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No nos preocupemos, y estemos a la expectativa espiritual

Del número de agosto de 1988 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando yo era estudiante y estaba buscando mi primer apartamento en una ciudad desconocida, estaba desesperada porque mi presupuesto era limitado y no tenía automóvil. Necesitaba encontrar vivienda a un precio razonable y que estuviera a poca distancia de la universidad, la iglesia y las tiendas. Mi búsqueda empezó con la oración. No quiero decir que hice un pedido a Dios por un apartamento. Lo que sí hice fue orar para tener un mayor entendimiento de mi compleción como hija de Dios, una hija que incluye las cualidades espirituales asociadas con el hogar.

Comencé por valorar lo que yo quería ver expresado en mi hogar: amor, belleza, paz, orden, gozo. No era necesario llenar una solicitud o escribir una lista de preferencias y entregársela a Dios para Su inmediata atención. Yo sabía que el hombre, como linaje espiritual de Dios, ya tiene todo el bien.

Debido a que Dios es Alma y el hombre es la semejanza del Alma, el hombre expresa paz, gozo y belleza. Puesto que Dios es Principio, el hombre manifiesta orden. Yo sabía que al amar y abrigar cualidades espirituales en el pensamiento, y comprendiendo que éstas eran parte de mi identidad verdadera, yo podría percibirlas más claramente en mi experiencia. Confiando en la protección de Dios, busqué en el periódico los anuncios de apartamentos. Al primer lugar que fui era muy caro; entonces, en la acera de enfrente vi un rótulo que decía vacante. Sin embargo, como ese lugar se veía aún más caro, lo pasé por alto. Lo que encontré en otros lugares o era muy lejos, o estaba fuera de mi presupuesto, o se veía muy descuidado. Sentí que mis alternativas se habían agotado.

Combatí el temor de no poder encontrar un hogar antes de gaster todo el dinero que tenía en efectivo en hoteles y restaurantes. Nuevamente recurrí a Dios, reafirmando que yo nunca estaba fuera de Su presencia, dando las gracias por Su provisión espiritual aun antes de que se realizara en mi experiencia humana.

Se me ocurrió mirar la vacante que había visto anteriormente, la que estaba en la acera de enfrente del apartamento caro. Me sorprendió saber que estaba dentro de mi presupuesto, y que todavía estaba disponible Además, la ubicación era muy conveniente y estaba recién pintado. También vi que yo estaría entre un número de personas que podrían llegar a ser amistades de gran apoyo. Esto me demostró que cualquiera que sea la situación material, siempre podemos —en todo momento y en toda circunstancia— abandonar nuestro temor, desesperación, ansiedades y dudas, y abrir nuestro pensamiento a la abundancia de la provisión espiritual.

Hablando sobre el alimento y el vestido, Cristo Jesús dijo: “Vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”. Mateo 6:32, 33. Esta declaración manifiesta el orden propio de vivir: al poner a Dios primero, recibimos lo que necesitamos.

No solamente estas palabras de Jesús, sino los relatos bíblicos de curación, y las demostraciones del poder de Dios y la provisión para Sus hijos, pueden afirmar nuestras expectaciones de que estamos protegidos. Por ejemplo, la Biblia indica que cuando Agar e Ismael estaban sin agua en el desierto, Dios abrió sus ojos y ella vio un pozo. Ver Gén. 21:14–19. Eliseo demostró el sustento de Dios para el hombre cuando le enseñó a una pobre viuda cómo pagar su deuda cuando ella pensaba que no tenía nada; y otra vez cuando alimentó a cien hombres con muy poca comida. Ver 2 Reyes 4:1–7, 42–44. La confianza en Dios guió a Isaac, al igual que a Rut, a hogares nuevos y más seguros. Ver Gén. 26:1–33; Rut, caps. 1–4.

El bien espiritual es infinito, por lo tanto, es constantemente abundante y accesible a todos. Lo que necesitamos hacer es apoyarnos en el sentido espiritual para verlo. Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, declara: “El sentido espiritual es el discernimiento del bien espiritual”.Ciencia y Salud, pág. 505. Mediante el sentido espiritual percibimos lo puro, lo real, lo eterno, aquello que Dios ha hecho: el universo único, perfecto y completo. A medida que discernimos más la compleción inmutable de Dios y el hombre, comprendemos que podemos esperar el bien cada día, natural y confiadamente. La única actividad genuina que gobierna nuestra vida diaria, es la manifestación del bien divino. Cada paso de progreso se basa sobre las pruebas anteriores de la presencia del bien, pruebas que facilitan nuestra capacidad para continuar demostrando la provisión amorosa de Dios en vez de ceder a la decepción y la desesperación.

