En un mundo donde parece que todo lo que acomoda a nuestra fantasía está permitido, donde casi todo lo que no parece hacer daño a los demás es tolerado, el valor moral parece no tener gran demanda. Pero ciertamente es una cualidad necesaria para todos aquellos cuya meta es espiritualizar su vida, ser mejores seguidores de Cristo Jesús, y encontrar la manera de liberarse del mal y de las limitaciones de la mortalidad.
¿Cómo se expresa el valor moral? ¿Acaso éste no forma parte de la habilidad de decir “no” cuando todos los que nos rodean dicen “sí” y esperan que nosotros también digamos lo mismo? ¿No es acaso estar del lado de lo que es correcto, lo que es bueno y verdadero, aunque esto parezca entrañar sacrificios e inconvenientes personales? El valor moral exige que pensemos antes de decidir nuestros actos, que permanezcamos en calma en medio de la conmoción y la inquietud, y que no nos dejemos atrapar por las sugestiones y emociones del pensamiento en general. Pero el valor moral también exige que, si nos damos cuenta de que hemos seguido una dirección equivocada, revoquemos las decisiones erróneas.
A menudo, esto no es fácil, y es posible que nos hayamos visto en circunstancias en que precipitadamente estuvimos de acuerdo con algo que debimos haber pensado detenidamente. Tal vez fue por conveniencia, por apocamiento, por renuencia a adoptar una posición firme o por no haber estado alerta.
Al igual que Pedro, que en algunos momentos no fue fiel al Cristo Ver Juan 18:15-27. —el verdadero ideal de Vida— nosotros también podemos lamentarnos por no haber tenido el valor moral para estar de lado de la Verdad, o por haber permitido, por razones personales, que sucedieran cosas que no están de acuerdo con la ley o con el mandamiento de amor fraternal.
En Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens), leemos: “Se requiere valor moral para enfrentar al mal y proclamar lo que es justo”.Ciencia y Salud, pág. 327. Cuando nos oponemos a la injusticia y al mal —aun en su forma más pequeña— ¿acaso no tropezamos, la mayoría de las veces, con resistencia y rechazo? De hecho, el punto de vista mundano trata de hacernos aparecer como ridículos, mezquinos y aislados en el mundo. Pero si permitimos que las irregularidades continúen, ¿acaso no estamos concediéndoles una mayor realidad y poder, olvidando así que pueden volverse contra nosotros y detener el desarrollo de nuestro entendimiento espiritual de la Vida?
Pocas personas se dan cuenta de que están constantemente tomando decisiones; que cada uno de nosotros continuamente tiene que estar del lado de una u otra cosa. En muchos casos, nuestras decisiones son determinadas por el medio ambiente, la educación o el origen. Pero cuando comprendamos que tenemos no sólo el derecho otorgado por Dios, sino también el deber moral de abogar por la verdad, la justicia y la libertad, podremos darnos cuenta de la importancia de nuestros esfuerzos por cumplir con esta exigencia. Y si somos sinceros, comprenderemos que necesitamos la ayuda de Dios, el poder divino y la fuerza espiritual.
A la mente humana no le gusta que le indiquen sus errores, pero, a menudo, es también demasiado cobarde para indicar los de otros. Después de todo, ¡no queremos parecer antipáticos! Esa no es la manera en que nuestro gran modelo de conducta, Cristo Jesús, pensó y actuó. ¡Qué valiente debe de haber sido Jesús al enseñar y sanar a la gente, aun cuando esto a veces significara romper con tradiciones religiosas, costumbres y creencias antiguas! El no dependía de lo que otros pudieran decir. La norma de sus enseñanzas y acciones era la voluntad divina y la ley de Dios. El vivió en conformidad con los Diez Mandamientos, haciendo siempre lo que era bueno a los ojos de Dios. La tarea de Cristo Jesús fue revelar la verdadera relación del hombre con Dios y explicar la verdadera naturaleza de Dios y el hombre. Sanando y predicando enseñó a la gente a glorificar a Dios y vivir así una vida libre y armoniosa.
