Siempre había sido confuso para mí leer en la Biblia sobre el gran amor de Dios, y luego, leer también sobre el temible juicio contra aquellos que no obedecían Sus leyes. Por supuesto, los profetas advirtieron sobre el gran sufrimiento que habrían de enfrentar aquellos que fueran desobedientes. Pero, ¿cómo podía un Dios todo amoroso ser también el Dios vengativo descrito en Jeremías?
Sólo recientemente este aparente conflicto ha sido resuelto en mi pensamiento. La respuesta fortalece mi amor por Dios y me esclarece partes de las Escrituras para que yo las entienda más a fondo.
La respuesta está relacionada con la naturaleza del amor de Dios. En el estudio de la Ciencia Cristiana, aprendemos que el amor de Dios es infinito, ilimitado. En Ciencia y Salud, la Sra. Eddy escribe: “Para el Amor infinito, siempre presente, todo es Amor, y no hay ningún error, ningún pecado ni enfermedad ni muerte”.Ciencia y Salud, pág. 567.
Entendemos que este Amor es invariable, completo, constante. Se expresa en misericordia y perdón inconmensurables. Se deleita en el hombre, su propia expresión. El universo entero, todo ser, está unido por el Amor divino.
Cuando el profeta Jeremías vio el juicio de Dios, fue un fiel testigo ante el pueblo de Israel. Aunque en su profecía no siempre sonaba amable, Jeremías estaba ofreciendo una vislumbre de la naturaleza científica de Dios como Amor. La gente, por la dureza de sus corazones, no entendía las implicaciones de su clara visión del infinito. Pero hoy, una lectura más cuidadosa, a la luz de la Ciencia del Cristo, muestra que las páginas de Jeremías exponen a un Dios universal, aun en esos pasajes donde se advierte a la gente sobre el gran sufrimiento que viene al desobedecer el mandamiento de Dios. Ver Jer. 17:19–27.
Desde una perspectiva espiritual, nos damos cuenta de que todo lo que existe es Dios, el Amor, y su expresión perfecta. Si dejamos de reconocer esto y de vivir de acuerdo con las exigencias del Amor, nos sentiremos efectivamente separados del amor de Dios hasta que nos arrepintamos y honremos a Dios como supremo, el Todo-en-todo. La persona que no reconoce la totalidad de Dios es víctima de sus propios pensamientos, y él mismo se separa del amor de Dios. Desarrolla temores y sirve a los amos de su propia creación. Esta separación lo despojaría de la gran alegría y protección que vienen de conocer a Dios.
Por otra parte, el corazón que mantiene a Dios primero, honrándolo constantemente, recibirá vislumbres cada vez más claras de la unicidad y totalidad de Dios y de su gran amor, y esto bendecirá a la humanidad más allá de lo que nos podamos imaginar. El amor de Dios incluye a todos, y podemos empezar a demostrar esto hoy en nuestras vidas, cuando fielmente procuramos ser testigos de la omnipotencia del Amor divino.