A menudo puede parecer que no es fácil permanecer firmes frente a una evidencia material obstinada y confiar con serenidad en la presencia sanadora de Dios. No fue fácil para mí la primera vez. Estaba en el último grado de la escuela secundaria y sufría de acné, lo cual me hacía sentir muy infeliz. No sólo había pedido ayuda a una practicista de la Ciencia Cristiana y habíamos orado fervorosamente durante mucho tiempo, sino que me parecía que, además de comprender claramente que en realidad yo era la idea pura, inmaculada y perfecta del Amor divino, ¡también había sanado de todo imaginable rasgo que no fuera cristiano! No obstante, la desagradable condición persistía.
En tales momentos podemos sentir la tentación, como me sucedió a mí, de querer saber por qué no tenemos prueba tangible de la verdad que hemos estado reconociendo tan sinceramente, sobre todo cuando sentimos en el corazón que la curación sí se ha efectuado. Pero cuanto más difícil nos parezca permanecer firmes en nuestra convicción, mayor será la recompensa, como finalmente me di cuenta cuando la curación fue completa.
Durante esa primera prueba, de las muchas que tuve, en las que "permanecí firme", el amoroso consejo de Pablo a los Efesios fue de gran aliento: "Hermanos míos", escribió, "fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza. Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo ... y habiendo acabado todo, estar firmes". Efes. 6:10, 11, 13. Esto nos da la seguridad de que por más difícil que sea el desafío, podemos permanecer firmes, y con humildad y gratitud basar nuestro caso en la convicción absoluta de que el hombre está unido con el Padre y de que Dios expresa Su gran amor hacia el hombre como Su idea íntegra, completa y pura. Y debemos confiar en que si hay algo más que necesitamos aprender, Dios nos lo revelará.
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