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Mi primera curación significativa ocurrió antes de que hubiese decidido...

Del número de agosto de 1988 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Mi primera curación significativa ocurrió antes de que hubiese decidido estudiar seriamente Ciencia Cristiana, y antes de que entendiese realmente cómo y por qué esta enseñanza es eficaz. De modo que la experiencia me demostró que lo que sana no es la mente humana, sino Dios, el Amor divino.

Esto ocurrió cuando hice mi primer salto en paracaídas. El descenso parecía normal. Sin embargo, yo no sabía que el paracaídas no se había abierto por completo, y aterricé con más fuerza que lo normal. Me di cuenta de que no podía pararme como me habían enseñado, y, lentamente, me fui dando cuenta de la razón por la cual todos venían corriendo hacia donde yo estaba.

No recuerdo mucho, excepto que insistí en que quería ir a mi casa y no al hospital, como muchos me pedían que lo hiciera. Mi madre me llevó a casa en su auto, donde me habían acomodado en el asiento de atrás; en el camino hablamos sobre cómo Dios podía curarme. A esta altura de los acontecimientos, ya no podía moverme y ningún cambio de posición me traía alivio. Una vez en casa, mi madre me instaló de la manera más cómoda posible. Luego, llamó a una practicista de la Ciencia Cristiana para que orase por mí.

La tercer noche después del incidente, sentí un dolor tan fuerte en los pies que me hizo llorar. Mi madre se quedó conmigo casi toda la noche leyéndome Ciencia y Salud por la Sra. Eddy. Por la mañana, el dolor ya no era tan agudo.

Durante este tiempo estuve en cama. Oré lo mejor que pude, particularmente sabiendo que el Dios de amor, de quien me habían hablado en la Escuela Dominical, iba a cuidarme y a curarme al yo confiar en El. Era difícil concentrarme, aun por un momento, debido al malestar. Mi madre y la practicista me hablaban, recordándome las verdades espirituales que yo había aprendido, y ellas oraban constantemente. Después de seis días, podía permanecer parada por un momento y, pronto, con algo de ayuda empecé a caminar un poco, aunque lentamente. Gozosa por este progreso, me sentía segura de que la curación se estaba efectuando, tal como yo sabía que iba a ocurrir.

En ningún momento consideré tomar medicamentos, ni tuve el deseo de obtener un diagnóstico médico. No sentí temor, sabiendo que Dios es todopoderoso y que está siempre presente. Pero mi padre, que no es Científico, sí tenía miedo (así como muchos amigos bien intencionados) de las consecuencias que esto pudiera traer. A pedido suyo, al décimo día consulté con un médico ortopédico, quien me tomó radiografías de la espalda.

El médico dijo que las radiografías indicaban una fractura comprimida de tres vértebras. También se mostró sumamente extrañado de que yo no hubiese ido a un hospital, y agregó que la intensidad del dolor debía de haber sido más de lo que alguien podía soportar. Le dije que estaba tratando el problema por medio de la Ciencia Cristiana; me contestó que continuara con lo que estaba haciendo.

Al día siguiente, volví a mi trabajo, haciendo sólo limitadas tareas como anfitriona en un restaurante donde trabajaba durante el verano. Cada día que pasaba traía consigo progreso y mayor gratitud. ¿Quién no se sentiría colmado de gozo viendo que las evidencias del problema se iban desvaneciendo hasta desaparecer por completo?

Han pasado diez años desde esta curación, y continúo disfrutando de completa libertad de movimientos. También di a luz dos niños. Mi curación ha sido completa y permanente.

Aunque fui criada en la Ciencia Cristiana, no tomé en serio el estudio de esta Ciencia hasta que fui adulta. La base para este estudio la establecieron dedicados maestros de la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, a la que asistí durante mi niñez; les estoy verdaderamente agradecida.

También estoy agradecida por la curación de problemas de relaciones humanas, de desafíos en los empleos y del pesar causado por la pérdida de seres queridos. La Ciencia Cristiana no es solamente mi religión; es mi manera de vivir.


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