Ciencia y Salud explica: “El hombre es el reflejo de Dios y no necesita que se le cultive, siendo siempre bello y completo”.Ibid., pág. 527. Nuestro ser individual está completo. Cada uno de nosotros incluye todas las ideas necesarias, ideas que, si no son todavía obvias, aparecerán cuando el pensamiento se someta a Dios mediante la regeneración, la revelación, y la práctica diaria. La necesidad es satisfecha cuando, en lugar de ver circunstancias difíciles, vemos al hombre y al universo como realmente son, es decir, la creación de Dios, perfectamente gobernados por El.

Si parece que carecemos de algo en forma abrumadora, es que o no necesitamos lo que queremos o tenemos que ver más claramente el bien que nos espera, a medida que nuestro entendimiento de la provisión presente de Dios se desarrolle. En vez de sentir ansiedad porque no tenemos algo o porque no tenemos algo tan bueno como creemos que deberíamos tener, podemos discernir nuestra compleción mediante el sentido espiritual, y confiadamente recurrir a Dios para que nos muestre que la verdadera sustancia está intacta. Si la provisión que creemos que debemos tener no la recibimos de acuerdo con el plan humano, no nos preocupemos. O si no llega en la forma esperada, no nos sorprendamos. Llegará cuando la necesitemos y aprendamos a tener paciencia, humildad, perseverancia, gratitud y confianza en el camino. Eliminamos la desesperación, la carencia, la envidia y la limitación en la medida en que nuestras cualidades espirituales florecen.

Es evidente que Cristo Jesús no aceptó la desesperación o la ansiedad. Puesto que él entendió la infinitud de la bondad de Dios, él esperaba ver la evidencia de tal bondad y expresarla en su propia vida. El vio la perfección de la creación de Dios, y este poder o capacidad para reemplazar el cuadro equivocado de la limitación con la realidad espiritual explica su obra sanadora. Cuando Jesús resucitó a los muertos, alimentó a las multitudes, sanó la fiebre, la hemorragia, la epilepsia, la ceguera, la lepra, la demencia, caminó por las aguas, él no tuvo temor ni duda de que Dios protegería Su creación. Dios no puede detenerse a medio camino o actuar en forma inoportuna.

Puesto que Dios es Amor, El guía, inspira, provee, apoya y mantiene a Su hijo amado, el hombre. “Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis”. Jer. 29:11. Entonces no tenemos que sentirnos presionados a aceptar algo que sea menos de lo genuinamente necesario. Si sentimos una sensación espiritual de paz y gozo sobre una decisión, procedamos con confianza en que la Mente nos está dirigiendo. Si esperamos con expectativa gozosa, veremos la eterna presencia del bien. ¡Vale la pena esperarla!

Moisés no estaba capacitado (cuando reflexiono sobre mis personajes favoritos del Antiguo y Nuevo Testamento, encuentro que ninguno estaba capacitado, según el mundo lo requiere, para hacer la obra que, a pesar de eso, realizaron). Moisés era de edad madura cuando fue llamado por Dios para sacar a sus hijos de Egipto, y era tartamudo. Era renuente, maldispuesto, y no podía controlar su temperamento. Pero vio la zarza ardiendo y que no se consumía. Habló con Dios en la nube en el monte Sinaí, y, después, su rostro resplandeció con luz tan brillante que el pueblo no podía mirarlo...

Si estamos capacitados, tendemos a pensar que somos nosotros los que hemos hecho la obra. Si nos vemos forzados a aceptar nuestra evidente falta de preparación, entonces no hay peligro de que confundamos la obra de Dios con la nuestra, o la gloria de Dios con la nuestra.

Este artículo ha sido reproducido de Walking on Water: Reflections on Faith and Art (pág. 62) escrito por Madeleine L'Engle. © 1982 por Crosswicks. Usado con permiso de Harold Shaw Publishers, Wheaton, Illinois.

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