Cuando mis padres conocieron la Ciencia Cristiana yo tenía diez años, y la he practicado desde entonces. Hemos tenido toda clase de curaciones.
Durante mi niñez y parte de mi juventud, vivimos en una zona de América Central donde no había ninguna filial de la Iglesia de Cristo, Científico. Pero yo sentía una gran afinidad con las enseñanzas de la Biblia y Ciencia y Salud. Recuerdo que cuando era adolescente solía leer ávidamente Ciencia y Salud, y sentía profundo amor y gratitud por su autora, la Sra. Eddy. ¡He aprendido tanto a través de sus escritos! Esta afinidad con las enseñanzas de la Ciencia Cristiana tuvo como resultado muchas curaciones.
Cuando aún vivía en América Central, sané de sarampión; esto fortaleció mi confianza en el poder sanador de Dios. Al observar la inflamación de mi rostro y otros síntomas, mi jefe pidió un diagnóstico médico inmediato. Un médico confirmó que era sarampión, e indicó que fuera hospitalizada inmediatamente. Después de pedir varias veces que se me permitiera ir a casa para pasar mi convalescencia, el médico consintió.
Al llegar a mi apartamento, me entregué de todo corazón a Dios. Abrí la Biblia en este versículo de Isaías: “No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia” (41:10). Al leerlo, me sentí invadida de gozo y gratitud. Estaba agradecida por las verdades espirituales que conocía y por el descubrimiento de la Ciencia Cristiana por la Sra. Eddy. Sintiéndome rodeada del amor de Dios, en menos de una hora sané por completo.
En otra ocasión, mientras aún vivía en el extranjero, estaba trabajando en el turno de medianoche en un importante hogar para niños. Una noche noté que un hombre con un largo cuchillo en la mano estaba caminando alrededor de nuestro edificio, mirando todas las ventanas para ver si alguna no estaba bien cerrada. Otra empleada y yo estábamos a cargo de ese turno; no había guardias de seguridad. Llamar a las autoridades no era una alternativa práctica. Tenían fama de ser muy lentos en responder aun a las llamadas dentro del pueblo, y el hogar estaba situado en las afueras.
Ambas oramos. Me esforcé por vencer el temor, afirmando que Dios es el único creador; El lo rodea todo con Su bondad y amor infinito, y el hombre espiritual de Dios es honrado y puro.
Mientras oraba, recordé que no había puesto el cerrojo a una de las ventanas. Pero me tranquilizó el pensamiento de que nuestra seguridad era el amor impenetrable de Dios. El mismo Amor divino que había protegido a Cristo Jesús de ser arrojado desde la cima de la colina por la multitud también podía protegernos a nosotros, y estaba disponible para todos (ver Lucas 4:28–30). Y tuvimos una prueba maravillosa del cuidado de Dios. El hombre se paró frente a la ventana que no tenía el cerrojo, la miró por unos pocos segundos, y se fue. Nuestro reconocimiento de la protección del Amor, que todo lo incluye, había alejado el peligro.
Durante el otoño de 1987, estaba padeciendo de un intenso dolor en las piernas que me mantenía despierta varias horas durante la noche. Oré durante varios días y estudié la Biblia y Ciencia y Salud, donde encontré el siguiente párrafo: “Cuando la ilusión de enfermedad o de pecado os tiente, aferraos firmemente a Dios y Su idea. No permitáis que nada sino Su semejanza more en vuestro pensamiento. No consintáis que ni el temor ni la duda oscurezcan vuestro claro sentido y serena confianza, que el reconocimiento de la vida armoniosa — como lo es la Vida eternamente — puede destruir cualquier concepto doloroso o creencia acerca de lo que la Vida no es. Dejad que la Ciencia Cristiana, en vez del sentido corporal, apoye vuestra comprensión del ser, y esa comprensión sustituirá al error con la Verdad, reemplazará a la mortalidad con la inmortalidad y acallará a la discordancia con la armonía” (pág. 495).
Durante varios minutos medité sobre estas ideas espirituales; poco a poco alcancé la convicción del hecho que, como reflejo espiritual de Dios, la Mente, mi existencia está exenta de dolor. En poco tiempo el dolor se desvaneció, y de manera definitiva.
Estas curaciones y muchas otras han hecho que mi familia se sienta más cerca de Dios. Estoy profundamente agradecida.
Houston, Texas, E.U.A.
