¡Cuántas veces anhelamos que Dios nos perdone! Sin embargo, es muy consolador comprender que jamás hay un pecado que esté fuera del alcance del poder sanador del Amor. Por más sombría que parezca una falta moral, el Cristo es capaz de destruirla. La compasión y la promesa sanadora de Dios se expresa en Isaías: “Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueran como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana”. Isa. 1:18.
Cristo Jesús comprendió y demostró muy bien el inmenso amor y perdón de Dios. Es el Amor divino lo que le dio autoridad para decir: “Tus pecados te son perdonados”. Ver Lucas 5:20. El demostró el poder sanador del Amor divino con la mujer que le lavó los pies con sus lágrimas en la casa del fariseo, con el paralítico, y con el hombre en el estanque de Betesda. Cada una de estas personas debió de haber estado preparada, por lo menos en cierto grado, para dejar lo viejo y ser elevada a una forma de vida más espiritual. Con discernimiento espiritual y con amor, Jesús las sanó de sus pecados y problemas físicos. Al hablar del origen de sus buenas obras, Jesús explicó que era el Padre celestial quien obraba en él; por lo tanto, podemos concluir que el perdón que dispensó a los pecadores venía del Amor divino, Dios.
Al esforzarnos por ser absueltos del pecado —el odio, la venganza, la malicia, la lujuria, la envidia— es importante comprender que el pecado y el pecador no son una realidad que Dios ve. El pecado y el pecador son sueños mortales de los cuales los individuos deben despertar al comprender la totalidad del bien, Dios. Esta perspectiva del pecado, de ninguna manera nos permite omitir los pasos necesarios para el arrepentimiento, la regeneración y reconciliación, sino que nos fortalece con poder divino para tomar estos pasos.
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