El valor moral se distingue del valor animal en que va acompañado de sabiduría, perspicacia y percepción. No se conforma meramente con desenmascarar la falsedad, sino que ayuda a encontrar soluciones que aporten paz y justicia y aseguren la armonía. El valor moral exige que indiquemos, sin temor y humildemente, lo que es correcto, y que lo pongamos en práctica en nuestra vida.
Si deseamos expresar valor en nuestras decisiones, nuestros pensamientos deben estar en conformidad con la voluntad divina. Muchas personas creen que son demasiado débiles o que no son capaces de demostrar el valor que puede liberarlos del sometimiento. De hecho, no saben que es un elemento esencial de la libertad y armonía verdaderas.
Ciencia y Salud nos dice del hombre real: “Es la compuesta idea de Dios e incluye todas las ideas correctas...” Ibid., pág. 475. Esto justifica nuestra afirmación de que el hombre real —el hombre espiritual creado por Dios— ya posee las cualidades que Dios le otorga libremente. Sin embargo, para probar que este hombre es nuestro verdadero ser, debemos reclamar estas cualidades como propias y usarlas en nuestra vida. Esto se logra cuando recurrimos a Dios en oración y descubrimos que nuestro verdadero ser, el carácter que Dios nos dio —descrito en la Biblia como la semejanza de Dios, perfecta y buena— es un hecho ya establecido. La Biblia dice acerca de Dios: “Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas”. Apoc. 4:11.
La Ciencia Cristiana enseña que Dios es el Principio de todo ser verdadero. Como idea del Principio, el hombre no puede ni carecer de ninguna cualidad de este Principio perfecto, ni perderla. ¿Pueden ustedes imaginar a un ser espiritual como cobarde, débil e indeciso, buscando temerosamente excusas convenientes y titubeando ante decisiones que requieren valor? ¡Nunca! Esta conducta no está de acuerdo con la creación divina.
Podemos vencer semejantes temores y limitaciones, admitiendo, en primer término, que nuestro verdadero ser está espiritualmente dotado de todo lo que es bueno. Luego, debemos aferrarnos tenazmente al hecho de que esta herencia es indestructible y eterna y que podemos estar conscientes de esta herencia y hacer uso de ella. Las falsas herencias —aquellas basadas en el creencia de que el hombre es material— no se originan en el Principio divino y no tienen poder sobre el hombre. Rechazamos resueltamente esas pretensiones sabiendo que no pueden sernos impuestas a través de influencias de nacimiento, educación o medio ambiente. El valor moral también exige que nos protejamos contra cualquier esclavitud mental. Debemos aprender a contrarrestar el impulso de dominar o el deseo de ser dominados.
En Ciencia y Salud leemos: “El valor moral es ‘el león de la tribu de Judá’, el rey del reino mental. Libre y sin temor anda por la selva”.Ciencia y Salud, pág. 514. Si deseamos alcanzar esta comprensión espiritual acerca de Dios y el hombre, a fin de seguir mejor a Cristo Jesús, entonces no podemos evadirnos del llamado a expresar valor moral, “el rey del reino mental”.
Cuando hagamos de este valor la base de nuestros pensamientos y acciones, tendremos dominio sobre las circustancias adversas y podremos escapar con mayor facilidad de la esclavitud que la vida material quisiera imponernos. Debemos, finalmente, reunir el valor necesario para enfrentar en nuestra consciencia tanto la debilidad como las tendencias tiránicas y expulsarlas. Podemos lograrlo mediante la comprensión espiritual de Dios y de la relación del hombre con El. Y cuando aprendemos a ejercer dominio sobre nuestros propios asuntos, podemos ayudar a otros a liberarse de la esclavitud y las limitaciones. Por medio de nuestras oraciones, podemos ayudar al mundo entero a adquirir un entendimiento espiritual de Dios y el hombre, y así, comenzar a obtener la liberación de la esclavitud del materialismo.
Vale la pena demostrar valor moral. Es la única manera de contrarrestar las demandas ilegítimas de la sociedad. “Libre y sin temor” como el león, podemos demostrar dominio aquí y ahora.
