Siendo una joven esposa y madre, y también Científica Cristiana, no confiaba en remedios materiales, o, por lo menos, eso creía. Un día, la maestra preescolar acompañó a mi hija al auto, en donde yo la esperaba, para mostrarme lo que ella creía eran indicios de varicela en el rostro de la niña.
Mientras íbamos camino a casa, oré para percibir la verdad espiritual del ser de la niña como una evidencia clara y presente de que ella era en verdad el reflejo del Dios perfecto, tan incapaz de tener varicela como lo es Dios Mismo. Al escuchar la palabra de Dios, pude entender que la Mente divina es la única consciencia del hombre y que, en realidad, ni siquiera hay una pretensión o creencia de enfermedad, puesto que Dios no crea la enfermedad.
Cuando me sentí más calmada, de pronto recordé que esta hija ya había tenido lo que creímos que era varicela. Había sanado tan rápido mediante el tratamiento en la Ciencia Cristiana que momentáneamente lo había olvidado.
Me sentí sumamente aliviada. El temor desapareció. Pero, entonces, se me presentó la pregunta: ¿Por qué estaba tan aliviada? Por medio de la oración, por medio de la palabra misma de Dios, había obtenido el convencimiento divino de que el hombre está por siempre exento de enfermedad, y eso había disminuido, en cierta medida, mi preocupación. Pero mi creencia en una ley material, que declara que una persona generalmente no tiene varicela por segunda vez, me había aliviado más, en efecto, por completo.
La mancha en la cara de mi hija pronto desapareció. Pero ese sincero autoexamen me había despertado a un nuevo sentido de lo que significa estar alerta. Tenía que admitir que mi confianza en el Amor divino como el único poder había sido obscurecida por una creencia médica. Hasta ese entonces hubiera descartado la idea de que es preciso orar diariamente para descubrir y desechar toda creencia material latente. Pero este incidente me impulsó a admitir que en el mundo de hoy, con las teorías sobre enfermedades tan predominantes en los periódicos y la televisión, se requiere que cada uno de nosotros mantenga una diligente vigilancia, a pesar de cuánto sea el tiempo que hayamos confiado con éxito en la práctica de la Ciencia Cristiana.
La confianza radical en las enseñanzas de Cristo Jesús y del Consolador que él prometió — en lugar de la fe en las leyes de la medicina — es la base misma de la curación por la Ciencia Cristiana. Una mezcla de confianza en lo espiritual y en lo material, deja al aspirante a sanador oscilando en vano entre dos puntos de vista diametralmente opuestos. Esto impedirá la curación hasta que nuestra confianza actual en el Espíritu sea superior a la confianza en la materia. De ahí la importancia evidente de estar alerta para dejar de lado una manera de pensar tan contradictoria y contraproducente. Se ha dicho que mezclar las enseñanzas de la Ciencia Cristiana con las creencias médicas es como mezclar tinta con leche; en cuyo caso, no se puede utilizar ni para escribir ni para beber. Así mismo, el hombre es espiritual o es material. Ambos no pueden ser verdaderos.
Al escribir sobre la convicción equivocada de que necesitamos cierta ayuda para aumentar el poder de la metafísica divina, la Sra. Eddy dice: “El gran Metafísico, Cristo Jesús, denunció todo semejante sepulcro esplendoroso de su tiempo y de todos los tiempos. Jamás recomendó medicamentos, y jamás los usó. ¿Qué autoridad tenemos, entonces, en el cristianismo para una metafísica basada en el materialismo?” Más adelante en el mismo párrafo dice: “Jesús comparó tales autocontradicciones con un reino dividido contra sí mismo, el cual no puede permanecer”.Mensaje a La Iglesia Madre para el año 1901, pág. 25.
Si bien nuestra propia receptividad a la curación del Cristo es muy importante para nosotros, existe un motivo ulterior y apremiante para desear el progreso más allá de la confianza latente en remedios materiales. El metafísico alerta siente un deseo irresistible de apoyar la misión del Cristo, que trae curación y salvación en toda su pureza a la humanidad. La Sra. Eddy nos ha advertido que el adulterar las normas de la Ciencia Cristiana puede resultar, al menos por un tiempo, en su pérdida para el mundo. Ver Manual de La Iglesia Madre, Art. VIII, Sec. 11. Comprendiendo, como se ha dicho, que toda el agua del mar no puede hundir un barco a menos que le entre agua, como estudiantes de Ciencia Cristiana podemos tomar la determinación de cumplir con la parte que nos corresponde.
Esta tarea sigue un curso que, una vez comenzado, se ve facilitado por cada progreso espiritual. Primero viene el deseo sincero de tener un solo Dios, y al hacerlo ayudamos a llevar adelante el movimiento de la Ciencia Cristiana. Tal oración nos acerca a Dios, e inicia nuestro progreso. En el libro de Daniel, leemos que cuando Sadrac, Mesac y Abed-nego rehusaron inclinarse ante un dios falso, Nabucodonosor los iba a echar en un horno de fuego ardiendo. Ellos indicaron claramente que creían que su Dios podía salvarlos. Pero después dijeron firmemente: “Y si no, sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado”. Dan. 3:18. Y si no, tampoco se alejarían de quien ellos sabían era el Dios verdadero. Por cierto que la misma actitud de “si no” fue un factor importante para salvarlos del fuego.
