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Nuestro lenguaje común del amor

Del número de abril de 1989 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Nos conocimos en la calle, en la que él trabajaba como zapatero. Necesitaba hacer reparar mis zapatos con urgencia en medio de un fatigoso viaje en su país. Yo no podía hablar su idioma ni él podía hablar el mío, pero viendo lo que era necesario hacer, abandonó inmediatamente lo que estaba haciendo. Otra persona me ofreció un asiento en un pequeño taburete. El trabajo comenzó de inmediato. Ambos sonreían con placer mientras el zapatero hacía su trabajo para una extranjera. En unos minutos la calle estaba llena de espectadores — adultos y niños — todos sonrientes. El trabajo sólo llevó unos minutos; no intercambiamos ni una palabra, pero nuestro lenguaje común del amor nos unió en hermandad. Su gentileza se reflejó en mi gratitud. Todavía hoy muestro con orgullo su trabajo en mis zapatos.

Pensé en un versículo del Antiguo Testamento que dice: "¿No tenemos todos un mismo Padre? ¿No nos ha creado un mismo Dios?” Mal. 2:10. Este mensaje me pareció muy vívido cuando tuve una vislumbre de la hermandad que traspasa las barreras de raza, color, credo y cultura, para glorificar a nuestro único Padre-Madre Dios, quien conoce a cada uno de Sus hijos como Su idea espiritual y perfecta, completamente buena, recta y libre.

Cuando nos comunicamos con el lenguaje del amor, podemos verdaderamente esperar que se nos entienda. Pero esa escena en la esquina de la calle representó mucho más que personas reunidas tratando de hacer el bien. Sentí que el Cristo llegaba a la profundidad misma de la consciencia individual, impulsándonos a vivir las cualidades derivadas de Dios, tales como amabilidad, consideración, cortesía, gentileza, confianza y hospitalidad. Estas cualidades dan evidencia del hombre real que somos, hecho espiritualmente a imagen y semejanza de Dios.

Cuando vemos a nuestro prójimo desde el punto de vista del entendimiento espiritual — cuando reconocemos que el hombre es por naturaleza espiritual — nuestro sentido de hermandad aumenta, enriqueciéndonos sin medida. Es la apreciación de la verdadera individualidad como espiritual — la nuestra y la de nuestro prójimo — lo que revela al pensamiento la bondad y la perfección del hombre.

En contraste, si estamos viendo mayormente características o limitaciones físicas, tendremos la tendencia a clasificar a las personas como minorías o personas sin privilegios, de una u otra clase social. Este tipo de pensamiento quisiera limitar nuestro sentido de hermandad y reprimir nuestros esfuerzos por comunicarnos con nuestro prójimo.

Pero Dios no conoce tales divisiones, y para poder comunicarnos por medio de nuestro lenguaje común del amor, es de vital importancia aferrarnos a la unidad del hombre con Dios, y a la realidad del ser del hombre como hijo de Dios. Este entendimiento del origen espiritual del hombre hace que irradiemos, con gozo y para todos, el espíritu a la manera del Cristo. Esta es una de las maneras en que podemos contribuir a la paz sobre la tierra, y nos da una base sólida para comunicarnos con amor. Como dijo Cristo Jesús: "Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos". Mateo 5:16.

Recientemente, tuve la oportunidad de comprobar el poder de esta clase de comunicación muy cerca de mi hogar, de hecho, del otro lado de la verja de mi patio. Surgió un malentendido con mi vecina, respecto a unos árboles plantados cerca de su patio. Se quejó de que las hojas al caer estropeaban su césped, y la exasperación más el inconveniente amenazaban con provocar un conflicto de mayores proporciones.

Sin embargo, en vez de ceder a la tentación de sentirme también irritada, oré para sanar el conflicto tratando de cimentar nuestros vínculos comunes con el amor. Al orar, me vino al pensamiento una de las declaraciones de la Sra. Eddy en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud: "El cemento de una humanidad más elevada unirá todos los intereses en la divinidad única".Ciencia y Salud, pág. 571. Y en otra parte del libro, este pensamiento también me ayudó a ver que podía estar libre de todo conflicto con mi vecina: "Ciudadanos del mundo, ¡aceptad la 'libertad gloriosa de los hijos de Dios' y sed libres! Ese es vuestro derecho divino".Ibid., pág. 227.

Siempre podemos dejar que nuestra luz, nuestro sentido espiritual del amor, brille sin timidez o ira. Nada nos puede robar la capacidad natural que tenemos para expresar a Dios, el bien. Y al reclamar la pureza y la bondad como mi estado natural de pensamiento, pude dejar de lado todo deseo de tomar represalias. Luego, actuando con motivos más semejantes al Cristo, me ofrecí a recoger las hojas. Pero el lenguaje del amor ya había hablado, pues mi vecina respondió a mi proposición con una disculpa por haber sido descortés.

El Cristo elimina los argumentos de resentimiento y malhumor, todos los impulsos negativos, que no son parte del ser verdadero del hombre. El Cristo jamás cede al falso testimonio de los sentidos, o error. Pero el error tiene que ceder al Cristo. Debido a que el error no tiene base en la realidad, a medida que vamos entendiendo al Cristo, las mentiras materiales sobre el hombre se desvanecen en la nada. Y vemos más claramente que Dios, el Espíritu, el Amor, es el único poder verdadero. El Amor llena todo el espacio y comunica el bien a todos. Podemos rechazar el error cuando permitimos que la influencia bondadosa del Cristo llegue a nuestro corazón. Porque, cuando ponemos nuestro corazón en Dios, la vigilancia espiritual nos permite discernir al hombre real. Este lenguaje del amor es el arma espiritual para la paz sobre la tierra.

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