiene la innata pureza e inocencia del hombre.
Dios da al hombre, hecho a Su imagen, todo el bien; nada puede añadirse a su gozo, satisfacción y bienestar. Aprendemos a descubrir y a destruir falsas sugerencias que quisieran ensombrecer esa comprensión espiritual del bien, pues son enemigas del Cristo.
Nuestra Guía, la Sra. Eddy, nos advierte: “Simplemente considera como tu enemigo todo cuanto profane, desfigure y destrone la imagen del Cristo que tú debes reflejar. Todo aquello que purifica, santifica y consagra la vida humana, no es un enemigo, por mucho que se sufra en el proceso”.Escritos Misceláneos, pág. 8. Nuestro Maestro demostró eso en beneficio de la raza humana.
Su fiel seguidora, la Sra. Eddy, estableció su Iglesia sobre el mismo fundamento espiritual de la curación por el Cristo. Dejó a un lado la religión ritualista a cambio de la verdad predicada y practicada por Jesús. No hubo jerarquía clerical en su concepto de Iglesia. Arrancó la vestimenta material de adoración. Comprendió que la curación sólo podía efectuarse sobre la base del Principio divino que gobierna al hombre. Ciencia y Salud explica: “Para ese Principio no hay dinastía, no hay monopolio eclesiástico, su única cabeza coronada es la soberanía inmortal. Su único sacerdote es el hombre espiritualizado”.Ciencia y Salud, pág. 141.
En el relato bíblico se reconoce que Jesús es el Cordero de Dios debido a su inmolación, inocencia y pureza supremas, y su amor inigualable. Estas son las mismas cualidades propias del Cristo que necesitamos entronizar hoy en nuestra vida y en nuestra iglesia.