En las primeras etapas de nuestro crecimiento en la confianza espiritual y el entendimiento de Dios, bien podemos asumir una posición similar. Podemos resistir la tentación de recurrir a la materia en busca de ayuda más bien debido a un amor como el de un niño y a nuestra lealtad a Dios, que debido a una profunda comprensión espiritual. Quizás nos mantengamos firmes en la curación por medio del Cristo principalmente porque sentimos que es lo correcto. Pero a esta altura de nuestro progreso, quizás sintamos que podemos recibir cierta ayuda de un remedio material, aunque sea temporalmente. No obstante, el Amor divino sostiene cada paso vacilante cuando nuestros motivos son puros y sinceros. El deseo de tener un solo Dios y mantener nuestro compromiso con la curación espiritual, de la manera en que Jesús la demostró, es suficiente para asentar la base de la curación.
Curaciones así — en las que cada uno recurre a un nivel más alto de entendimiento y a una confianza más profunda — conducen al buscador a la comprensión de que Dios es en verdad Todo-en-todo. Recurre a Dios solamente, no simplemente por lealtad, sino porque sabe que Dios es su ayuda más elevada, suprema.
Cuando el metafísico abandone la confianza en la materia, no tendrá deseos de volver a ella. La fe que tiene en Dios, ya no es una fe tambaleante ni ciega. Ya no presta atención a la tentación de retroceder; este pensamiento no lo atrae porque ahora comprende la base cristianamente científica de la curación.
Permítanme ilustrar este punto con una curación. Una Científica Cristiana había comprendido, unos años antes de que se presentara este desafío específico, que necesitaba reforzar su confianza en el Espíritu. Durante varios años se había dedicado a desenmascarar y desechar diligentemente su confianza latente en la materia. En dos ocasiones en que tenía problemas que le causaban dolor físico, se había sentido tentada a usar calmantes, pero se abstuvo debido al deseo sincero de crecer espiritualmente y de servir a su iglesia filial con la misma integridad que había expresado cuando por primera vez se comprometió a cumplir con los requisitos para afiliarse. Y en toda ocasión el resultado había sido la curación.
Ahora se enfrentaba a un nuevo desafío. El dolor era más intenso y el problema más alarmante que todo lo que había experimentado antes. Durante dos días temió que iba a morir. Ella cree que la curación se produjo principalmente por las oraciones que los demás hicieron por ella. Pero, en esta oportunidad, tenía razones más profundas para no tratar de mezclar remedios espirituales y materiales. La fortaleza espiritual que ella dio a la situación fue una convicción inquebrantable en que la oración era un recurso en el que podía confiar plenamente. Ella daba un gran valor al tratamiento en la Ciencia Cristiana que sabía que estaba recibiendo. No esperaba valiente y ciegamente que ocurriera un presunto “milagro” que cambiara algún malestar real; sabía que la curación es simplemente la revelación del orden natural de la creación del Amor. Se había comprometido a valerse de la realidad. Sabía que el reino celestial de Dios está aquí a su alcance y que puede demostrarse todo lo que se acepta como un hecho espiritual en un caso.
A pesar del temor y el desaliento, sinceramente nunca sintió tentación alguna de dar la espalda a la mano extendida del Amor, porque esta vez comprendió por qué no hay ninguna ayuda duradera en los métodos materiales. Gracias a sus oraciones para mantener su pensamiento en lo correcto, había progresado en su entendimiento de que el cuerpo humano no es más que la manifestación del pensamiento. El problema corporal era el estado subjetivo de un concepto mortal equivocado aceptado en la consciencia. Comprendió que al permitir medicinar o manipular lo que equivocadamente parecía ser una condición material, habría cambiado, en el mejor de los casos, una creencia material por otra. Hacer tales cosas no hubiera cambiado el pensamiento que lo había producido, el cual tenía que exteriorizarse de algún modo. Por cierto que ella no tenía ningún interés en cambiar un concepto mortal erróneo por otro peor como, por ejemplo, la creencia en que la materia puede prestar ayuda. Quería una curación verdadera y permanente. Quería despojarse de ese sentido sufriente y envenenado del hombre. La Sra. Eddy escribe: “Estas dos teorías contradictorias — que la materia es algo, o que todo es Mente — se disputarán el terreno hasta que se reconozca que una de las dos es la victoriosa. Hablando de su campaña, el General Grant dijo: 'Me propongo mantenerme en esta línea hasta terminar la contienda, aunque tome todo el verano’. La Ciencia dice: Todo es Mente e idea de la Mente. Tenéis que manteneros en esa línea hasta terminar la contienda. La materia no os puede dar ayuda alguna”.Ciencia y Salud, pág. 492.
Mediante la comprensión de que la identidad del hombre como el amado del Amor es espiritual, esta persona se elevó por encima de la noción de vida en la materia, sujeta a sufrimiento y enfermedad, y fue sanada. Esta enfermedad se presentó un miércoles, y el domingo siguiente pudo concurrir llena de gozo a la iglesia.
La Ciencia Cristiana no es un sistema alternativo para el cuidado de la salud. Es la ley de Dios, que nos impulsa a regenerar nuestro pensamiento y nuestra vida, el único proceso que puede traer la salvación absoluta del pecado, la enfermedad y la muerte. De modo que la curación espiritual es la única curación verdadera.
A medida que la vida de cada uno de los Científicos Cristianos demuestra paso a paso una confianza radical en el Espíritu, ellos encuentran finalmente una seguridad imperturbable. Al comprender la totalidad absoluta de Dios y Su cuidado constante por Su hijo, ya no temen estar a la cruel merced de leyes y condiciones materiales. Pero el alcance de la bendición va mucho más lejos: Todo ejemplo de consagración inquebrantable a la autoridad de Dios en nuestra propia experiencia resplandece, mostrando al mundo la prueba práctica del Cristo, la Verdad. El Consolador divino sigue su marcha con pureza sin adulterar, y su poder sanador reúne cada pensamiento receptivo en los brazos del Amor divino y revela al hombre a la semejanza espiritual de Dios, expresando Su dominio sobre todo. Vale la pena el empeño que se pone para aprender a confiar en el Espíritu.
