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La mejor sonrisa de Jeremías

Del número de agosto de 1988 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La familia de Jeremías tenía una silla muy grande y mullida. A Jeremías le gustaba sentarse en ella, también a su hermana Juanita y a su mamá. A veces, se sentaban los tres juntos.

Una tarde, su mamá estaba sentada en esa silla conversando con Jeremías y Juanita. De pronto, Jeremías notó que su mamá tenía lágrimas en los ojos. Juanita también lo vio y le preguntó:

—¿Qué tienes?

—No me siento muy bien. Por favor, díganme algo acerca de Dios que me pueda ayudar —dijo la mamá.

Durante todo el día le había dolido la cabeza, y en ese momento le dolía todavía más. Ella sabía que cualquier dolor era un error, una mentira. Sabía que la mentira comenzaba con el pensamiento de que el hombre es material, y eso era un error, era como si alguien lo llamara a uno con un nombre equivocado. La mamá estaba orando para saber que ella era realmente la hija espiritual de Dios, y que, de niguna manera, era material. Pero todavía parecía que le dolía la cabeza.

Los chicos nunca habían visto lágrimas en los ojos de su mamá. Juanita empezó a llorar. Pero Jeremías recordó que en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana había aprendido que Dios es Amor y que todos somos Sus hijos. Eso quería decir que también su mamá era hija de Dios. Dios nunca permitiría que algo pudiese hacer sufrir a alguno de Sus hijos. Así que Jeremías estaba seguro de que su mamá realmente estaba bien.

Se acercó a su mamá que estaba sentada en la silla grande. Jeremías tenía tres años, y era lo suficientemente alto como para alcanzar a poner sus bracitos alrededor de los hombros de su mamá. Y con una gran sonrisa le dijo: —¡Tú no te sientes mal!

La mamá se sorprendió. Y dijo: —¿Cómo?

—¡Tú no te sientes mal! —dijo nuevamente Jeremías, y volvió a sonreír con su gran sonrisa.

En ese momento, la mamá comprendió lo que él le quería decir. ¡Ella era perfecta! Ella era realmente la hija de Dios y sólo podía sentirse bien y feliz. Instantáneamente el dolor comenzó a desaparecer. En unos minutos la mamá se sintió perfectamente bien. Abrazó a Jeremías y le agradeció por haberla ayudado. Después, Jeremías, Juanita y la mamá siguieron hablando acerca de la silla grande y mullida, del nuevo cachorro que tenían, de andar en triciclo después del almuerzo y del carrito amarillo de Jeremías.

Nota de la madre:

Vi a mi hijito sonriéndome, confiado en que Dios es tan bueno que no era posible que yo me sintiese mal. Sin necesidad de palabras, ni siquiera del tiempo que lleva pensarlas, sentí las verdades que conocía de la Ciencia Cristiana; sentí que eran ciertas. Que Dios, el único creador, hizo al hombre —y, por lo tanto, a mí— a Su imagen y semejanza. Que esta imagen no podía ser menos perfecta que Dios Mismo. La Biblia también indica que Dios vio todo lo que había hecho y que era totalmente bueno. Ver Gén. 1:26, 27, 31.

En cuestión de minutos me sentí bien. Durante seis meses había estado padeciendo de dolores de cabeza frecuentes y muy fuertes. Esa misma noche el dolor volvió a aparecer. Pero, esta vez, no lo acepté como algo verdadero acerca de mí. Yo sabía que la curación en la Ciencia Cristiana es permanente.

Uno de los sinónimos que la Sra. Eddy usa para Dios es Verdad. (Esos sinónimos se mencionan en la Biblia, ya sea en forma directa o implícita.) Y la verdad sobre el dolor de cabeza era que, como ciertamente no era algo bueno, no provenía de Dios. Por lo tanto, no era verdadero. La Verdad es constante, no fluctúa. Como hija de Dios, yo simplemente no podía tener dolor de cabeza. Después de un rato, me sentí libre otra vez, y esto fue el final de un problema crónico.

De la boca de los niños y de los que maman,
fundaste la fortaleza,
a causa de tus enemigos,
para hacer callar al enemigo
y al vengativo.

Salmo 8:2

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